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–Los estudiantes en crisis, en rebeldía, reclaman. No aceptan el cierre porque sí de las Universidades privadas. El caso Unasur...
–Es un fenómeno nuevo. Son universidades que no están acostumbradas a ser controladas. Han actuado muy libremente amparadas en la autonomía universitaria. Se ha abusado de esa libertad que repercute en el nivel educacional. El nivel es bastante precario. Tenemos de 60 a 70% de matrícula en las universidades lucrativas...
–¿Paraguay?
–Está en 60% aproximadamente. Pero qué pasó. De programas baratos: administrativos, comerciales, humanidades, se volvieron más osados y comenzaron a instalar facultades de alto costo como medicina, que requiere de un hospital; ingeniería, que requiere de laboratorios sin estar preparados para hacerlo. Ahí está la falta de ética de los dueños de estas universidades.
–La realidad es que hay una explosiva demanda. El sector privado da a los jóvenes una posibilidad que el Estado no ofrece.
–Un aspecto positivo es ese. Es cierto, jóvenes de menores recursos van a esas universidades. Hay una demanda masiva. Paradójicamente, las universidades públicas se convirtieron en centros superiores de élite. El pobre no alcanza a superar la rigurosidad de sus exámenes. Medicina es una carrera difícil de acceder para un estudiante de extracción humilde. Entonces se dan estas paradojas de desequilibrio social en la educación en el Paraguay. Las privadas palian en parte estas necesidades pero de manera impropia...
–¿Cumplen un rol social o no?
–Es cierto, pero también hay una cuestión cultural. El que ingresa se pone como objetivo lograr el máximo título. Al pagar la cuota los padres creen que sus hijos tienen derecho a ser doctores como mínimo, ingenieros, arquitectos, veterinarios. Pero no todo el mundo está calificado para esas carreras, independientemente de su situación económica. El perjudicado final no va a ser el estudiante de clase media o clase alta. Va a ser el pobre que tiene mala formación.
–La cuestión es ¿cerrar y se acabó? Si comenzaron a operar es porque las autoridades habilitaron.
–Yo estoy de acuerdo en que se debe analizar mientras el Cones (Consejo Nacional de Educación Superior) continúe su trabajo. Yo apoyo el trabajo que viene haciendo. Apoyo el cierre de Universidades que no cumplen con los criterios mínimos.
–Qué sugiere que se haga...
–En 2005 el MEC me pidió algunas ideas. Yo recomiendo que se haga un ranking de mejor a peor, como en Ecuador. Allá hay un programa que ya tiene 10 años que clasificó las universidades en A, B, C, D y E. Entonces las instituciones responsables evalúan las universidades de acuerdo a estos criterios y luego les ranquean. Se les da tiempo para ir subiendo de categoría. Cuánto más investigación hacen van para arriba. Se les da un plazo de dos a tres años. Si no se adecuan se cierra. Cerrar todas tampoco es la solución. Como dice usted, están cumpliendo una función social.
–Si se cierra, ¿qué opción puede dar el Estado?
–Tiene que haber un saneamiento. Siempre se sufre en los inicios de los cambios. Necesariamente alguien va a tener que sufrir.
–Usted es muy drástico.
–Yo soy del criterio de que tiene que cerrarse. Estoy de acuerdo en que hay que darle un tiempo prudencial para que se adecuen. Creo que a esta Universidad Unasur ya se le dio el tiempo. No sé cuál sería la solución, pero si no reune los requisitos...
–Usted no les da una alternativa a los alumnos, que sean acogidos por la UNA por ejemplo...
–Puede ser una salida razonable, pero no todas las carreras que están en las universidades privadas están en la UNA. El sector privado tiene mucho más diversidad. La UNA no se ha diversificado. Está con sus materias clásicas desde hace 50 años. El Estado debe ofrecer eso como cosa pública, pero tiene que tener también sus exigencias de admisión, sus exámenes de ingreso. A nivel público se trata de hacer en serio las cosas porque no hay lucro de por medio.
–Atrapado en una endogamia, como dice (el padre) Montero Tirado...
–Absolutamente. La Universidad pública es endogámica tremendamente. Hace falta un recambio. Endogamia es un término genético que tiene que ver con la falta de recambio de genes. Los genes se intercambian y el progreso biológico se basa en el mayor intercambio. Cuando hay menor intercambio de genes entonces se producen los problemas por la falta de recambio. Las enfermedades que están ahí presentes se van a diseminar más rápida y ampliamente cuando hay factores endogámicos.
–El movimiento “UNA no te Calles” hizo echar decanos, las autoridades pidieron perdón, pero se acabó la fiebre...
–Es una pena que haya enfocado solamente el aspecto administrativo y no el académico. Si se hace una evaluación rigurosa hay facultades que pueden correr riesgo de cerrarse. “Una no te Calles” estuvo correcto para señalar la corrupción y se inició un intento de mejoramiento académico, pero quedó truncado. No hubo cambios fundamentales...
–Qué tiene que cambiar en la parte académica...
–Tiene que haber más investigación. El profesor tiene que estar en su cátedra todo el día.
–Pero tampoco hay buena paga. El administrativo gana mejor...
–Así mismo es. Hubo un intento interesante. Aquel rector anterior, Pedro González, instituyó un dinero para los profesores que hacen investigación. Consiguió 60 rubros en el Parlamento. Creo que eran de 12 millones de guaraníes mensuales. La suma se mantiene igual desde hace 15 años a pesar del tiempo y, lo más notable, de los 60 apenas 20 son investigadores...
–¿El resto fue al bolsillo de los amigos?
–Fue para los amigos. Nunca fue regulado por el sistema meritocrático. Se requiere de una revolución muy grande para cambiar la Universidad y reconvertirla en una Universidad de investigación. No hay esa voluntad.
–¿Qué pasa si viene un Presidente y dice: “Voy a destinar desde este año el 7% del presupuesto a la educación”?
–Así como está la UNA no me animaría a darle un presupuesto altísimo hasta que no demuestre una reconversión y un cambio de cultura académica, de la docente a la investigativa. Tiene que haber un cambio cultural, y yo creo que eso pasa por cambio de personas. Si hubieran aceptado nuestras sugerencias hace más de 10 años, hoy la UNA iba a estar con el 70% de investigadores. El cambio tenía que ser gradual.
–El gobierno compartido en la Universidad: rector, decano, docentes, estudiantes y representantes de egresados, ¿no funciona?
–Este modelo, que es muy latinoamericano, se originó en la revolución de Córdoba en 1918. En esa época se justificaba ampliamente. Hasta ahora se justifica el gobierno paritario.
–Esto mismo que exigieron los estudiantes. –Sí, y yo les apoyé...
–¿Por qué? ¿No está desfasado?
–La realidad latinoamericana es otra. Estuve cuatro años en el consejo de Medicina. Si no había protestas estudiantiles nada cambiaba. En Paraguay no hay cambios si no hay revoluciones estudiantiles. Entonces me pareció correcto tener más estudiantes y más egresados no profesores dentro del Consejo.
–¿No hay peligro de dictadura estudiantil? –Por mi propia experiencia he comprobado que cuando está más mala la situación, cualquier idea de cambio es buena. No digo que sea un modelo paritario para siempre, pero a lo mejor temporalmente, yo creo que es un instrumento que puede ser interesante para el recambio. El profesor se eterniza. En la Facultad de Medicina había que echarlos a los jefes de cátedra. No querían salir más, era más bien una cuestión de poder.
–Y eso existe todavía...
–Y sí. La UNA está igual. Muy poco ha cambiado. Entonces, si la Universidad madre sigue así, el panorama no es alentador. El problema es más grave que el cierre de la Unasur. Yo no estoy en contra de la Universidad privada. Soy ideológicamente un liberal, pero no este libertinaje que ha ocurrido.
–Pero ¿les sirve el título para el mercado laboral? A un empleador el título no le impresiona...
–Hay muchas quejas a nivel empresarial sobre la calidad de los empleados. Es una realidad que los cargos gerenciales en las grandes empresas, en un alto porcentaje, son acaparados por extranjeros o aquellos privilegiados que han estudiado en los grandes colegios de acá y se especializaron afuera.
–¿Usted tiene sus hijos afuera?
–De cuatro, tengo dos hijos afuera que ya no volvieron. La paga, la calidad de vida y la calidad del trabajo son muy diferentes. Yo mismo estuve a punto de quedarme (en Estados Unidos), pero volvimos un grupo de médicos en esa época. Por supuesto, el shock cultural después de 10 años de estar afuera es tremendo. Pero uno se adapta. Yo tenía mi especialidad, la patología. Volví y comencé de cero. Traje todo mi equipo. Trabajé en el Hospital de Clínicas y en el Instituto del Cáncer. Estuve 20 años en las instituciones públicas.
–¿Por qué volvió?
–Mi familia no estaba muy adaptada, esa fue la causa principal...
–¿Dónde vivió?
–En Nueva York. Volví con temor porque allá estaba muy bien. Pero regresé y nunca más busqué volver. Con todas sus imperfecciones, prefiero nuestro país.
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