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–Muy prolífico en obras, padre Zanardini. ¿Cuántos años?
–Voy a cumplir 78. Es una buena edad. Todavía doy gracias a Dios que camino.
–¿Cuántas obras? Vimos que tiene una nueva...
–Son como 22 o 23. Esta última que salió ahora es una novela. Es mi primera novela: “Entre la selva y el Vaticano”. Ya está en las librerías, distribuida por Continental Editora. Tiene 240 páginas.
–”La selva y el Vaticano”, un título gancho.
–(sonríe) Me llevó como dos años completarlo...
–¿De qué se trata?
–Se me ocurrió hacer una creación tipo novela poniendo de resalto los valores indígenas y su aporte a la sociedad. Se habla mucho también del ser paraguayo, del ser campesino, del ser urbano. Hay un protagonista en el medio, representado por un cura de Canadá llamado Raúl que vino a vivir con ellos en un lugar hipotético de la selva del Alto Paraná. Ese contacto profundo le transforma a él en su filosofía, en su teología. Es como un aporte del mundo indígena al mundo occidental. Esa es la idea de fondo. Está ambientado en un Paraguay con sus complejidades, sus grupos violentos, el narcotráfico por ejemplo; aparecen los cultivos masivos, los monocultivos como la soja. Hasta tiene matices de la chismografía pueblerina. Se trata de hacer conocer el ambiente de convivencia de los paraguayos también. No es totalmente inventado. Tiene sus fundamentos.
–¿Quién es el cura Raúl?
–En la novela es un sacerdote católico de ideas progresistas. Su vida en el bosque lo cambia radicalmente. Habita una choza y se pone a la par de la vida cotidiana de sus anfitriones. Se abre a cosmovisiones alejadas del canon occidental. Se grafica un poco el poder religioso católico y las visiones indígenas. Se describe a un sacerdote preparado, estudioso cuya fe es puesta a prueba, su dilema y su búsqueda de un sentido solidario al cristianismo.
–¿Qué quiere hacer conocer del mundo indígena?
–Los indígenas son pueblos con mucha sabiduría que pueden oxigenar nuestra visión egoísta e injusta sobre ellos. La idea central es esa, transmitir que estos pueblos pueden aportar mucho a nuestras sociedades anquilosadas, violentas donde la corrupción no le conmueve más a nadie, una sociedad cercada por el materialismo. En la obra, se los describe como sociedades con mucha vivencia, muchos valores, mucha historia que nos pueden enseñar muchas cosas.
–¿Es un retrato del padre Zanardini?
–Y bueno, se puede decir que sí. Es la idea de fondo. Tiene doble intención. Uno, es hacer valorar el mundo indígena con su manera de ser; su vida, su sencillez, como modelo de vida también para la sociedad industrial que está muy globalizada, muy pegada al consumismo, y eso no es sostenible. Es como tener un crecimiento cero, porque esa carrera hacia el crecimiento económico no parece sano, no es sostenible en el tiempo. Esa es la idea.
–Y ¿cuál es la otra?
–La otra idea es cómo este cura protagonista va modificando sus conceptos después de interactuar con ese mundo indígena. Entonces, es también un mensaje para las Iglesias, no solo la Católica, es para todas las Iglesias, para que sean flexibles ante otras creencias que también son muy válidas. Lo importante es el humanismo que cada religión debería promover, no la diferencia religiosa. Es el bienestar de la persona, los valores fundamentales como la paz, el entendimiento, la justicia, la esencialidad, la alegría de la vida. Los indígenas, sin tener estudios universitarios tienen un respeto absoluto por la naturaleza. Los chamanes con sus observaciones científicas tienen una manera de contactarse con ella casi como una relación personal.
–Para los que no saben ¿quiénes son los chamanes? Sería como el “brujo” o el sacerdote...
–Exactamente. Ellos perciben los mensajes de la naturaleza. Tienen esa capacidad, cosa que nosotros no tenemos porque somos muy racionalistas. Ellos desarrollan mucho las emociones, la percepción. Entonces, de ahí le vienen sus conocimientos. Nunca olvido cuando acompañé a uno de ellos a Jasuka Venda, el cerro sagrado de los (indígenas) Pãi Tavyterã (en el Amambay, cerca de Pedro Juan Caballero). Escalamos el cerro y nos refugiamos de una tormenta en una de las cuevas. Es un hermoso observatorio desde donde se domina todo el paisaje. Él me decía, entre rayos y centellas que todas estas tormentas, las inundaciones, los incendios forestales y otros desastres naturales, el exceso de calor interminable..., él me decía que todo era consecuencia de las malas acciones de los hombres contra la naturaleza.
–Las agresiones contra el ambiente...
–Es la misma conclusión a la que arriban nuestros científicos después de décadas de estudios y nos advierten ahora sobre el cambio climático. Los chamanes saben porque tienen esa relación personal con los elementos de la naturaleza. Nos reímos cuando ellos dicen que hablan con el agua, la tierra, que entienden a las plantas, a los animales, a las estrellas y que hablan con ellos como si fuesen personas. Cuando les escuchamos hablar parecen transmitir su sufrimiento: la tierra que sufre porque le echan veneno o pesticidas, o porque se arrasa con sus plantas, porque la desmontan, porque la queman. Los peces se mueren porque el agua se contamina. Se caza a los animales indiscriminadamente porque no tienen más donde refugiarse ni reproducirse, en fin... Los científicos terminan por coincidir totalmente con ellos al fundamentar por ejemplo las causas del calentamiento global. Los indígenas lo sienten directamente.
–¿Qué dicen ellos del coronavirus?
–Que es culpa nuestra porque dañamos la naturaleza, la castigamos. Un chamán me dijo una vez: “Con esos cultivos intensivos (los monocultivos) que hacen ustedes están lacerando la piel de nuestra madre que es la Madre Tierra, y la hacen sangrar con sus maquinarias”. Mire qué imagen fuerte: “La hacen sangrar...”, dice. Para ellos, todo es consecuencia de la deforestación, de la sobreexplotación del campo, del uso de los tóxicos para moldear la tierra, con su consecuencia de la contaminación de los arroyos y ríos.
–Cómo hacen para defenderse de la pandemia, aparte de usar los instrumentos de la vida “occidental y cristiana”: jabones, lavandina, tapabocas...
–En general, ellos cierran su zona, su territorio y evitan el ingreso de otras personas. Ese es el primer punto. Ni se sale ni se entra. Viven su vida normal. No tienen tapaboca ni están distantes dos metros unos de otros porque saben que nadie de ellos está contagiado. Su estilo de vida comunitario hace imposible que tengan que separarse. Es muy fuerte el sentido del encuentro: alrededor del fuego, rituales, de noche cuando danzan... Ellos no tienen la norma que tenemos nosotros que sabemos que alguien puede ser un portador asintomático. Es porque están seguros que no están contaminados por el virus...
–No son muchas las comunidades en el Paraguay a pesar de que la mayoría habla guaraní...
–Los indígenas son como 130.000 personas en este momento, de cinco diferentes familias y 20 culturas diferentes agrupadas en esas cinco familias lingüísticas.
–¿Hay mucha diferencia entre esas culturas?
–Mucha diferencia, especialmente entre una familia lingüística y otra. Dentro de las cinco diferentes familias hay una diferencia lingüística entre sí pero no tan grande como el castellano o el alemán sino como el castellano, el italiano y el portugués, por ejemplo.
–Hay culturas que son más desarrolladas que otras. ¿Por qué?
–Sí, algunos que están más en contacto. Van asumiendo costumbres, objetos, estilos de vida, música...
–Algunos están desarrollados económicamente como los Aché...
–Sí, los de Puerto Barra sobre el río Ñacunday. Tienen maquinaria, producción como cualquier otro agricultor, como los brasiguayos que están alrededor.
–Pero en general están postrados en una pobreza alarmente...
–Tienen dificultades económicas porque la vida de antes, el monte ya no da todos los alimentos como daba antiguamente. Entonces tienen que reconvertir sus sistemas económicos y no tienen más remedio que salir a trabajar como changueros, haciendo trabajos estacionales, porque no tienen una capacitación para ser buenos agricultores o buenos ganaderos como el campesino paraguayo. Vienen de tradiciones que no son de agricultores. Entonces, el cambio cultural es muy fuerte, como eso de pasar de la idea de que el monte me da todos los animales ya hechos sin tener que cuidarlos ni criarlos. La humanidad tardó 10.000 años para llegar a eso.
–Ya no salen de ese estado...
–Lastimosamente ellos son víctimas del sistema. La solución es cambiar nosotros el estilo de vida. Ellos son así porque nosotros somos así: explotadores, ladrones de sus tierras. No somos capaces de ayudarles al cambio cultural, a tener una capacitación para vivir más dignamente sin abandonar su tradición, su cultura sino solo ayudarles a tener los recursos económicos, los medios en una sociedad tan complicada que ellos no conocen. No saben cómo vivir en esta sociedad.
–Si les llega la pandemia debe ser devastador, porque no van a tener cómo defenderse...
–Así mismo, devastador. Sería terrible. Es una bomba de tiempo.