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El segundo punto más visitado de Caacupé, después de la Basílica de la Inmaculada Concepción, es el Pozo de la Virgen. El promesero que llega recoge las cristalinas aguas en sus manos y se moja el rostro y la cabeza. Pareciera que en ese momento se sanaran todas las aflicciones.
El miércoles llegó hasta allí Axel Danilo López Franco (17), un joven oriundo de Puerto Rosario, San Pedro, en agradecimiento por haber vuelto a nacer milagrosamente. Y como él todos los días del año llegan personas de todas las edades para limpiarse y protegerse con las aguas del manantial sagrado.
Pedro Artemio Ruiz, dilecto hijo de Caacupé y autor de varios libros que rescatan la historia de la Villa Serrana, dice que cuando tuvo uso de razón el Tupãsy Ykua ya lucía sus brocales y su peculiar cúpula de hierro forjado. De hecho, en fotografías de principios del siglo XX ya se observa el sobresaliente domo en un descampado de la ciudad.
Nacido en Caacupé, el historiador de la ciudad se define como un gran devoto de la Virgen que “oportunamente me hace algún milagro. Siempre me encomiendo a ella”, sostiene al recordar que de niño frecuentaba la iglesia. Fue monaguillo, leía la lectura y formó parte de los coros. Vio concluir la basílica, así como la desaparición del tupao tuja, donde contrajo matrimonio en enero de 1972, siendo sacerdote el padre Reinaldo Rolón.
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De niño frecuentaba el Yupãsy Ykua en un lugar “agreste, hermoso, amplio” y describe que el agua salía del yvu fluía hacia el arroyo Ortega, el más importante de Caacupé. “Cuando aún la cúpula no estaba cerrada con vidrio recuerdo cómo los rayos del sol hacían brillar las monedas que los peregrinos arrojaban al pozo de la Virgen pidiendo sus deseos”, menciona.
“Lo más grandioso del agua del pozo de la Virgen es que nunca se haya secado, ni en la peor sequía. Es un agua fresca, rica y cristalina. Los peregrinantes incluso bañan a sus hijos en el chorro”, cuenta.
El Pozo de la Virgen surtió de agua durante siglos, no solo a los devotos, sino también a todo el poblado de Caacupé desde sus orígenes. Se utilizaba para llenar los cántaros, lavar la ropa y hasta en las construcciones.
Una de las más grandes joyas
En su libro 3 joyas caacupeñas el historiador caacupeño habla de la imagen de la Virgencita Azul; el tupao tuja, cuya construcción arrancó en 1770 con la fundación oficial de Caacupé, y el Tupasy Ykua, que motiva este reportaje.
Ruiz cuenta que en sus orígenes el Pozo de la Virgen se denominaba Ykua Rivas, y su fama de aguas milagrosas se propagó fuertemente en tiempos de la Guerra contra la Triple Alianza. Después de la batalla de Piribebuy (12 de agosto de 1869) –refiere–, el Mariscal López pasó por Caacupé y ordenó la evacuación del pueblo, además del rescate y resguardo de las joyas de la Virgen incluyendo su majestuosa corona. Encomendó al diácono del santuario José del Pilar Giménez que las llevara consigo para que no cayera en manos enemigas, aunque lastimosamente se perderían en Acosta Ñu junto con varios documentos de la ciudad.
Antes de continuar, y a pedido de la raleada tropa que seguía a López, este autorizó que los soldados, ancianos, niños y mujeres bebieran abundantemente y se mojaran con las aguas del manantial. Además que llevaran lo más que pudieran para el camino en sus caramañolas.
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¿Por qué Ykua Rivas? La familia Rivas prácticamente quedó diezmada tras la guerra, pero el ykua que les pertenecía seguía ganando fama. “El manantial siempre existió, sus frescas y cristalinas aguas se deslizan sinuosas y cantarinas sobre un lecho de toscas de arcilla endurecida y blanquecina arena, hasta desembocar en el torrentoso cauce de un arroyo cuya belleza sin par quizá solo pueda pintar el más genial de los artistas”, describe Ruiz al mencionar que estaba bordeado de culantrillos y helechos con robustas plantas de guavirá, que eran el deleite de niños y grandes. Los viandantes hacían una parada obligatoria allí desde tiempo inmemorial. Los pequeños perseguían a los prolíficos apere’a.
El Indio José y su <i>Ykua</i> camino a Azcurra
El Pozo de la Virgen tiene un gemelo muy vinculado a la toda la historia de Caacupé, que también viene de antaño y su fama se ha transmitido de generación a generación por la tradición oral. Sin embargo, en 1942 la parroquia de Caacupé imprime una pequeña estampa que rescata parte de su leyenda e historia para que no quedara en el olvido: “Era el año 1603. El Pozo de Tapaicuá se desborda. Fray Bolaños conjura sus aguas embravecidas... Ypacaraí se llama desde entonces. Sobre sus olas flota una virgencita tallada en madera. Bolaños se la da en premio a su arrojo, al Indio José.
Este con su mujer y un hijo, vive después en un rincón del valle de Caacupé. La virgencita les acompaña y cobra allí fama de milagrosa: hoy todo el pueblo paraguayo la invoca y la venera y es Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé. José y los suyos murieron. El rincón que guarda sus restos se llama hoy Caacupemí. Y el pocito donde ellos y los primeros devotos de la virgencita salvada de las aguas apagaban su sed, conservó a través de los siglos su mágico nombre de Pozo de la Virgen. Sobre este pocito, la posteridad agradecida a la Madre de Dios, levantó un monumento, para decir al viajero; aquí desde la choza de un indiecito de alma candoroza, empezó a bendecirnos la Virgencita de Caacupé. Caacupé, Mayo 1° de 1942″.
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Todavía hoy existe este primer Tupãsy Ykua en Caacupemí y tiene su fiesta cada 1 de mayo desde que lo impulsara el Pbro. Juan Ayala Solís. La entronización de la Inmaculada Concepción la hizo en el lugar con anterioridad el padre Mariano Celso Pedrozo, cura párroco entre 1933 y 1937.
Ya Félix de Azara –cuenta Ruiz– menciona al Indio José, quien habría fallecido entre 1772 y 1773, al poco tiempo de haber sido fundada Caacupé por el gobernador Carlos Morphi en 1770. Su presencia complementa la festividad mariana en la Villa Serrana.
Apariciones sobre el Ykua Rivas
El antiguo Ykua Rivas, hoy Pozo de la Virgen, en el barrio Tupãsy Ykua de Caacupé –a decir de Pedro Artemio Ruiz– empieza a cobrar fama y trascender en tiempos de Don Carlos Antonio López y con la Guerra de la Triple Alianza tras el paso del Mariscal.
Durante la contienda, el pueblo había quedado desolado y las aguas cristalinas refulgían a los rayos del sol congregando la presencia de niños, muchos de ellos huérfanos. Mientras disfrutaban a sus anchas del manantial con toda la inocencia en varias ocasiones sentían la compañía de una mujer “muy hermosa, rubia y resplandeciente, que parecía no pisar el agua, pero que usaba el cristalino yvu para refrescarse y mojar su reluciente cabellera”.
Los pequeños decían que ella les aconsejaba querer siempre a Dios y que vayan a la iglesia a rezar y cantar en agradecimiento por habernos enviado a su hijo, el Salvador. Subían al pueblo con el testimonio de la visión y el mensaje ante la incredulidad de los mayores.
Sin embargo, una sobreviviente de la guerra, llegada a ese lugar precisamente antes de finalizar la contienda, doña Carlota Ozuna Aponte, muy devota de la Inmaculada Concepción, los creyó a pie juntillas.
Doña Carlota vivía con su madre, Carmen, y su abuela Vicencia, todas expertas en preparar licores y buena comida, por lo que habían estado cerca del Mariscal López y Madame Lynch en varias ocasiones a su paso por las Cordilleras.
Artemio Ruiz cuenta que la “Sargenta de López” era oriunda de Villa del Rosario, y que ella ocupó ese sitio en la comarca caacupeña por cesión que le hiciera del solar don Vicente Núñez. Estaba más que contenta porque en su propiedad bullían las cristalinas aguas de la naciente “elegida por María”.
El yvu comenzó a ser llamado como “De la Virgen” y, para evitar el chapoteo de los niños, doña Carlota le mandó poner unas vallas de contención y piedras alrededor. Luego tuvo una bóveda a modo de tatacuá hecha de ladrillos con un caño rústico para la salida del agua. Con el tiempo se fue remodelando y ya nadie dudaba, entonces, de que aquella imagen que se le había aparecido a los niños en las siestas caniculares era la misma Virgen del templo. Por demás, los peregrinos no paraban de dar testimonio del alivio que sentían al beber y refrescarse en esas aguas milagrosas.
Siempre siguiendo la investigación de Pedro Artemio Ruiz, cuando en 1884 se establece el municipio de Caacupé durante el gobierno de Bernardino Caballero, el pueblo se organizó y el solar con el manantial pasó a pertenecer legalmente a doña Carlota Ozuna y su familia. Cuando ella falleció, la propiedad la heredaron sus hijos y con el tiempo pasó a manos de la Diócesis de Caacupé, que la adquirió de una de las descendientes, Evangelista Ozuna de Larán, siendo obispo monseñor Demetrio Aquino, para la construcción de la réplica del antiguo templo en 1980.
El hermoso enrejado de 1906
Cuenta Artemio Ruiz que el Pozo de la Virgen, como tal, se menciona por primera vez en forma documentada en las actas municipales del año 1900, cuando el presidente de la corporación municipal, Pbro. José Tomás Aveiro, autoriza a levantar un croquis del pozo con el fin de refaccionarlo y especifica que el material utilizado sería el hierro.
Don Francisco Machado, acreditado herrero de Caacupé, se encargó de la construcción, obra por la cual recibió 600 pesos. En noviembre de 1906, El Diario se hace eco de la siguiente noticia: “La Municipalidad de Caacupé ha hecho colocar un hermoso enrejado sobre el muy frecuentado pozo de la Virgen, presentando ahora un buen aspecto”.
Los vecinos y las autoridades siempre colaboraban en el mantenimiento del pozo. Además del artístico domo, en 1929 se resuelve colocar sobre el pozo una bóveda cerrada y desagüe de tres caños de hierro galvanizado para la salida del agua. Casi diez años después, concluida la remodelación fue bendecido el Pozo de la Virgen por Mons. Aníbal Mena Porta, obispo coadjutor de Asunción, con la presencia de una “multitudinaria y fervorosa feligresía”.
En 1957, ante el progreso de la ciudad, la comuna local resolvió “edificar una obra perdurable tanto por su construcción como por su novedad y belleza...” y así se concretó lo que sería “una de las obras más estupendas de las realizadas hasta la fecha, teniendo en cuenta la importancia de una fuente que es de todos los caacupeños, siendo además centro de atracción de turistas y peregrinantes”.
La obra fue encargada a constructores autodidactas, encabezados por el concejal Eusebio Agüero, quien con sus hermanos José Lázaro, Epifanio y Gaspar Mauro Agüero Martínez elaboraron el proyecto y los planos, apunta Ruiz en su libro. Estos solucionaron las filtraciones que ponían en peligro la estructura con técnicas muy sencillas como el uso de la arcilla abundante existente en el lugar y la antigua bóveda fue acompañada de una obra artística y moderna con cobertura de azulejos por dentro y fuera, con una cobertura de vidrio en la parte superior. Los tres caños continuaron para el desagüe de la histórica surgente.
La gran inauguración se realizó en 1 de diciembre de 1957 en medio de gran algarabía y la presencia multitudinaria de caacupeños y peregrinos.
Hoy sigue siendo la meca de los peregrinos que, tras la caminata y el habitual rezo a la Virgen con el ritual del encendido de velas, acuden a mojarse en esas refrescantes y curativas aguas.
El libro de oro de Caacupé
Para el historiador Pedro Artemio Ruiz, la Virgen sigue obrando milagros en su vida. Una muestra es haber completado su obra El libro de Oro. De milagros, velas y de un pueblo, que será presentado este lunes 3 de diciembre a las 10:00 en la sede de la Gobernación de Cordillera.
Abarca un repaso histórico de la vida de Caacupé desde que fuera aldea así como los orígenes y la historia de la mayor devoción mariana del Paraguay. También incluye biografías de las personalidades y las crónicas que marcaron el destino de la ciudad.
“Es el resultado de un larguísimo trabajo que abarca más de 20 años. Comencé a recopilar datos de la Biblioteca Nacional, de la Academia de la Historia, de la parroquia de Caacupé, la Municipalidad y algo fundamental, el testimonio de los más antiguos pobladores, de aquellas personas de 80 años y más, que hoy ya no están pero me dieron su testimonio”, comenta el autor.
El lanzamiento se realiza en coincidencia con la festividad de este año y el historiador menciona que debió recurrir al mecenazgo para su concreción. La impresión fue realizada totalmente en Caacupé en material de muy buena calidad con el valioso aporte de la Gobernación de Cordillera.
Con orgullo menciona que la obra la dedica a todos los caacupeños y paraguayos y especialmente a sus antepasados, todos pertenecientes a laboriosas familias que con su esfuerzo contribuyeron a lo que es hoy Caacupé. “Mi abuela Carlota Vallejos vino de la compañía Almada desde los límites de Caacupé y Tobatí. Mi madre Juana Evangelista Ruiz fue hija de don José María Ruiz, campesino, agricultor que vivía en una culata jovai. Soy único hijo de madre soltera, pero ella nunca me hizo faltar nada y me inculcó la mejor educación”.
Los milagros de la Virgen
La Inmaculada Concepción de María es pródiga en milagros que sigue obrando en la vida de los fieles. El testimonio de Axel Danilo López Franco (17) es solo uno de los tantos. El lunes retiró sus estudios médicos y el martes recibió el informe de los doctores que llenó de felicidad a su familia. El miércoles acudieron junto a la Virgen a agradecer y por supuesto valió la pena para empaparse de las aguas del Pozo de la Virgen. Y qué mejor que de las manos de su papá y su mamá.
“Nos devolvió la vida, el aliento. Resucitó para nosotros”, asegura llena de emoción su madre Gladys Serafina Franco (48) acompañada de su esposo, Catalino Alfredo López Jara (44), y su hija Ámbar Amira, de 12 años. Por supuesto, los acompaña desde el cielo Ángel Dejesús, el primogénito que había fallecido a los un año y un mes, diecinueve años atrás.
La pareja de docentes vino de Puerto Rosario, departamento de San Pedro. En julio de este año, acompañaron a Axel al médico y le diagnosticaron germinoma a nivel del Sistema Nervioso Central. Tenía dos tumores en la cabeza que le producían hidrocefalia y le afectaba varias otras facultades del cuerpo y los sentidos. La enfermedad estaba muy avanzada y uno de los médicos les dio la peor noticia: “Lastimosamente, a su hijo le queda muy poco tiempo de vida”.
Pero ellos no perdieron la fe y lo llevaron al Hospital Acosta Ñu, donde tuvo dos cirugías y luego siguió con cuatro esquemas de quimioterapia con 24 sesiones. Los dos tumores desaparecieron por completo contra todo pronóstico. “Hemos visto el milagro cuando existe fe”, asegura Gladys al destacar que a la par se dio otro milagro para su hijo que, pese a seguir sus estudios en forma virtual, logró obtener la calificación de 5 absoluto, lo que lo convierte en el mejor egresado de la promoción. “Siempre fue un alumno destacado, desde el primer año, y esta vez pensó que no podría entregar la bandera que había recibido el año pasado. Pero Dios obró otro milagro en su vida. Él nunca perdió la fe y siempre dice que tiene mucho que hacer en esta vida”.