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Sin embargo, siempre me sentí parte de ella por diferentes motivos. El principal, que el termo del café estaba siempre casi intacto hasta las diez de la mañana. El accesorio, que era un sitio donde uno se sentía con mucha libertad de decir, pensar, hacer lo que se le ocurriera. Con ello, se lograba trabajar con mucha creatividad. Aquel caos continuo era nuestra fuente de inspiración. Y el tercer motivo, me llevaba muy bien con la gente que estaba allí. Entre esas personas con las que estaba a gusto me acuerdo de Marilin Parini, que dirigía la revista; María Lis Rodríguez, quien siempre estaba con alguna nota interesante; Julio González, el dibujante que creó La Rata, capaz de sacar las ideas más inesperadas como el mago saca el conejo de la galera; Juan Carlos Meza, siempre buscando hacer la fotografía atractiva que pudiera servir de portada. Por último, yo que allí lograba escaparme del bullicio de la redacción.
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Desde no sé qué año escribía en la revista sobre temas que me interesaban y que podían interesarle al público. Pero también, con frecuencia alertaban de los peligros que pendían sobre nuestro patrimonio cultural que es necesario reconocer, nunca recibió la atención de nadie. Uno de esos temas fueron las Reducciones Jesuíticas, de manera especial las ruinas de Trinidad, de Jesús, San Cosme y Damián. La Agencia Española de Cooperación había enviado un arquitecto para que se ocupara del tema. Tenía su estudio en la Casa Viola, en la Manzana de la Rivera. Me fui a hablar con él y me dijo, previa promesa que no lo publicaría nunca, que el mayor problema de las Ruinas era que no le interesaban a nadie. Rompí mi promesa porque me pareció que lo que había dicho era de extrema gravedad. Nunca más me dejó entrar en su estudio. Fue todo lo que pasó.
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Como con frecuencia había más de un artículo mío en la revista, me pareció que no quedaba bien tanta firma de una sola persona y le propuse a Marilin firmar con seudónimo aquellos que trataban sobre temas de cine. Fue así como nació Clorindo Mallorquín, del que nunca se enteró nadie que era un seudónimo hasta que un día el director dijo por qué no se lo contrataba, pues le gustaba cómo escribía. Le dijeron que era un amigo mío y así fue como tuve que develarle el misterio.
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Ahora me preguntan cómo nació. Acababa de estar en Buenos Aires donde me fui a ver el Banco de Londres, una obra del arquitecto argentino Clorindo Testa. Arquitectura brutalista en su más alta expresión. La impresión me duró varias semanas y aquel nombre crecía en mi admiración. Así pues, en el momento de elegir nombre me decidí por el de Clorindo, sabiendo que en nuestro medio estaba un tanto desvalorizado a causa de la ciudad fronteriza de Clorinda. Pero no podía olvidar que era un personaje principal de La Jerusalén Liberada (1575) de Torcuato Tasso y luego convertida en ópera, Il Combattimento di Tancredi e Clorinda por Claudio Monteverdi (1624). Dos momentos excelsos de la literatura y la música. Ya tenía pues el nombre. Me faltaba el apellido. En aquel momento Mallorquín era un apellido poco menos que prohibido a causa de Numa Alcides Mallorquín, figura resaltante del Mopoco, los enemigos más temidos por el tirano Stroessner. Así fue como me decidí por utilizarlo. Y surgió el personaje. De tal manera lo internalicé que un día me di cuenta que cuando escribía bajo este seudónimo lo hacía de manera diferente a cuando firmaba con mi nombre verdadero. Nunca más volví a utilizarlo.
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Bio
Jesús Ruiz Nestosa (Asunción, 1941). Pasó brevemente por diarios como La Mañana y La Tribuna. En marzo de 1967, cuando se estaba formando el primer equipo del diario ABC Color se sumó al mismo y permaneció en este periódico hasta que viajó a España donde reside en Salamanca desde 2005. Pero siguió escribiendo en el diario hasta el año 2020. Estudió fotografía en el Rochester Institute of Technology (RIT) en los Estados Unidos los años 1982-1983. Publicó libros de relatos y de poesía. Realizó numerosas exposiciones de fotografía, y en ambos campos sigue sigue trabajando en la actualidad.