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Federico Algañaraz (35) aprendió a manejar a los 13 años y cuando llegó a la mayoría de edad ya se hizo chofer profesional. Actualmente es un experimentado conductor de todo tipo de camiones pesados y un verdadero tuerca de los zigzagueantes caminos en la precordillera de los Andes.
Residente en Guaymallén, área metropolitana de Mendoza, nos da la bienvenida e invita a abordar una unidad del Andes Truck. La estructura la convierte en una suerte de gigante 4x4 blindado con acolchados en el interior que le dan confort y seguridad contra cualquier golpe. Una pantalla muestra el pedregoso y sinuoso terraplén y por las ventanillas el maravilloso paisaje va cambiando de colores según la altura.
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“Estos vehículos están preparados para este tipo de trayecto, tienen doble tracción, rodado especial para la travesía, la cabina totalmente modificada para evitar vibraciones y golpeteos. Tiene una jaula especial para soportar deslizamientos u otras contingencias”, cuenta el conductor.
El tramo más fascinante empieza un poco más arriba del antiguo hotel Villavicencio en la Reserva Natural Villavicencio. El trayecto que incluye la parte de los 365 caracoles en sí lleva aproximadamente dos horas, según el día y el clima. “Se altera mucho con el viento y la lluvia”, aclara Algañaraz al destacar que, si bien de Villavicencio a Uspallata son 50 kilómetros, el tramo sinuoso representa entre 20 a 25 kilómetros.
Varios miradores se van encontrando en el camino, cada uno con una altura y vista bien diferenciados. “Son pocas las personas que no se animan a realizar esta travesía. Es muy segura, pero depende de cada persona. Esporádicamente hay gente que sufre alguna molestia por la altitud, pero son la excepción”, detalla.
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El camino sube bastante de golpe, pues en el segundo mirador ya nos encontramos a 2.200 metros sobre el nivel del mar desde el punto de partida. Es decir, en 15 a 20 minutos la altitud cambia radicalmente.
En Mendoza las temporadas altas se dan en invierno con la nieve y en el verano con el clima siempre agradable. Muy pocos son los meses de temporada baja. “Lo que más me fascina de esta aventura es el clima que altera diariamente el camino. Si hubo viento, hay piedras que se derrumban, o la lluvia; siempre hay algo que te sorprende, además de los animales de la reserva. Hay días que ves un solo guanaco y hay días en que vez un montón de tropillas y más tropillas. Asimismo hay zorros, se puede ver el cóndor y otras especies de la fauna local”.
En todo el trayecto nos cruzamos con motociclistas, ciclistas, algunos automovilistas.
En el mirador del ala delta, el más fantástico del trayecto, el viento sopla de manera increíble como si bajara de las cumbres. El sol acaricia el cuerpo y las desperdigadas nubes bajo la azul bóveda parecieran brindar un aura especial.
“Abran sus brazos, respiren hondo, miren el paisaje y dejen aquí todos sus miedos”, recomiendan Claudia Yanzon, directora de promoción turística de Mendoza, y Cecilia Goggia, de Mendoza Holidays. ¡Cómo no agradecer a la providencia divina que nos permite estar en este lugar y admirar la naturaleza en todo su esplendor!
Un paisaje muy distinto al que estamos acostumbrados, en un destino perfecto e imponente.
Reserva Natural Villavicencio
Cecilia Goggia explica que el origen de todo está en el agua, un recurso natural precioso en el desierto mendocino y que ha marcado las civilizaciones en toda el área. Se constituye en un importante patrimonio natural y cultural con mucha historia. “Es un lugar donde el tiempo contempla cómo el agua tributa a la vida”, afirma al invitar a tomar el agua de la fuente “para que su encanto permita regresar al lugar”. Agua helada y pura en las mejores condiciones que ofrece la naturaleza.
Desde tiempos precolombinos y luego en la etapa colonial e independentista este lugar tuvo una importancia estratégica e histórica. Hoy día es un verdadero santuario natural, un área protegida miembro de la Fundación Vida Silvestre de Argentina.
La reserva está ubicada a 50 kilómetros de la ciudad de Mendoza, en la precordillera de los Andes, cuenta con más de 60.000 hectáreas y fue declarada como tal en 2017. No obstante, el proceso de preservación y puesta en valor de una reserva privada (pertenece al grupo Danone) comienza en el año 2000. Abarca alrededor de 100 kilómetros de ruta paisajística.
Virginia Ramírez es oriunda de Comodoro Rivadavia, provincia de Chubut. Cuenta que la vida nómada de su familia la llevó a Mendoza en 2005. Licenciada en Turismo, trabaja en la reserva hace más de diez años. Su diálogo transmite una gran pasión, conocimiento del lugar y ayuda a realizar un verdadero viaje en el tiempo.
Con toda hospitalidad nos recibe en el emblemático Gran Hotel Villavicencio, cuya construcción de estilo alpino resalta en el valle. Fue inaugurado en 1940 y funcionó hasta fines de la década de 1970. Ahora está en plena etapa de restauración y recuperación.
La historia de Villavicencio se remonta a tiempos precolombinos cuando el lugar era frecuentado por tribus nómadas que han dejado rastros en petroglifos (grabados en las rocas) de hasta 9.000 años de antigüedad. Los primeros moradores conocidos del área son los Huarpe, muy anteriores a los Incas, quienes llegaron al lugar recién hacia el año 1470, poco antes del descubrimiento de América.
Luego de la fundación de la ciudad de Mendoza, en 1561, la quebrada pasó a ser el Camino Real, que unía los virreinatos del Perú y del Río de la Plata, pues conectaba el puerto de Buenos Aires y el puerto de Valparaíso, en Chile. Arrieros, comerciantes y mensajeros frecuentaban la ruta hasta que en 1680 llega al lugar el capitán español Joseph Villavicencio, quien se ubica en el sitio precisamente por la presencia del agua y encara la empresa de la búsqueda de metales preciosos, oro y plata. “Es un lugar donde millones de años de evolución materializan la magia del desierto; un lugar donde el tiempo contempla cómo el agua tributa a la vida”, menciona la presentación de la reserva natural.
Siguiendo el relato de Virginia Ramírez, durante los dos siglos siguientes a la instalación del español, también se registraron importantes acontecimientos que pasaron a ser parte de la atractiva historia del lugar y que se constituyen en hechos de la historia argentina: En 1824 pasó por Villavicencio Giovanni María Mastai Ferretti, quien sería proclamado Papa Pío IX en 1846.
Charles Darwin fue otro que cruzó la zona en 1835, en su viaje de regreso de las Islas Galápagos, y descubrió los restos fósiles de araucarias petrificadas. Al año siguiente, Domingo Faustino Sarmiento lo atravesó luego se su primer exilio en Chile.
Y en 1903 nace la primera marca de agua mineral de la Argentina, Villavicencio, con el agua de los manantiales que todavía hoy riegan el valle y le dan vida. Los sucesivos dueños lo irían transformando hasta que se llegó a la construcción del gran hotel en una terraza con todos los lujos y jardines diseñados. El edificio fue declarado como Monumento Histórico Nacional en el año 2013.
Los guanacos
“Pongan visión de montaña”, recomienda Claudia Yanzon. La explicación es sencilla; los guanacos están como mimetizados en la accidentada geografía y entre la vegetación de la precordillera. Uno siempre está en guardia mientras los demás pastan.
Se diferencian de otros camélidos andinos, especialmente de las llamas, porque son salvajes, no han sido domesticados. El rebaño se compone por lo general de varias hembras y un macho que hace de vigilante para alertar sobre cualquier peligro. La creación de la reserva ha permitido nuevamente su proliferación en el camino del año.
También aparecen los zorros, que marcan su territorio ante la presencia extraña, y el majestuoso vuelo del cóndor.
Ruta Sanmartiniana
El recorrido de la Ruta 52 incluye el trayecto conocido también como la Ruta Sanmartiniana a través del camino de caracoles entre Villavicencio y Uspallata.
A mitad del paso se encuentra la cruz de los Paramillos, que es un sitio de verdadero encanto natural en el centro de la precordillera, desde donde se pueden divisar los picos nevados de la cordillera de los Andes y el Aconcagua si las condiciones del tiempo lo permiten.
El 10 de agosto de 1814, el general José de San Martín había llegado a Mendoza como gobernador intendente de Cuyo. Tres años después, en 1817, el ejército libertador estuvo listo para liberar a Chile del dominio español.
Desde este punto, el camino ya es más llano y atraviesa viejas zonas mineras, permite llegar rápidamente a la Villa de Uspallata, sitio paradisiaco entre la precordillera y la cordillera central. Llegar desde el lado de la ruta 52 se corona con los muros de alamedas que protegen a la ciudad del viento zonda.
Noche en Uspallata
Uspallata es otro de los puntos obligados de la travesía andina para llegar luego a Potrerillos y la zona de los viñedos en Luján de Cuyo, Valle de Uco y otros.
En el sitio se encuentra una antigua base militar con una unidad denominada los “Cazadores de los Andes”. Cuenta con instalaciones para entrenamiento de andinismo.
Es un punto intermedio para pasar la noche en glamping (mezcla de camping y glamour) en el valle del río Uspallata, donde se observan los diversos colores de las montañas. Una clásica actividad es el paseo a caballo para observar el atardecer y cómo el paisaje va cambiando de color.
De noche el impecable cielo, lejos de la polución lumínica, ofrece un paseo espectacular por las constelaciones. Eso sí, hay que dormir con el fuego de la salamandra para no helarse durante la madrugada.
Dos jóvenes, Belén Blaustein y Federico Rossel Ortega, hicieron de excelentes anfitriones con un servicio de primer nivel para la cena, el confort para pernoctar en el glamping y el desayuno. Animarse a visitar y Mendoza y pasar la noche en los Andes es una experiencia inolvidable.
El dato
La ruta del año se llama así por las 365 curvas que posee. En 20 minutos se sube a 2.200 metros de altura.