Dioxitek no es simple planta química, sino nuclear

Desde el Gobierno argentino insisten en que Dioxitek es una “simple planta química” y varias autoridades paraguayas se apresuraron a aceptarla.

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Sin embargo, las propias instituciones regulatorias del vecino país la consideran una instalación nuclear. La distinción es mucho más importante de lo que podría parecer.

Dioxitek es una planta productora de dióxido de uranio, base del combustible para centrales nucleares, que acaba de ser clausurada por la Municipalidad de la ciudad de Córdoba y está por reubicarse en las afueras de la ciudad de Formosa, frente a Paraguay.

Además de dióxido de uranio, fabrica otros productos dentro del ámbito de lo que llaman “tecnología de irradiación”, como fuentes selladas de radioisótopos de Cobalto-60 para uso médico e industrial.

Si fuera una simple planta química, entonces Paraguay no podría objetar su emplazamiento muy cerca de su frontera y ni siquiera tendría muchos argumentos legales para exigir explicaciones y garantías, más allá de las que Argentina misma decidiera conceder por propia voluntad.

Esta ha sido, de hecho, la posición del Gobierno argentino y de la gobernación de Formosa, y la razón por la cual el canciller nacional, Eladio Loyzaga, declarara en estos días que Paraguay “no puede vetar” la instalación de la fábrica.

Ya con anterioridad, el expresidente paraguayo y embajador de nuestro país en Argentina, Nicanor Duarte Frutos, había expresado en más de una oportunidad una visión similar. “En realidad será una planta química, inofensiva para la población, tanto de la ciudad como de las localidades paraguayas lindantes”, había señalado a principios de este año, cuando crecía la preocupación interna a raíz de publicaciones que constataban el avance del proyecto en Formosa.

En cambio, si fuera una instalación nuclear, Argentina quedaría obligada a someterse a convenciones internacionales en el marco, por ejemplo, del Organismo Internacional de Energía Atómica de las Naciones Unidas, que no solo establece una serie de requisitos, sino la conformidad de un país limítrofe para el desarrollo de cualquier programa nuclear fronterizo.

Obviamente Dioxitek no es una central atómica, pero, claramente, por sus características intrínsecas, no es una planta química convencional, sino una instalación nuclear, con manejo de material radiactivo para fines nucleares.

Tanto es así que no se rige por el conjunto de normativas que en la Argentina reglamentan las actividades químicas, sino que entra dentro de la jurisdicción de la Autoridad Regulatoria Nuclear (ARN), que es, como su nombre lo indica, la institución argentina dedicada al control y fiscalización de la actividad nuclear.

La misión de la ARN, según lo expresa en su página de internet, es “proteger a las personas, el ambiente y las futuras generaciones del efecto nocivo de las radiaciones ionizantes. Tenemos como objetivo principal establecer, desarrollar y aplicar un régimen regulatorio para todas las actividades nucleares que se realicen en la República Argentina”.

La ARN fiscaliza a Dioxitek y la incluye en sus informes dentro del capítulo de “Plantas de conversión y fabricación de combustibles nucleares”, al tiempo de someterla a monitoreos de rutina y extraordinarios en la categoría de “complejos minero fabriles de uranio”.

Si Dioxitek fuera una simple planta química, como pretenden alegar, en todo caso la incluiría en la categoría de “Monitoraje ambiental no relacionado con las instalaciones nucleares”, bajo la cual la ARN mide radiaciones fuera del ámbito estricto de la actividad nuclear.

En Córdoba, Raúl Montenegro, activista contrario al desarrollo nuclear, señala que Dioxitek combina sustancias químicas no radiactivas con materiales radiactivos y que tiene una característica totalmente distinta a la de una planta química convencional.

Desde la otra vereda, el ingeniero Hugo Malano, exdirector del reactor de investigación RA “0” que funciona en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Córdoba, si bien subraya que “yo diría que (Dioxitek) es más química que nuclear”, admite que, “evidentemente”, tiene que ver con lo nuclear.

Pero más allá de ello, sería realmente muy ingenuo desde el punto de vista paraguayo que centrara las tratativas y pedidos de informes exclusivamente en Dioxitek, ya que, como señalábamos en la primera nota, está muy claro que su instalación en Formosa es solo un punto de partida para un plan nuclear mucho más amplio en esta provincia limítrofe, que incluye la construcción de un reactor Carem 150, seis veces más potente que el que están desarrollando en el complejo atómico de Lima, en el partido bonaerense de Zárate.

La Dioxitek de Formosa está proyectada para ser tres veces más grande que la Córdoba, que tiene una capacidad nominal de 120 toneladas anuales de dióxido de uranio. La nueva, según la página oficial de la propia compañía, producirá 460 toneladas al año.

Realmente no tendría mucho sentido una instalación semejante si no estuviera vinculada a algo mayor. De hecho, el ministro de Planificación argentino Julio de Vido ya habló de un plan de inversión de 31.500 millones de dólares en el programa nuclear en los próximos diez años e insistió en que Formosa “no debe dejar pasar la oportunidad” de impulsar un “polo industrial y tecnológico” en su territorio.

El que no puede permitirse que esto se haga a sus espaldas y sin consideración de sus intereses y de su seguridad es Paraguay.

arivarola@abc.com.py 

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