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Mientras que para la cultura tradicional paraguaya o los “latinos”, como son llamados en el Chaco, es normal revivir tradiciones como el pesebre, el clericó y últimamente la estruendosa pirotecnia, los indígenas la celebran de forma muy similar, con el infaltable culto o misa, según la creencia y con la cena en familia, en la que tampoco faltan los regalos, principalmente para los más pequeños.
Hay tradiciones que tienen siglos y que también son conservadas de generación en generación, principalmente con los germano-descendientes, que fueron los primeros en colonizar el Chaco Central, hace casi cien años.
Si bien muchas de estas costumbres tuvieron como escenario paisajes europeos nevados, la historia de la inmigración hizo conservar muchas de ellas al calor del clima paraguayo, que tiene sus temperaturas más elevadas precisamente en diciembre.
El historiador Korny Neufeld, del Departamento de Turismo de Fernheim (Filadelfia), aún recuerda las primeras navidades de su infancia, en un Chaco que recién comenzaba a ser poblado: “Nuestros padres se esmeraban mucho para poder prepararnos un regalito, generalmente no eran juguetes sino alguna golosina o también ropa (…) en la noche de Navidad, los niños esperaban un rato afuera y cuando entrábamos para cenar, sobre el plato de la mesa cada uno encontraba un pequeño presente”, comenta entusiasmado. Destaca también que pese a la situación difícil que atravesaban, los primeros inmigrantes mantuvieron vivas las costumbres de cantar villancicos y de preparar delicias que solo se comen en esa época.
Una de estas costumbres es la que se conoce como Las velas de Adviento.
Durante los cuatro domingos anteriores al inicio de la Navidad, las familias descendientes de alemanes encienden una vela cada domingo hasta que por fin, el domingo justo antes de Navidad, prenden las cuatro, pero ¿cómo surge esta tradición tan interesante?
Concretamente hasta el año 1833, cuando un pastor protestante llamado Johann Hinrich Wichern (ya solo el nombre es un trabalenguas) tenía la admirable misión de cuidar de niños que se encontraban en situaciones de extrema pobreza. Durante ese año decidió mudarse a la Casa Rauhe en Hamburgo, una antigua granja donde cuidaría de todos estos niños.
Para hacer más llevadera la espera hasta la Navidad, Wichern decidió construir en 1839, y con una rueda vieja de un carro, una corona de madera y 4 velas grandes de color blanco y durante los domingos de Adviento se encendía una de las velas grandes. De esta manera, los niños podían descontar de una forma divertida los días que quedaban hasta Navidad. Es común hoy en día encontrar frecuentemente estos adornos, hechos en la actualidad de diferentes materiales, pero en los primeros tiempos en el Chaco el calor era tan extremo que las velas se derretían antes de poder usarlas. En muchos hogares ahora directamente ponen las cuatro velas en algún lugar de la casa, sin hacer la corona que las rodea, así que es una tradición muy versátil.
La interpretación más extendida con esta tradición es la asociada con el símbolo de la eternidad, vida y luz que llegan al hogar durante esta época. El color verde de las hojas refleja la esperanza y la vida, la forma circular la eternidad y las velas la luz que ilumina al mundo en Navidad.