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La crueldad se nutre del poder de dominio y sometimiento sobre la otra persona, cuya fragilidad queda a merced de quien empuñe el arma. La víctima se convierte en el lugar de goce, en el espacio en el que quien castiga prueba sus fuerzas considerándola inicialmente como semejante, como un límite que no debe ser rebasado, procede a una degradación de la víctima al ejercer su potencia sobre ella y cruzar el límite porque puede hacerlo.
Como dice Aristóteles quien es cruel es una bestia o padece algún tipo de patología, como la locura. En ambos casos se elimina la crueldad de la normalidad porque surge de lo que no es humano o de algún tipo de trastorno, de lo enfermo.
También sería fácil entender la crueldad como un efecto secundario del sufrimiento que nos provoca la propia vida, acorde con una naturaleza violenta, o integrarla en un discurso en el que el exceso no tiene más lugar que el que le otorgue la excepción. ¿Acaso no está en su sano juicio quien en muchas ocasiones es cruel? El corazón humano alberga la potencialidad de la crueldad.
La violencia tiene que ver con la fuerza impuesta por una furia impetuosa, incontenible, irascible. Tal vez odiar la violencia para defender la libertad y la dignidad de las personas, conduce al odio y quizá implica también que se odie a los grupos, a las instituciones, a las colectividades que encarnan alguna forma de violencia, para eliminarlos. ¿Eliminar a eliminadores?
La gente descartable es un fenómeno social, que aparece casi como natural, o como la manifestación de una violencia en la cual los límites de lo que es humano y de lo que es natural están tendenciosamente mezclados y son nuestros prójimos.
Por su parte existe una especie de policía del pensamiento que mantiene a la buena ciudadanía a distancia del lugar de un crimen o del desenvolvimiento de una protesta: ¡Circulen, no hay nada que ver! Cuestión de seguridad, de orden de las ciudades y de las almas. Se vincula a algunos especialistas que ejercen métodos sociológicos y sicológicos, para hacer de tal o cual forma de violencia, individual o colectiva un objeto de investigación y, si es posible, de control. ¿No es por esta misma razón que a veces tenemos la tentación de transgredir lo prohibido? Tal vez por eso, de repente, la gente más pacífica imagina que nada que sea decisivo puede ser pensado fuera de la violencia, y la gente tranquila y sosegada se deja envolver por cierta violencia de manera mimética.
Las condiciones del mundo en el cual vivimos no satisfacen muchos puntos de vista, y si no se quiere tener una actitud puramente conservadora, es necesario practicar un reformismo social, realista y gradual a la vez. ¿Sin crueldad y sin violencia?
carlafabri@abc.com.py