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Esta oralidad de la lectura era una liturgia que fortalecía la autoridad. El maestro que leía en voz alta estimulaba la memoria histórica de sus oyentes, reiterando en sus lecciones lo que los grandes maestros habían dicho de una vez y para siempre. La autoridad eclesial monopolizaba la soberanía del comentario del texto.
Después de la invención de la imprenta en el siglo XV, la multiplicación de los libros impresos desactivó la ceremonia oral de la lectura y cualquiera que supiese leer, si se topaba con un libro podía leerlo para sí, sin la obligación de memorizar. Así la lectura personal silenciosa cambió el espacio de la liberta interior y por consiguiente promovió la pasión por la libertad exterior, por la libertad social.
Ya en estos tiempos, sentimos gran emoción cuando llega a nuestras manos el último libro de alguno de nuestros autores favoritos. Es apasionante finalizar un capítulo y marcar la página para encontrarte con el texto, con las ideas, con la historia al día siguiente. Al finalizar la lectura de un libro que no se olvidará puede haber tristeza, júbilo, bronca, placer o la amarga sensación de un extraño vacío, como cuando alguien a quien admiramos muere.
Quienes amamos los libros olvidamos todos los problemas al ingresar al recinto casi santuario de una librería, y solo intentamos asimilar toda esa información que llega en grandes dosis: títulos, autores, cubiertas, géneros, novedades. Todo está allí, en un mismo lugar, las estanterías están llenas de vida y quienes atienden una librería son como los sumo sacerdotes de la literatura porque saben de autores, de géneros, de libros. Adquirir un libro digital todavía no es lo mismo.
Gran parte del trabajo que hacemos hoy en día lo hacemos frente a pantallas, tenemos contacto con amigos y familia a través del teléfono móvil y las aplicaciones de mensajería, consumimos ocio en pantalla, la tecnología está presente hasta en los electrodomésticos por lo que leer en papel supone desconectarse por un tiempo de tanta tecnología.
Leer un libro en papel supone una actividad de escape. Dicen que la capacidad de relajación de la lectura reduce el estrés hasta en un 70%.
Independientemente de nuestro afecto por los libros en papel, no estamos diciendo que haya que rechazar el libro electrónico. Para nada. Son verdaderos soportes complementarios completamente válidos, una forma de multiplicar la difusión literaria y lo ideal sería compaginar ambos tipos de lectura.
El libro, sea como fuere, siempre es un viaje, un camino lleno de aprendizaje, una forma de instruir a la humanidad que ha demostrado validez y eficacia a lo largo de los siglos. Dicho todo esto solo nos queda desear larga vida a los libros.