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Se hace correr la voz de que tal chica es la chonga de tal ministro Equis, que tal otra es lesbiana, que fulanita anda con el marido de menganita, algo así, convirtiendo al chisme es una forma de violencia. El chisme como instrumento de violencia ocurre en todos los niveles de las sociedades, aunque existen sectores que son particularmente vulnerables como los adolescentes y las mujeres de comunidades pequeñas, según estudios publicados por la BBC.
Esta práctica puede convertirse en un mecanismo de sanción, algo que otros investigadores han encontrado en varios países.
Las víctimas de habladurías pueden sufrir depresión, baja autoestima o problemas de adaptación. Pero en sociedades fuertemente religiosas pueden tener consecuencias mayores.
De acuerdo con investigadores y organizaciones civiles, los chismes pueden arrastrar a algunas personas a quitarse la vida.
Más allá de las opiniones negativas que pretenden dañar a algunas personas, una variante del chisme, en algunos casos, es un mecanismo para compartir información privilegiada que, de otra forma, no sería posible obtener.
Eso ocurre, por ejemplo, en instituciones donde no existen reglas claras de funcionamiento: la falta de comunicación interna se sustituye por las versiones contadas en pasillos.
La información, casi siempre de connotaciones morbosas, se esparce sin comprobar su veracidad y se hace correr la voz sin el consentimiento de la persona afectada
Cada vez se está recurriendo más a la burda costumbre de utilizar el rumor y la manipulación de las instancias sociales y jurídicas, para generar el caos y sacar réditos de sus efectos. Nuestra sociedad se acostumbró peligrosamente a nutrirse del chisme, a tomar las más trascendentales decisiones prescindiendo de la verdad y dándole campo a la perturbada imaginación de quienes solo buscan crear malestar a través de miserables argumentos en medio del diálogo social. La verdad cada vez está más extraviada, se va perdiendo por los rincones oscuros donde habitan los fabricantes de chismes.
Para ejercer la chismología pública, una especie de emporio del chisme venenoso, hace falta lengua viperina ñeé reí y carencia de escrúpulos. Nadie está a salvo de esas mesas donde los micrófonos vienen en forma de serrucho, escalpelo y bisturí. Son casi mesas de quirófano en las cuales se exponen las vísceras del ejecutivo, las intimidades de la empresaria sexual, los miembros viriles (o no tanto) de políticos influyentes, futbolistas o diplomáticos y las nuevas siliconas de la modelo top. No se respeta apellido, procedencia ni la edad del anciano, tampoco hay reparo con la dama de sociedad ni con el señor fifí. Interesante es saber que el chisme muere cuando llega a oídos de una persona inteligente.