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Con justa razón “la nostalgia tiene sus razones” dice Alfredo Boccia Paz en el prólogo de la obra. Es que aquella difusa fotografía rescatada por el ingeniero Juan Migliore de una página de subastas en el año 2000, precisamente en la bienvenida a un nuevo siglo, el XXI, daba mucho que contar. ¿Qué pasó en Asunción entonces? Hubo “paseos venecianos” en la bahía, nueva iluminación, fuegos artificiales, un gentío que llenaba la playa en los bajos del Palacio de López, desfiles y campanadas en las iglesias...
El hobbie de coleccionar fotos postales y billetes llevó a Migliore a realizar posteos en una fan page de Facebook y a hurgar en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional.
“Me encontré con que todos los periódicos del siglo XIX estaban digitalizados y empecé a leer. Con mi formación de ingeniero empiezo a ordenar, clasificar datos y encuentro abundantes datos sobre los hoteles de entonces. Me doy cuenta de que, aparte de que existía mucha información sobre los hoteles, estos eran muy representativos de lo que estaba ocurriendo en el momento. Reflejaban la historia del país”, comenta el autor.
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Un ejemplo es revelador. No había hoteles en lugares como Encarnación, adonde aún no había llegado el tren. En Villarrica aparecen en 1890, cuando llega el ferrocarril. Y se instalan en los palacetes convirtiéndose en los edificios más importantes de las ciudades. Y salta otro dato importante, los hoteles en su mayor parte eran de inmigrantes.
Ancestros italianos
Ser inmigrante implica sentimientos encontrados. Lo reconoce Migliore, cuyos abuelos, tanto paternos como maternos, fueron inmigrantes italianos. “Vinieron del mismo pueblo, de Comiso, en Sicilia. Hay varias familias paraguayas cuyos antepasados vinieron de ese pueblito. En 1995 fui a conocer el lugar. Mi papá ya había muerto hacía años. Y me encuentro con su amigo del alma, que era un escritor muy famoso en Sicilia, Gesualdo Bufalino. Se emocionó mucho y me dijo que papá siempre quiso volver a su tierra. Eso me extrañó. Porque uno idealiza mucho la familia y dice soy feliz con papá y papá es feliz conmigo. Pero yo no contaba con la infelicidad que produce –y que hoy tiene tanta gente– salir de su país, y más todavía en el siglo XIX cuando salían y no volvían nunca más. Ellos murieron lejos de su país, estando en una tierra extraña. Entonces, esa gente venía aquí con su cultura, su gastronomía y eso ve en los hoteles”.
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En la carta de menú de los hoteles italianos predominaban platos italianos, en los de los franceses ofrecían comida francesa. Y así con los alemanes, catalanes, españoles...
De palacete a hotel
El palacete de Benigno López fue convertido en hotel en 1875 cuando se llamó Hotel del Progreso pero en 100 años cambió tanto de dueños como de nombre. Pasó a ser luego Hotel del Tramway, Gran Hotel de Roma, Hotel Hispano-Americano y Hotel Colonial.
Siempre fue uno de los más afamados de Asunción. Siendo Gran Hotel de Roma en su menú ofrecía exquisiteces de la alta gastronomía internacional. Desde “fiambre de bayonesa de ostras, jamón y anchoas en salsa verde”, “bacalao biscayna” hasta postres que incluían “dulces de limón, pasas, guayabas, cidra y naranjitas”.
Un servicio interesante que prestaban los hoteles, o por lo menos algunos, era el servicio de casa de baños. “Casa de baños era el lugar donde te ibas a bañar. Tenían el precio diferenciado si era agua fría, agua caliente y otro precio si era baño de lluvia (ducha). Allí te das cuenta de lo que era la higiene en esa época. Es decir, si te ibas a un hotel para bañarte, qué hacías en tu casa. Te limpiabas seguramente con una latona. Nuestra mente tiene que salir del siglo XXI para tratar de entender lo que era la sociedad, y las costumbres y las limitaciones que tenían”, cuenta Migliore.
Tres hoteles sobrevivientes
Tres son los hoteles que sobrevivieron desde el siglo XIX hasta la actualidad: el Asunción Palace Hotel, en el antiguo palacio de Venancio López; el Gran Hotel del Paraguay, en la antigua propiedad de Madame Lynch, y el Hotel del Lago, en San Bernardino.
En el caso del palacio de Venancio López, fue ocupado por las tropas brasileñas en 1869, lo convirtieron en el Hospital da Marinha Brasileira hasta 1876. De allí quedaba cerca llevar en tranvía los muertos hasta el cementerio del Mangrullo. El “hospital cue” pronto se convirtió en un nido de marginales y antro de prostitutas. Fue llevado a remate y se convirtió sucesivamente en Hotel Argentino, Hotel Franco-Argentino, Hotel Cosmos y Asunción Palace Hotel. Ofrecía en sus avisos “tranvía en puerta”, “mucho aseo y buen trato, cocina de familia” o bien “cocina cosmopolita, iluminación y timbres eléctricos”.
Migliore destaca todo lo que envuelve a la historia del Gran Hotel del Paraguay. “Sin duda, a mí me entusiasmó mucho por todo lo que pasó en esa que fue propiedad de Madame Lynch. Primeramente la compra don Pedro Recalde e instala allí una pista de carrera de caballos y a la vez un hotel, pero esta función era secundaria, lo importante era la pista. Después la adquiere un italiano, Silvio Andreuzzi, fanático de los caballos, quien le dota de luz eléctrica, un teatro y hasta lleva una empresa de tranvía para llegar hasta allí. Luego empiezan a tener apremios económicos, pues en esa época la economía no daba para ese tipo de negocios o inversión. Es así que empiezan a vender los terrenos que estaban sobre la avenida Asunción, hoy Mariscal López, y eso es histórico porque representa uno de los primeros loteamientos de todos esos predios y el origen de las señoriales casas que están entre Salinares (Perú) y San Miguel (General Santos)”.
En ese mismo momento al otro lado de la avenida Asunción aparecía un emprendimiento que se llamaba “la nueva ciudad”, que dio origen al barrio Ciudad Nueva, con la intención de extender Asunción hacia allí, tal como hoy se habla de ampliar la ciudad hacia el Chaco, cuenta el autor.
Incluso, la historia de ese hotel está muy ligada a la del solar de Sarmiento, quien se interna a vivir allí, muere y luego es el mismo Andreuzzi quien embalsama su cuerpo. “Son ellos los que le traen al fotógrafo Manuel San Martín para sacar esa foto póstuma muy famosa. Y cuando se va Andreuzzi, en 1896, viene un señor llamado Carlos Machello, que crea el hotel Villa Egusquiza, que era el presidente en ese entonces, y se va a la inauguración y comen un asado a la estaca. Machello, a los 25 días vende otra vez el hotel a otra gente y así de movido era todo, nada duraba”.
El lugar también se convierte en el sitio donde se manejan por primera vez las bicicletas en 1900, se conforma la primera Asociación de Ciclistas con William Paats y Eduardo Schaerer y se empezó a llamar al local Hotel del Velódromo, que se hunde y va a remate en 1903.
El valor de una hemeroteca
El libro es el resultado de dos años de investigación. Incluye historias de los hoteles que iban apareciendo en Asunción en torno al Mercado Central, en la antigua casa del Mariscal López, en la zona del Puerto y los alrededores de la Estación del Ferrocarril. También se extiende a los pueblos del interior como Areguá, Caacupé, San Bernardino, Villarrica.
“Creo que esta obra demuestra la importancia de una hemeroteca. El valor de la colección de diarios de la Biblioteca Nacional es impresionante. Primero, porque ayudan a encontrar muchas cosas que contradicen la historia oficial, la que se ha manejado siempre. Y yo creo que aquí está la verdad. Hay noticias, publicidades, es una fuente muy fidedigna el periódico. Los diarios tocan temas que no están en los libros, temas de la vida cotidiana de la gente... Felizmente se escaneó y se digitalizaron todos los diarios del siglo XIX, pero el siglo XX estamos por perderlo”, advierte.
La magistral obra bien podría ser interpretada como un llamado de atención a las autoridades, para los investigadores e historiadores sobre la necesidad de rescatar la hemeroteca de la Biblioteca Nacional. Es imperioso rescatar digitalizando la colección de diarios del siglo XX, por lo menos ir por décadas, porque si se pierden esos volúmenes, se perderá irremediablemente gran parte de nuestra historia y nos quedaremos sin fuentes de investigación.
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