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Nos referíamos en notas anteriores al paciente trabajo realizado por la República Islámica de Irán ya desde los años ochenta, casi desde su misma fundación, para expandir su influencia en América Latina y, en particular, en la zona de Tres Fronteras, donde hay una importante comunidad musulmana chiita que le es potencialmente afín, conformada principalmente por inmigrantes recientes del sur del Líbano que vinieron huyendo de la guerra civil (1975-1990) y de los conflictos.
Durante años desarrollaron un activo proselitismo político-religioso, que incluyó trabajo en las mezquitas, regulares visitas de clérigos chiitas de Irán y del Líbano, encendida retórica contra Estados Unidos e Israel, sistemas de aportes compulsivos para “beneficencia”, réplicas de modelos de adoctrinamiento, reclutamiento, viajes de estudio, instrucción y entrenamiento.
Eso ha estado reforzado con una importante red comunicacional patrocinada, financiada e inspirada por Irán y por el Hezbollah, o “Partido de Dios”, organización libanesa que controla el sur de ese país, donde hay mayoría chiita, creada a instancias de Irán a mediados de la década del ochenta.
Esta red de medios con contenido en español y en portugués está encabezada por la cadena HispanTV, que a menudo divulga materiales sobre Paraguay y la Triple Frontera, e integrada, entre otros, por Ahlul Bayt News Agency, Radio El Minarete, AnnurTV, TakbirTV, así como medios del Hezbollah con versiones en español, como Al-Manar y Al-Mayadeen. Este último tiene un canal subsidiario en Foz de Yguazú llamado A Fronteira, y su versión en árabe, Al-Hudud.
Hasta aquí poco que reprochar. En nuestros países están consagradas la libertad de expresión y de culto, y lo anterior no es muy diferente de lo que hacen también otras naciones para consolidar su influencia.
El problema está en los fines. Irán y el Hezbollah se pueden ver a sí mismos como legítimos, pero están considerados por Estados Unidos y gran parte del mundo occidental como la “Brigada A” del terrorismo internacional.
Caso AMIA
El caso más dramático de esta incursión es el atentado a la AMIA, el peor hecho terrorista de la historia de América Latina, que lamentablemente involucra a la Triple Frontera y a Paraguay, utilizados como refugio y enlace logístico para el ataque.
A las 9:53 del 18 de julio de 1994, un conductor suicida estrelló una furgoneta Renault Trafic con 300 kilos de explosivos contra el edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina en Buenos Aires, hizo volar 2.000 metros cuadrados de construcción, con el trágico saldo de 87 muertos y 300 heridos.
El conductor se llamaba Ibrahim Berro, un joven libanés del Hezbollah que ingresó a Argentina por la Triple Frontera desde Paraguay, a donde llegó acompañado por una persona no identificada con pasaportes europeos falsos.
Pasó un tiempo en Ciudad del Este y se trasladó a Buenos Aires solo días antes del atentado con un residente paraguayo de apellido Saad, con quien cruzó la frontera.
A 23 años del luctuoso suceso, con una investigación que estuvo plagada de obstáculos e irregularidades, lo que incluye una acusación de soborno al entonces presidente Carlos Menem y a gente de su entorno, no hay condenados directos, pero se ha podido reconstruir gran parte de los hechos. Esto en no poca medida por la investigación del fiscal Alberto Nisman, que revisó todo el caso y produjo un informe con 113.600 páginas de documentación, incluidas escuchas telefónicas y declaraciones de testigos protegidos.
Como sabemos, antes de que pudiera exponer su informe ante el Congreso, Nisman apareció muerto en su departamento el 18 de enero de 2015.
Como ideólogo del atentado está sindicado Mohsen Rabbani, un clérigo iraní que llegó a Buenos Aires en 1983 y a quien se le atribuye haber creado una red de espionaje, entrenado gente, desarrollado estrechos vínculos con células en la Triple Frontera. Hoy es profesor en Irán (ver nota de ayer).
Nisman responsabiliza a las más altas autoridades de Irán, algunas de ellas todavía hoy en funciones. Asegura que Rabbani se reunió con la plana mayor del régimen el 14 de agosto de 1993 en la ciudad de Mashhad, donde el Comité para Operaciones Especiales del Consejo de Seguridad Nacional aprobó el operativo. Estaban presentes el entonces Presidente, Alí Rafsanyaní; el ministro de Inteligencia, Alí Fallahian; el ministro de Asuntos Exteriores, Alí Velayati; Rabbani; Ahmad Asghari, agente de la Guardia Revolucionaria Islámica asentado en Buenos Aires; y el propio líder supremo Alí Khamenei, sucesor Khomeini, quien le dio la bendición al plan. Nissman también acusó a los entonces embajadores iraníes en Buenos Aires, Montevideo y Santiago de Chile.
Se le encargó la ejecución al Hezbollah y se habría ocupado personalmente Imad Mughniyeh, un alto mando militar de la organización.
Una pieza clave fue Samuel Salman El Reda, un colombiano de origen libanés que se entrenó con Rabbani en Buenos Aires y se mudó a la Triple Frontera en 1992. Vivía en Foz y cruzaba todos los días a Ciudad del Este a trabajar en un negocio en la Galería Pagé.
El Reda coordinó la llegada y huida del escuadrón del Hezbollah, incluido el joven suicida, y probablemente también el traslado de los explosivos. Desde Buenos Aires llamaba a la agencia de viajes y cambios Piloto Turismo, de Farouk Omairi y Mohammad Youssef Abdallah.
A excepción de Rabbani, todos los perpetradores abandonaron Buenos Aires en grupos antes del atentado. El último equipo, con El Reda como guía, se embarcó en el aeroparque Jorge Newbery esa misma mañana rumbo a Puerto Iguazú, en el lado argentino de las Tres Fronteras. Para cuando llegaron a destino, 87 personas habían muerto y cientos luchaban por su vida.
arivarola@abc.com.py