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Diecisiete años después de la tragedia más grande que vivió nuestro país en tiempos de paz, Berzabé Meza siente una opresión en el alma cuando pisa el memorial del siniestrado supermercado Ycua Bolaños. El tiempo pasó, es cierto, pero las heridas aún están en proceso de cicatrización. Quizás le tome el resto de su vida, quizás nunca cierren del todo... Respira hondo intentando controlar la emoción que le desborda el pecho cuando habla de Juan, cuando cuenta lo que le pasó en ese lugar.
“Realmente es doloroso, hasta hoy a mí me da un impacto otra vez mirar todo lo que fue aquel día; es muy doloroso”, comienza diciendo la mujer que aquel domingo, 1 de agosto de 2004, perdió al otro pilar que sostenía su familia y que se quedó sola con siete hijos, la menor de apenas 4 años.
Mi hija trepó, quería alcanzar el cielo
El impacto, no solo en ella, sino en sus hijos, fue muy fuerte y todos lo fueron sintiendo de distintas formas. “La más chiquita tenía cuatro años, a ella sí tuvimos que tenerla con tratamiento psicológico; ella no entendía, nosotros le decíamos que papi está en el cielo, que es una de las estrellas”, rememora Berzabé. “Quería subirse donde sea, subió a la terraza, al balcón, quería alcanzar el cielo para verlo”, cuenta.
Recién después de mucho tratamiento, pudo llevar a la niña a mostrarle la tumba de su padre y revelarle que “aquí está papito, él falleció en Ycua Bolaños. Cerraron las puertas, no pudo salir. Y su alma está en el cielo y es una de las estrellas”, relata.
“Con eso, nosotros fuimos creciendo”, cuenta. “Toditos mis hijos tuvieron un lapso, un momento difícil. A los mayores, yo les llevaba a las marchas, mientras los chiquitos se quedaban con los vecinos. En homenaje a él, al ingeniero Juan Brizuela, nosotros estamos siempre luchando y contamos esta historia porque es importante saber”.
El mayor temor por la seguridad
Berzabé cuenta que, a pesar de que eran asiduos clientes del supermercado y que siempre iban en familia, Juan era el más preocupado por las condiciones de seguridad del edificio. Ingeniero Industrial de profesión, conocía perfectamente lo que le faltaba al Ycua Bolaños para ofrecer garantía a sus clientes. “Él en casa es el cocinero”, menciona, como si Juan todavía estuviera presente entre ellos. “Entonces los domingos siempre cocina y ese domingo tenía que ir a hacer las últimas compras; jamás volvió a mi casa. Él era el que más se preocupaba, me decía que no tiene nada”, apunta. Hasta llegó a “presentar un proyecto de prevención contra incendios y Paiva le decía que era muy caro”, declara la mujer y señala, con rabia, que “justo vino a morir acá, con tanta preocupación que tenía por la seguridad”.
Negarse a creer lo que pasó
Ese domingo, Berzabé fue alertada por los vecinos del barrio sobre lo que estaba pasando en el supermercado. Enseguida pensó: “Y Juan que no viene, seguro está ayudando a los demás”. Pero los vecinos le advirtieron: “Fijate que ya hay muertos, cerraron las puertas y no pudieron salir”.
Entonces ella lo siguió buscando: “Me fui a IPS a buscarle entre los vivos, heridos, pero después de tanto intento me llamaron y me avisaron que se le encontró a Juan, pero ya sin vida”, recuerda con los ojos cargados de lágrimas. “Fue terrible ese día, es terrible, terrible. Fue un día tan oscuro para mí, un día tan oscuro”, dice Berzabé y cuenta que a partir de ese momento los recuerdos son algo confusos. De los trámites para encontrar dónde enterrarlo y el velatorio y entierro recuerda muy poco: “No pude aceptar por supuesto, tuve ese momento de no querer aceptar”.
Lucha contra una mafia judicial
A partir de ese día, la lucha de esta y las demás familias fue por controlar que la justicia cumpla con su deber. Berzabé cuestiona duramente el papel que jugó el Ministerio Público en todo el proceso, al que acusa de estar más preocupado por “enajenar los bienes de los Paiva, por cuidar a los Paiva”, que por proteger a las familias de las víctimas y a los sobrevivientes. “Esa fue también una parte de nuestra lucha”, recuerda. Por ese motivo, apunta, “creamos un grupo de contención, un grupo fuerte con el que chocábamos con toda la Fiscalía; con todo el mundo tropezábamos porque queríamos contar la verdad, teníamos sed de justicia. Aquí empezó una lucha campal contra una mafia establecida en el Poder Judicial, en la Fiscalía. Tocamos puertas, nos negaban la ayuda”, denuncia.
Ante tanta indiferencia de las autoridades, sobrevivientes y familiares hicieron un pacto: “Dijimos que no íbamos a llorar, íbamos a luchar. Íbamos a llorar en nuestras casas, en la iglesia, frente a Dios, pero nosotros teníamos que ser fuertes frente a las autoridades que nos daban la espalda”. La fortaleza del grupo fue el pilar principal para esa lucha de dos frentes; por un lado, por conseguir justicia y, por el otro, contenerse mutuamente. “Cada uno hacía lo suyo, lo que cada uno hacía mejor”. Berzabé y su grupo eran los que iban a protestar, a presionar para que el fiscal defienda los intereses de las víctimas. “No entendíamos por qué una vez más nos cerraban las puertas, ya cerraron las puertas a cuatrocientos seres queridos. Todos nos cerraron las puertas”, sentencia.
Un nuevo golpe fue asestado a las víctimas sobrevivientes y familiares de los fallecidos con el primer juicio oral. “Hubo un juicio oral que tuvimos que suspender porque iba a ser un fallo vergonzoso”, reconoce Berzabé, y añade que “el pueblo, con todo el coraje y con toda la sed de justicia que tenía nos ayudó, nos apoyó y nos fuimos a hacer una manifestación gigantesca. Con eso, y con la fuerza de nuestros abogados, conseguimos un nuevo juicio oral”. A pesar de ello, para la mayoría de las familias, la sentencia conseguida en el segundo juicio sigue sin ser ejemplar.
Del dolor brotó el amor
Pero como un bálsamo sanador, del propio dolor de la lucha surgió la fuerza más poderosa, la del amor. Aida Luz, hija mayor de Juan y Berzabé, conoció el amor en los grupos de víctimas. Nelson, sobreviviente de la tragedia, perdió a su esposa y a uno de sus hijos en el incendio. Ambos se encontraron en pleno combate por la justicia para sus respectivos seres queridos y su amor sirvió para sanar muchas de las heridas.
“Hubo muchas historias buenas dentro de este dolor”, dice Berzabé, con una sonrisa del alma, “una de ellas fue la de mi hija que en el grupo de lucha encontró el amor y fue lindo. De alguna forma buscamos una felicidad y ella la encontró. Ella es mi hija mayor, era mi brazo derecho, todavía lo es. Ahora tengo dos brazos derechos”, sostiene con alegría. Fue algo muy bueno que nos pasó, fue como un bálsamo, esa es la palabra, fue como un bálsamo que parece que nos dio fuerza para continuar la lucha.
La lucha continúa
Como para las demás familias que sufrieron las consecuencias de la tragedia, la lucha no terminó con la sentencia, recién empieza y es por lograr que, como país, saquemos lecciones de lo que pasó en Ycua Bolaños. “No hubo un castigo ejemplar, todavía no hay justicia. No fueron castigados todos los responsables: el intendente municipal, el arquitecto, los directivos, como debe ser. Para nosotros, no cierra el duelo. No hemos aprendido nada, todavía no están dadas las condiciones para que podamos decir ‘yo voy a entrar a ese edificio y voy a salir con vida’. La lucha continúa, la lucha tiene que continuar para que algún día tengamos una ciudad segura, un país de verdad”.
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