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El 2 de abril de 1982, durante la dictadura del general Leopoldo Fortunato Galtieri, las tropas argentinas desembarcaron en las Malvinas, ocupadas desde 1833 por los británicos. Así estalló la guerra que terminó el 14 de junio, tras 74 días con la rendición del ejército argentino ante las tropas británicas. En esta entrevista, Roberto Herrscher, quien actualmente reside en Santiago de Chile –es docente en la Universidad Alberto Hurtado– reflexiona sobre el conflicto bélico que vivió como soldado y luego, décadas después, relató como periodista.
–¿Que representa para vos que hayan transcurrido 40 años de un conflicto al que fuiste a combatir y que hoy podríamos decir sigue sin ser resuelto?
–Yo pienso que la guerra, vista del lado más frío, más bélico, menos humano –el que menos me interesa a mí– es probablemente entre las guerras latinoamericanas la que más rápido se resolvió. En el siglo XX solo tal vez la Guerra de los Seis Días, entre los israelíes y países árabes, fue más breve. La guerra de las Malvinas como tal duró 74 días, después de los cuales las fuerzas británicas ganaron y nosotros perdimos. La guerra terminó. En este momento hay una dotación militar importante en el centro de las islas, tan importante que tuvieron que ponerla fuera del lugar habitado. En Malvinas solo viven poco más de 3.000 personas, más de la mitad en la Capital, antes Puerto Argentino y ahora se llama Puerto Stanley para sus habitantes. Entonces la guerra terminó y yo personalmente no quiero volver a reeditar. Hay quienes dicen Nooo, eso fue una batalla, la guerra sigue, tenemos que volver militarmente a reconquistar las Malvinas. Yo creo que los conflictos de soberanía sobre tierras, donde no hay una población autóctona que esté sufriendo día a día el colonialismo, se tienen que resolver de manera democrática.
–Para muchos argentinos la consigna es que “Las Malvinas son argentinas”...
–A pesar de los cambios que han tenido los distintos gobiernos argentinos de glorificar la acción bélica, en la práctica todos los mandatos democráticos no han seguido el camino de la dictadura militar, en el sentido de realizar un ataque bélico. Yo insisto en que la guerra terminó. Lo que no terminó es la posguerra. La guerra termina para los periodistas, para los medios, cuando estalló el conflicto entre Israel y Líbano. Si uno ve diarios como The New York Times, The Washington Post, en los días finales más terribles de la Guerra de las Malvinas, ya no estábamos liderando las tapas. Los medios se fueron a otra guerra. Y la gente siguió allí con su vida. Nosotros nos quedamos anclados en cierta forma en la guerra; los que luchamos allí, los familiares de los muertos, de los heridos, los hijos, para ellos no termina nunca. Y eso es lo terrible de ir a una guerra, los efectos no terminan nunca. Esa es la principal lección para mí. Una fecha en la que no hay nada que celebrar y sí mucho que pensar, aprender y crecer como sociedad.
–¿Qué recordás de los preparativos para partir hacia las islas? Da para uno o varios libros...
–Efectivamente. En 2007, cuando se cumplieron los 25 años de la guerra, yo publiqué mi primer libro Los viajes del Penélope, y entre muchas cosas –porque es un libro más complejo– se cuenta la historia del barco (Penélope) donde yo estuve entre mayo y junio de 1982. De los preparativos solo puedo decir que era tanto el secretismo con que se manejaba todo que quienes estábamos haciendo el Servicio Militar Obligatorio en el Comando en Jefe de la Armada, donde se preparó la Guerra de las Malvinas, nadie se imaginaba... Solo en los últimos días, porque había habido un choque –que sí da para muchos libros sobre lo que pasó antes, el detonante– cuando unos trabajadores estaban desarmando una estación ballenera en las Georgias, nos pareció que estaban buscando una excusa para atacar. Sin embargo, todo el tiempo anterior, durante meses ya se estaba preparando el ataque. Muchos periodistas escribieron sobre eso después. Yo, que estaba con el doble sentido de alguien que lo vivió y luego fui periodista, leí años después cómo se armó, como se preparó la guerra, cómo fue un plan que la Marina le vendió al general Galtieri, y él lo tomó en los estertores de una Dictadura completamente desvalorizada y gastada. Una época en que a los ricos de la Argentina les iba mal y ya ni siquiera en ese momento estaban sirviendo a sus propios amos, los grandes terratenientes, los empresarios, los financistas de la dictadura. Entonces, fue una huida hacia adelante.
–Como soldados solo debían obedecer...
–Los conscriptos éramos hijos de la dictadura, nos educaron así. Los que fuimos a Malvinas veníamos de toda nuestra adolescencia vivida bajo dictadura. Casi todos los que nacimos en 1962, en 1976 empezamos el colegio secundario, cuando empezó la dictadura, vivíamos bajo permanente Estado de Sitio, en un régimen de silencio, de obediencia, de terror. El servicio militar fue la continuación del colegio en la dictadura. Se escuchaba que pasaban cosas, pero precisamente eso es lo que generaba el terror, el de los desaparecidos, sin saber exactamente qué pasó, cuántos y por qué. Me preguntan por qué fui a las Malvinas; y fue porque era una especie de causa nacional. Fuimos de la generación en la que era impensable no obedecer. Es la mentalidad de la dictadura y hoy todavía estamos tratando de construir una mentalidad democrática, de pensamiento libre e independiente, donde se cuestione sobre todo las órdenes ilegales, inmorales, antiéticas...
–Leí que empezaste en el periodismo a través de tus anotaciones. ¿En las Malvinas ya llevabas apuntes?
–Cada experiencia en la guerra era distinta. Creo que tenía un poquito más de tiempo que quienes estaban en el ejército en pozo de zorro bajo la mirada feroz de sus comandos y muertos de hambre, muertos de frío. Yo no llevaba apuntes, no pensaba ser periodista en ese momento. Escribí más bien cartas, antes que llevar un diario personal. Escribía cartas para mi familia. Estaba saliendo con mi primera novia, Carolina, y le escribía cartas a ella, a mi hermana, a mis padres, a mis tías, a mi abuela, a mis abuelos. Esas cartas eran censuradas, eran leídas, tanto las que nosotros enviábamos como las que nos mandaban... Recibíamos cartas abiertas y tenían tachones. Había un ejército de censores -que por cierto suelen ser muy tontos-, que cuando aparecían nombres de ciudades pensaban que era una especie de código... Entonces si decías: “están muy preocupados la familia de Montevideo, de La Paz...” tachaban los nombres de ciudades. Pero también decir algo como “estamos muy preocupados, dicen que vamos a perder la guerra.. todo está yendo mal”, también era considerado un discurso derrotista y lo tachaban... En algunas cartas que yo mandaba eran tan sinceras mis apreciaciones que hasta decía que éramos un ejército totalmente mal pertrechado, mal entrenado, mal capacitado para enfrentar a una fuerza, pero esas cartas te aseguro que ni llegaban...
–¿Cómo hacías para recordar después todos los detalles?
–Tuve que reconstruir mis memorias después, apenas estuve de vuelta. Se vería muy bien decir que en medio de la guerra yo había encontrado mi profesión de periodista, pero en ese momento mi vocación principal era la de ser un sobreviviente. Para mí era mucho más importante ayudar a mis compañeros a que saliéramos con vida de allí, me importaba más que quien ganara la guerra. Mi lealtad era con mis compañeros. Sin embargo, me acuerdo muchísimo de lo que hablé, de la gente que conocí, de los paisajes, de los lugares. Siento que como tenía un conocimiento de los sitios, me ayudaron luego a unas ganas de ver, escuchar, sentir, de oler y después de contarlo. Siento que mis cartas eran buenas cartas, pero lo principal es lo que empece a escribir apenas volví. Ahora, justamente acabo de recuperar unas cajas que tenía en Barcelona, donde viví antes durante 18 años. Las traje a Santiago de Chile y empecé a releer. Encuentro que al principio yo tenía un mensaje: Me volví un ferviente pacifista y quería contarle a la gente que había apoyado la guerra, qué es lo que en realidad yo había apoyado, esperando que no se repitiera. Ya después, siento que encontré mi vocación de periodista escribiendo las historias de los demás y tratando de preguntar y reconstruir lo que le había pasado a los otros.
–Qué fue lo más conmovedor que viviste en las Malvinas?
–(Suelta un suspiro como para tomar impulso...) Fue la noche en que casi morimos con mis compañeros en bahía Fox. El 26 de Mayo (de 1982) el Comando de Operaciones del Servicio Especial de Buques (SBS) británico nos empezó a bombardear. Estaba a bordo del Penélope, que era un barquito chiquitito de 16 metros de eslora, un velero de madera y desde las fragatas que estaban a kilómetros nos disparaban bombas. Los cañones argentinos no tenían el alcance que tenían ellos y que eran muy superiores. Bahía Fox está al sur, uno de los posibles lugares donde los británicos podían desembarcar, pero al final lo hicieron en San Carlos, en el norte, y fueron avanzando por las colinas del norte hasta los alrededores de Puerto Argentino, donde se libraron las peores batallas. Cuando ganaron todos esos combates y estuvieron a punto de sitiar la capital, con buen criterio, el General Mario Benjamín Menéndez, comandante de las Fuerzas en Malvinas, decidió la rendición el 14 de junio. Yo no estuve en el frente mismo, ni cerca, por tanto lo más dramático fue lo vivido esa noche del bombardeo en Fox. Fue dramático. Antes de que nosotros abandonáramos el Penélope y fuéramos en la chalupa chiquita que teníamos hasta ganar tierra y nos metiéramos en un pozo, era muy probable que voláramos por los aires el barco y todos nosotros muriéramos, porque estábamos además con tambores llenos de combustible.
–¿Lograron salvarse todos? ¿Valió la pena estar allí en esa guerra?
–Cuento esa noche en la introducción de Los viajes del Penélope y en el capítulo central sobre la guerra, cuento el miedo, la desesperación, la muerte del marinero Juan Ramón Turano, que tenía apenas 17 años. Era un marinero de carrera que a los 15 años entró a estudiar y dos años después ya era Cabo de Segunda. Aún así era el más joven, yo tenía 19. El era un niño y realmente era inconcebible que muriera en una guerra. Muchos años después busqué datos sobre él con los estuvieron conmigo en bahía Fox y encontré a su hermana. Fui a su casa en la provincia de Entre Ríos, estuve con su mamá, sus hermanos, sus sobrinos. Esos días eran de otra naturaleza, me alojaron en su casa y yo les entregué la partida de defunción que yo mismo había firmado con el capitán del Penélope y el comandante naval en Puerto Argentino. Nadie les había hecho llegar antes. Cuando me presenté: Soy Roberto Herrscher, yo firmé la partida de defunción de Juan Ramón, la hermana me dice: “cuál partida de defunción?” Les tuve que mostrar el documento que tenía en PDF. Les conté cómo había sido la guerra para mí, lo que yo me acordaba de Juan Ramón y cómo al final caímos prisioneros, después de la rendición del 14 de junio. Estuvimos prisioneros por una semana, volvimos en un ferry, desembarcamos en Puerto Madryn y nos llevaron en avión a Buenos Aires y así fue que yo volví a la casa de mis padres. Pero cuando todo eso le estaba contando a doña Juana, ella me pregunta: Y Juan Ramón ¿por qué no volvió? Y allí me derrumbé. Yo todavía no entiendo por qué no volvió Juan Ramón. No entiendo por qué de esa guerra. Eso.
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Epílogo
–Y sobre tu pregunta... lo que acabo de decir, es la respuesta a tu última pregunta... ¿Valió la pena la guerra? No, para mí no. No estoy hablando más que a título totalmente personal. Nadie más que yo, ni para los argentinos, los veteranos... no puedo responder por ellos si valió la pena o no. No valió la pena mí. Soy de los que cree que ninguna guerra vale la pena. No valió la pena la Guerra del Paraguay, de la Triple Alianza... En generaciones previas tuvimos muchas otras guerras que no debían haberse llevado a cabo jamás. Y esta Guerra de las Malvinas fue una guerra innecesaria. Tenemos que aprender sobre la construcción de la paz a partir de la celebración de los 40 años. ¡Eso!