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Contemplar el Paraná en la triple frontera y sus cercanías es como realizar un viaje en el tiempo. El agua es protagonistas en esas inmensidades del paisaje aún cuando estemos en medio de una larga sequía.
Imaginarse cómo habrá sido para los primeros exploradores llegar hasta esa zona lleva a otra dimensión. Alejo García lo atravesó en 1524 en su viaje hacia el dorado imperio de la codicia y descubrió el Paraguay. “(...) siguió las orillas del rio Yguasú, cruzó el Paraná más arriba de la boca del Monday, y ya en la región central del Paraguay formó un ejército de 2.000 guaraníes”, relata Marcelino Machuca Martínez en Mapas Históricos del Paraguay Gigante. Luego Álvar Núñez Cabeza de Vaca siguió casi la misma ruta en 1541 cuando vino a Asunción como Segundo Adelantado del Río de la Plata. Con el Tratado de Madrid de 1750 la Provincia Gigante perdió sus costas sobre el Atlántico y el Paraná quedó conformando nuestra frontera Este.
¿Mito o realidad?
Con la actual bajante se viralizan videos de que se puede cruzar caminando el río Paraná. ¿Es un mito o una realidad? Y podrían ambas cosas cosas a la vez, según el tramo. No hay evidencias concretas en las costas del Alto Paraná -como se vio en la zona de Ayolas, en Misiones, donde el cauce es menos profundo- pero tampoco es un mito, a criterio del comandante del Área Naval del Este Cap. De Navío DEM Cristhian José Rotela.
Con la larga sequía el río Paraná se encuentra a 10,67 metros por debajo de la cota habitual a la altura de Ciudad de Este y la Triple Frontera que es de 16,25 metros. La estación hidrológica del Puente de la Amistad dependiente de la Dirección de Meteorología reportó la semana pasada una altura de 5,58 metros, lo cual representó un leve aumento con relación al 18 de agosto, cuando la cota era de tan solo 3,75 metros.
Las planchadas de piedra, islas con bordes desnudos e islotes rocosos son la constante en las costas. El Puente de la Amistad se puede observar con toda su estructura fuera del agua y con las marcas de niveles de crecidas anteriores, según un recorrido que pudimos realizar con el Cap. De Corbeta Félix Duré, segundo comandante del Área Naval del Este. Y si bien desde lejos resaltan los peñascos, que normalmente están sumergidos en el agua, cuando uno toma una embarcación para internarse en esas aguas se siente la fuerza y magnitud del caudal en el canal principal.
Este caudal también puede subir y bajar entre tres a cuatro metros en cuestión de horas, especialmente al caer la noche el nivel va subiendo y baja al amanecer y eso se puede notar en sus costas al bajar.
De hecho en tiempos de inundación de la noche a la mañana las aguas invaden los barrios ribereños como San Blas, en las cercanías de la desembocadura del río Acaray, frente a la isla homónima Acarai (lado brasileño) al norte del Puente de la Amistad, pero que los lugareños llaman Isla das Cobras.
El torrentoso río está siempre allí regando con sus aguas, aunque sin posibilidades de permitir la navegación en estos tiempos de bajante.
Cómo lo vio Azara
Hablar del Paraná es hablar de los míticos Saltos del Guairá. Azara, quien se embarcó en 1781 hacia estos lares, lo contempló en su más grande esplendor y lo describió. “Las primeras vertientes del Paraná nacen de las sierras donde los portugueses tienen las minas de oro que llaman Goiaces...”. Lo plasmó en su mapa con numerosos afluentes que superaban hasta a los ríos más grandes de Europa. “Aunque no haya practicado esperiencia para conocer el caudal del Paraná, creo no exagerar diciendo que es mayor diez veces que el Paraguay al juntarse con este” y añade que al conformar el río de la Plata este “tiene más agua que una multitud de los más grandes ríos de Europa juntos grandes y chicos”.
El explorador y naturalista español, enviado como parte de la comisión demarcadora de los límites de la colonia española, sin lugar a dudas quedó cautivado al describir “un espantoso despeñadero de agua digno de que le describiesen Virgilio y Homero”.
Esas mismas aguas, según sus escritos, que forman una lluvia al chocar contra las rocas, colorean arcoiris y rugen a lo lejos son las que conforman el caudal del Paraná, repartido en numerosos brazos en parte y entre islas.
Hasta el Iguazú corre por un lecho desigual, pedregoso, estrecho y profundo, de manera que con mucha pendiente -dice Azara- y la estrechez, corren las aguas furiosamente, dando trompadas contra las peñas y chocando unas con otras, formando innumerables y violentos remolinos y abismos capaces de tragar a cuantos barcos navegan por allí.
Si bien, Bougade La Dardye quien vino al Paraguay en 1889, dice que Azara exageraba en sus descripciones, tampoco pudo quedar menos impresionado: “El Paraná Medio no es sino un torrente estrecho, violento, sometido a bruscas crecidas, que sigue durante 650 kilómetros su vertiginosa carrera en medio de rocas y rápidos” y atribuye esta situación a la formación de la sierra del Amambay y la falla del Paraná, que dio lugar a los saltos y a partir de allí tuvo que “abrirse camino” sobre un lecho de piedra silícea colorada y escarpadas orillas. “Como vemos el Paraná Medio es, de todas las partes del río, el más interesante desde el punto de vista geológico. ¡Qué sería si habláramos del lado pintoresco!”.
La furia de las aguas
Luis de Gásperi en su Geografía del Paraguay (1920) describe el Este del país regado por “numerosos ríos de no poco caudal corren por profundas hondonadas y sobre un lecho, la más veces de piedra, a morir en el Paraná, formando algunos de ellos en su curso pequeñas cataratas, bellísimas como la de Ñacunday. Toda la zona se halla a 193 metros sobre el nivel del mar”.
Guillermo Tell Bertoni, hijo del sabio Moisés Bertoni, en su Geografía Económica Nacional del Paraguay (1940), distingue la vertiente del Paraná por tramos. El medio va desde la confluencia con el río Paraguay hasta Encarnación donde la hidrografía es pobre y de poca profundidad. En cambio la vertiente del Paraná superior o Alto Paraná se compone de tres tramos, en el primero se ubican los ríos más o menos correntosos pero sin saltos; entre Ñacunday y Hernandarias se ubican las tres arterias hidrográficas más importantes de la región que son el Ñacunday, el Monday y el Acaray. Si bien son navegables en todo el curso están interceptados por saltos de 25 a 35 metros al precipitarse hacia el Paraná. El más importante de ellos es el Acaray dice Bertoni “pero este río no puede servir más que para la circulación interna de la comarca y para la salida de los productos de la misma, mientras que el Monday, que corre de Oeste a Este, ofrece una vía de navegación fácil en las épocas de lluvia, desde Caaguazú hasta el litoral del Paraná. Por esta via tiene hoy salida toda la producción de yerba y de madera de las vertientes orientales de la cordillera central”.
Recordemos que eran otros tiempos, el de las jangadas de 400 a 500 piezas de madera y chatas yerbateras que se desplazaban por la vía fluvial.
Natalicio González en su Geografía del Paraguay añade que la sierra del Caaguazú condiciona la hidrografía que “cae a pico o en bruscos escalones, y las arterias que ruedan tumultuosamente por sus ásperas pendientes, conocen una ruptura tras otra. Aun las accesibles a embarcaciones de bastante calado, no pueden entregar al Paraná las riquezas de su zona”.
En El Paraguay Contemporáneo (1929) menciona que el río Acaray es considerado el “rey de todos los afluentes del Alto Paraná” navegable por embarcaciones de poco calado hasta caer estrepitosamente a un precipicio de 43 metros en Puerto Embalse.
La cuenca del Alto Paraná es la más rica en “superabundantes vertientes cristalinas y caudalosas, con formidables saltos y magníficas cascadas” que se encuentran en el Paraná describe Porfirio Villalba en Riqueza Hidrográfica del Paraguay. “Son como un estallido platinado de aguas cristalinas; brazos que se extienden hacia sus nacientes, distantes muchos de ellos, más de 100 kilómetros, desde donde circulan, abriéndose paso por los bosques milenarios perfumados y campos abiertos o quebradas de colinas y serranías, para concurrir al majestuoso río Paraná profundo, con remansos bravíos, como el Santa Teresa y San Francisco, donde los barcos retenidos por los vacíos del remolino de las aguas, permanecen vibrando por más de 10 minutos, en pugna con las remansadas, que algunas veces tragaron jangadas de maderas en vigas y rollizos y también embarcaciones menores”.
Texto y fotos: Pedro Gómez Silgueira / Colaboración de Tereza Fretes y Fredy Flores.