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“Ser mamá es una bendición de Dios”, así de simple describe Fátima el regalo supremo de la maternidad. Para ella, cada uno de sus hijos, Roger Emilio, Rodrigo, María Gloria y Mariana, representan un pedacito de cielo en la tierra.
“Es lo más grande que al ser humano le puede pasar, que solamente un creador nos puede dar esa posibilidad de tener un hijo. Tenerlo después de nueve meses y luego poder criarlo, educarlo y hacer que sea una persona útil para que el día de mañana pueda hacer lo mismo y eso vaya de generación en generación”, reflexiona.
Recordando el nacimiento de su primer hijo, Roger Emilio, en pleno 1 de enero, Fátima relata con emoción cómo la vida le regaló un comienzo auspicioso en 1992. “Fue un momento espectacular. Recuerdo que empecé a tener los primeros síntomas de que el bebé quería venir, pero era Año Nuevo, entonces me preparé, fui a bailar y a las 4:30 de la mañana ya el bebé estaba viniendo, yo seguía bailando y de ahí fui al sanatorio y vino mi primer hijo”, recuerda con emoción.
La llegada de su pequeño marcó el inicio de su viaje como madre, un viaje lleno de desafíos y gratificaciones.
La mejor enseñanza
“Hoy en día los desafíos como mamá son muchos”, confiesa Fátima. Criar a sus hijos con valores sólidos y ejemplificar el amor y el respeto en su día a día es su principal tarea. Y aunque equilibrar su papel de madre con una carrera profesional no fue fácil, ella siempre priorizó la calidad del tiempo compartido con sus hijos por encima de la cantidad.
“Tenemos que criar a nuestros hijos con el ejemplo, porque la mejor herencia es el ejemplo de los padres, la educación y, por sobre todas las cosas, los valores para que ellos puedan formar un hogar donde reinen la armonía, el amor, el respeto y la felicidad”, sostiene.
Como profesional, Fátima supo lidiar con su faceta de madre. “Cuando cumplí 18 años, mi papá me dijo: ‘¿Querés trabajar o querés ser hija?’ Y opté por trabajar. Entonces, trabajé desde que me recibí en el colegio y siempre pude hacer las dos cosas. Traté de darles lo mejor a mis hijos, no posiblemente en cantidad de tiempo, sino en calidad de tiempo. Darles con mi ejemplo los valores y lo que quiero que ellos sean el día de mañana, porque quiero que cada uno sea alguien por sí mismo, no el hijo de, sino que sean ellos mismos quienes tengan su propio nombre y apellido, su propia marca”, resalta.
Los hijos son del mundo
Hoy, las hijas de Fátima se encuentran en Estados Unidos. “Cada uno ya tiene un título universitario, ya están trabajando y cada uno va forjando su camino. Las niñas están lejos, los varones están aquí, pero cada uno es arquitecto de su propio destino”, comenta orgullosa por lo que cada uno de ellos ha logrado en su vida.
Para Fátima ser mamá de cuatro hijos es un verdadero placer y no hubiera tenido ningún problema en tener más. “El primero es el que cuesta más, porque como que estás recién aprendiendo, después ya, como se dice, los otros se crían solos. Pero sí es un desafío del cual estoy inmensamente feliz de que la vida me haya dado la oportunidad de poder hacerlo”, afirma.
Los momentos de resiliencia
En cada etapa de su vida como madre, Fátima enfrentó momentos difíciles con firmeza y amor, guiando a sus hijos hacia un futuro lleno de promesas. “Cada hijo es un mundo aparte”, reflexiona, reconociendo la diversidad de personalidades y desafíos que enfrenta como madre.
“Son cuatro hijos que nacieron todos de la misma familia, del mismo padre y de la misma madre, pero cada uno tiene un carácter distinto, su forma de ser, sus aspiraciones, y realmente hay momentos en que tenemos que ponernos firmes. Eso, muchas veces cuesta más que ser complaciente, pero también hay que ser indulgente cuando hay que serlo. Hay cosas que se pueden negociar y otras que no, para que un hijo salga de la manera en que uno espera que sea”, refiere.
Las alegrías
Entre los estadios memorables de su viaje maternal se encuentran el crecimiento y la evolución de sus hijos. Desde los primeros pasos, el bautismo, la primera comunión, su primer día de clases, su último día de clases, su primer novio, su primera novia. “Son momentos en la vida que siempre van a marcar. Son situaciones como las de hoy en que, como suegra tengo un yerno y una nuera, que son hijos que vinieron a mi familia y se agrandó. Son momentos que uno nunca olvida. Ese día cuando mi hijo entraba al altar. Era mi primer hijo el que se casaba. Era una sensación tan especial porque era entregarle a Dios para que pueda formar un hogar”, expresa.
Cada acontecimiento, Fátima lo vivió con orgullo y emoción, con el amor de madre que trasciende el tiempo y las adversidades, porque es un amor incondicional que ilumina el camino de cada hijo hacia un futuro lleno de esperanza y realización.