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Diciembre ya se instala en nuestras vidas a partir de los últimos días de octubre, con luces y arbolitos llega la acumulación de compras apresuradas, las calles embotelladas de tránsito y de gente que se pasó con las botellas. En casa la discusión es dónde y con quién pasamos Nochebuena y Año Nuevo, quién hace el pesebre y el arbolito, si compramos flor de coco o ya está con la guirnalda en la puerta. En las calles y comercios vemos a madres y padres hiperventilados comprando regalos. Mucho gasto y cada vez menos espíritu navideño, Papá Noel vestido para un invierno polar en nuestro tradicional calorazo de 38 grados autóctono como las internas electorales.
Conversando sobre el tema con el amigo Christian Kent, él dice: “El 12 parece ser un número importante para la cultura judeocristiana. Los 12 meses, las 12 estrellas, las 12 tribus de Israel, los 12 signos del zodiaco, los 12 discípulos de Cristo. En el Apocalipsis hay 12 ángeles en 12 puertas. Y en el calendario es el punto en que la rueda completa un giro y comienza el siguiente. Una especie de punto de inflexión entre lo que fue y lo que puede ser”.
La cercanía de las fiestas a mí me produce una especie de calambre interior, como un cosquilleo mezcla de espíritu epifánico y ajetreo pagano, entre digestivo y reflexivo.
“Personalmente, diciembre me estresa”, dice Christian Kent, “porque el enjambre se enardece, el sistema de consumo se vuelve todavía más absurdo y urgente, y uno quisiera apretar el botón que te lleve a un 2 de enero mental. La plata depende, los indies no tenemos aguinaldo, pero tampoco tenemos que pagarlo, como que estamos al margen de esa cuestión. Por otro lado, pienso que los ritos calendáricos son importantes, que las fiestas, los solsticios kuéra nos recuerdan nuestra relación con el tiempo, con el movimiento de los astros, con el hecho de que estamos flotando en un barco cuyos remos no manejamos. Y ante esas verdades tan antiguas y grandilocuentes, está el rodearse, el juntarse, el empedarse y celebrar que vamos a dar juntes otra vuelta al soleil”.
Pienso que este diciembre podría ser una buena ocasión para recuperar los mejores componentes festivos: los abrazos de gran efusión afectiva, la cita con la tradicional música navideña y con el buen humor, el disfrute de la comida, el bailoteo burbujeante de la bebida y sus efectos a favor de la demarcación del comportamiento rutinario. También, por qué no, recuperar antiguas costumbres como la de organizar un coro de villancicos de Navidad, con niños y niñas del barrio o la parroquia, para salir a recorrer pesebres cantando hermosas canciones navideñas.
Si tenemos jardín, plantemos una vid y levantemos una parralera en homenaje a otros diciembres, sus antiguos patios, aljibes y sus uvas.