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La ciencia puede decir que sentir enojo es normal. Los psicólogos aconsejan que expresemos nuestro enojo y algunas religiones incluso hablan de ira justa. El budismo, por el contrario, dice que el enojo siempre es desaconsejable.
El erudito budista del siglo VIII, Shantideva, describió el enojo como la fuerza negativa más extrema, una con la capacidad de destruir el bien que tanto trabajo nos costó crear. Un momento de enojo combinado con el acceso a un arma de fuego puede cambiar por completo el futuro de alguien: de una vida de libertad a una vida tras las rejas. Un ejemplo más cotidiano sería cómo el enojo puede destruir la amistad y la confianza que posiblemente tomó décadas desarrollar. En última instancia, el enojo es más peligroso que todas las bombas, pistolas y cuchillos juntos.
La ira es una forma de desconocimiento acerca de los puntos de vista de los demás. Es decir, si en medio de nuestra furia pudiésemos llegar a ver a nuestros adversarios no tanto como seres malvados, sino más bien como seres frustrados igual que nosotros, tal vez, la ira que sentimos nos podría ayudar a cultivar la empatía.
Es imposible que nuestra mente mantenga dos emociones opuestas de forma simultánea. No podemos gritarle a una persona y ser pacientes con ella al mismo tiempo, simplemente no funciona. Hay quienes consideran la paciencia como un signo de debilidad, con la cual permitimos que otra gente se aproveche de nuestra bonhomía y obtenga lo que le dé la gana. Sin embargo, la realidad a veces no es lo que parece. Dejarnos arrastrar por nuestras emociones adonde quiera que estas nos lleven no nos convierte en héroes o heroínas, nos hace débiles. El enojo produce estrés, angustia, pérdida del sueño y del apetito. Si por mucho tiempo guardamos enojo hacia alguien, eso crea una impresión desagradable a largo plazo en los demás y ¿Quién quiere estar cerca de una persona enojada?
Si siempre nos rodean personas que hacen y aceptan todo lo que queremos, decimos y pensamos, nunca tendremos ningún desafío.
Tener paciencia implica tolerar, saber esperar, tratar con amabilidad y no destruir a la otra persona.
Un maestro sufí dice que la enemistad y las peleas no surgen entre gente instruida.
Un sabio no provoca a un necio.
Si un idiota, por serlo, profiere insultos.
El sabio conquistará su corazón con amabilidad.
Un hombre de mal carácter insultó a otro que lo soportó con paciencia y le dijo:
“¡Oh, ser feliz! Soy mucho peor de lo que dices, pues, puedo ver que no conoces mis defectos tan bien como yo.”
Una persona de buena naturaleza no cambia su forma de ser aún si la provocan. No cae en el enojo y conserva su bondad sin molestarse.