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Casi siempre se trata de gente que sufrió esclavitud, soportó la represión de regímenes autoritarios o creció en hogares en los que la palabra de los padres era la primera, la última y la definitiva, sin tomar en cuenta si aquella palabra estaba bien o mal.
Esta experiencia crea gente que siempre estará esperando que alguien le diga lo que tiene que hacer, y entiende que la forma de caer bien o encajar en un lugar es adaptándose a las costumbres y gustos de los demás. Pese a que estas características evidencian una posible falta de personalidad, paradójicamente la adaptación, mimetizarse con el entorno, es necesaria para sobrevivir en un determinado ambiente social. Es lo que se desprende de la conducta de muchos compatriotas que van a trabajar a la Argentina o a España, y a la semana están hablando como porteños o como auténticos hispanos. Si a algunas de estas personas les queda un deseo de libertad, harán su propio camino y buscarán posibilidades más atractivas que las del sometimiento. Es posible que escuchen a alguien con ideas diferentes e intenten aprender de esa persona, y con el tiempo adopten esas ideas como propias, en especial si comienzan a sentirse mejor. De todas maneras, solo habrán cambiado de normativa, y aunque la persona de las nuevas ideas no les imponga ni exija nada, sentirán como si así fuera, porque es la forma como se organizaron sus estructuras mentales que solo han cambiado de emisor de autoridad.
A las personas desprovistas de decisión las pueden impulsar dos energías: El deseo de cambiar, de ser libres, de escapar de una forma de vida desgraciada y buscarán ideas más altas que las suyas que les permitan ser independientes. La otra posibilidad, es que sigan en un sentimiento de inercia, con el miedo a cambiar, con la creencia inculcada por costumbre de que es mejor obedecer y quedarse como están en ese mínimo espacio de supuesta seguridad.
Puede suceder que, aunque empiecen a adoptar una nueva forma de ser, si todavía tienen miedo por dentro, miedo de confiar, miedo de atreverse, miedo de liberarse, es fácil que aparezca alguien que sepa cómo utilizar ese miedo para arrastrarles de nuevo al sometimiento, al encierro y a la dependencia emocional, porque nunca tuvieron pensamientos propios, solo continuaron haciendo lo de siempre: obedecer.
Por eso es importante que aprendamos a pensar y a tomar nuestras propias decisiones. Es una necesidad urgente que se le enseñe a pensar a nuestra niñez, que en los hogares haya diálogo y se le explique a la prole por qué es mejor este comportamiento que aquel otro. Que en las escuelas se promueva el debate como herramienta de aprendizaje, fomentando el respeto por el turno de la palabra y también hacia la opinión de los demás, pese a no compartirla.