Cargando...
El pianista Nima Sarkechik nació en Francia, pero es de padres iraníes, y llegó a nuestro país de la mano de la embajada de Francia en Asunción para realizar dos presentaciones y mantener encuentros con grupos artísticos nacionales.
Lea más: Un jardín de flores y esculturas
Entre estos, compartió un momento con los jóvenes de la orquesta de Cateura y lo que más le llamó la atención fue el contrabajo, por la ingeniosa estructura que tiene y los sonidos que emite. Le gustaría elaborar un piano de elementos reciclados, aunque reconoce que tiene una complejidad que tal vez haga difícil lograr un nivel de sonido óptimo.
La infancia de Sarkechik en un contexto de doble cultura –refiere el comunicado sobre su visita– propicia en él una libre exploración de la identidad. De Tel Aviv a Cantón, de Washington a San Petersburgo, de América a Kazajstán, de los encantos del Magreb y Oriente Próximo a Europa y Burkina Faso, el pianista franco-iraní es aclamado en las salas de concierto más prestigiosas del mundo.
–Al tener un background multicultural y un gran camino recorrido por diversas partes del globo, ¿qué aspecto ha tomado para resolver su rompecabezas cultural?
–Creo que el conocimiento que hay en la diferencia es lo más importante. La diferencia (cultural) en general puede crear un rechazo, por desconocimiento, temor, prejuicio del otro y de sí mismo hacia el otro como un mecanismo para protegerse. Pero también es el espejo social que representa cada persona para poder encontrarse y tomar nuevos caminos. En ese contexto, el arte en general es una forma de comunicarse con la gente, es un idioma con el que aprendemos de un lugar nuevo.
–Hablando de arte, ¿cómo fue el camino recorrido para llegar al piano, en qué momento se da ese descubrimiento de que ser pianista era lo que quería para su vida?
–Es difícil decirlo… porque hay también algo que tiene que ver con la educación que me dieron en mi familia... de mi padre (Homayoun Sarkechik), más que nada porque el ejecutaba el violín. Había aprendido el violín en Irán con un profesor particular. Tenía también un vínculo con la música en general. Y por ahí nos ha seguido, con mi hermano mayor, Orash, la música nos ha guiado por las escuelas… En lo particular, tenía una facilidad para el arte y amaba también la facilidad que me daba para expresarme. Cuando en mi infancia tocaba el piano, de frente al teclado lograba que la gente me escuchara a mí; lo que tenía que decir lo hacía mediante la música, y ellos se me quedaban mirando y oyendo en ese momento. Así que (ese descubrimiento) tiene que ver con un montón de cosas.
Lea más: Ocala: Pasión ecuestre
Comunicar con melodías
Desde entonces, hasta hoy ese momento de comunicación, ese momento de melodías que nacen a partir del recorrido de sus manos sobre ébano y el marfil son su sello personal que subyuga al auditorio, porque cuando Nima se sienta al piano, lo ejecuta con todas las células de su cuerpo en trance que vibra con los golpeteos del blanco, el negro, la madera y el pedal.
–Luego de ese primer acercamiento musical con el violín, ¿fue el piano su primer instrumento?
–Sí.
–¿Y el único?
–Sí, sí… (piensa y luego dice) Bueno, un poco intenté tocar otros instrumentos, pero nunca salió. La guitarra hacía que me dolieran los dedos, el violín también, tengo la respiración como para un instrumento de viento. Pero el piano, más que nada, el instrumento mismo ya es una obra de arte.
–¿Antes de venir a Paraguay, estaba en Francia o en otra experiencia?
–Estaba en Argentina... Pasé mucho tiempo ahí antes de la pandemia, unos tres años más o menos, en Tucumán y por ahí aprendí el español.
–¿Por qué razón? ¿Artística?
–Sí, tal cual. Y humana también. Porque después del año 2016, había terminado con un proyecto muy largo de varios años en París. Y me fui explorando otros lugares, otros universos. Había descubierto ese país por una gira de conciertos cinco años atrás; de forma inesperada volví a la Argentina, avisé a la gente que había conocido anteriormente. Y bueno, la primera persona que me invitó fue la directora de la Alianza Francesa en Tucumán. Así que me fui ahí y encontré mucha gente, encontré muchos artistas, más que nada. Es realmente una fuente de artistas ahí impresionante. Con la historia de Mercedes Sosa, de Juan Falú, muchos otros. Y por ahí me enganché.
El pianista franco-iraní ofreció dos presentaciones en nuestro país, una en la terraza de la Alianza Francesa y recital privado en Villa Guaraní, sede de la residencia del embajador Pierre-Christian Soccoja, en el que tocó acompañado del flautista paraguayo Juan Gerardo Ayala.
–Y aquí, en Paraguay, ¿con qué piano, o sea, con qué modelo de instrumento le tocó interpretar?
–Toqué el primer concierto en la terraza de la Alianza Francesa y lo hice con un piano electrónico, por supuesto que no tenemos las mismas posibilidades de hacer sonar las piezas que queramos tocar. Ya sea el piano o cualquier instrumento con el que interpretemos, el sonido está vinculado a lo que queremos encontrar, lo que queremos conseguir. Y por ahí con un piano electrónico es muy limitado, todo electrónico. Pero finalmente lo que importa es comunicarse con el público en contextos específicos y llegar a ellos.
En Villa Guaraní el recital lo realizó con un piano J. B. Cramer en el que interpretó varias piezas del acervo paraguayo, el cual, dice, le gustaría investigar más a fondo. En especial lo referido al idioma guaraní, pues sostiene que cada lugar del mundo tiene una particularidad, en este caso, sus formas autóctonas de expresión. Esas formas no son barreras sino caminos que se transitan mediante la música y con ella se van derribandolas y, pese a no conocer acabadamente una lengua, los sones hacen que todo se comprenda y se establezca una comunicación única. De ahí el valor del arte, de ahí el valor de la música, de ahí el valor del piano, que ofrece las melodías en blanco y negro.