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Se dice que el canto de la cigarra anuncia lluvia. Parece ser cierto porque llovió esta semana. También dicen que trae suerte. Lo confirmo. En nuestros patios ya no existen luciérnagas y casi no se oyen grillos. Y ahora me pregunto, a dónde habrán ido las cigarras que no cantan. ¿Será ese silencio el efecto de los insecticidas con los que combatimos a mosquitos y moscas?
Mientras la ignorancia, desde su pedestal de poder, depreda y sigue talando bosques, envenena el aire, usa pesticidas tóxicos y lanza bombas que matan en guerras asesinas, nos vamos quedando sin pájaros, sin insectos, sin plumas y sin cantos. Sin embargo, también es evidente que crece la conciencia colectiva y, cada vez, somos más las personas que desarrollamos conciencia en defensa de la vida.
Se puede cuidar el planeta que habitamos y que legaremos a nuestra descendencia. Del otro lado del vidrio, el analfabetismo ecológico sigue apoyando al “progreso” de la manipulación genética de plantas, semillas y ciertas especies marinas. Los habitantes de este hermoso planeta azul deberíamos interesarnos en conocer que, aparte de los fenómenos naturales, estamos siendo cómplices de la soberbia ignorante que perturba la armonía universal. No es posible vivir de manera saludable bebiendo agua podrida, respirando un aire envenenado, generando basura no biodegradable. Tenemos que respetar las pulsaciones de la Tierra que nos alberga generosa y no agredirla.
Debemos empezar a combatir el smog interior de nuestra existencia y así velar por la vida de este nuestro hermoso domicilio galáctico. Darle la espalda al estrés que no es sino el resultado final de la concepción de una vida como torneo, cuyos premios son el dinero y el poder a expensas de úlceras estomacales, infartos, neurosis, esa vaga desazón que corroe a la mayoría y que se traduce en desamor, desgano de vivir, consumo de tranquilizantes, drogas euforizantes e hipnóticas. Consuelos de farmacia, bienestar sintético, impuestos por una sociedad que no suele estar a la altura de nuestros módicos sueños.
Es momento de desarrollar la creatividad, despertar al artista sensible que llevamos dentro, disfrutar del refinado arte de las horas libres. Celebrar la vida y el misterio. Conceder una posibilidad al desarrollo de la conciencia y, al mismo tiempo, entregarse a un renacimiento humano y espiritual.
Es posible y urgente construir un mundo en el cual el prestigio de las personas se relacione con sus méritos y valores morales y no con el tamaño de su billetera. Entonces podremos avalar la paz social, el pleno derecho de la ciudadanía y la vida en verdadera democracia.