Yacyretá e Itaipú y el valor del contenido ético del derecho internacional público

La ética es una rama de la filosofía que estudia la moral (o las morales) que tiene por objeto aquellos actos que el ser humano realiza de modo consciente y libre, sobre los que ejerce un control racional y emite un juicio sobre estos que permite determinar si ha sido bueno o malo. Es un problema del hombre y su conciencia que no depende de la religión, si bien, ellas, las religiones, tratan de ubicarse encima del hombre y sus razones.

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Los Tratados Internacionales, todos ellos, se rigen por la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados, que contiene las normas aceptadas por las naciones que a su vez rigen los acuerdos celebrados entre ellas. Paraguay y Argentina ya están en la etapa de revisión del Anexo C del Tratado de Yacyretá que es casi copia del de Itaipú, y como ambos tratados regulan la misma materia, la transformación del agua del río Paraná que separa a las tres naciones, es posible pensar que Itaipú es un preámbulo del Tratado de Yacyretá. Difícilmente cualquier interpretación pueda apartarse de este hecho, si bien la conducta pudo diferir desde la celebración hasta su aplicación a través de los años.
El acto de celebración y sus antecedentes tienen mucha importancia, porque si la conducta posterior proyecta su luz a los inicios de los acuerdos, estos quedan al alcance de una interpretación del origen, y viceversa puede ocurrir que el resultado del análisis excluya el consentimiento inicial de los actos posteriores y restrinja, limite las responsabilidades a lo acontecido después de la celebración. Por ejemplo, el dolo en la celebración de un tratado puede darse si un Estado demuestra que ha sido inducido a celebrar el Tratado por la conducta fraudulenta del otro Estado. La corrupción del representante de un Estado, al tiempo de la celebración, puede ser invocada como vicio del consentimiento por el otro cuyo representante fue corrompido.

Las normas imperativas de derecho internacional general pueden ser examinadas al tiempo de la celebración del Tratado para determinar si alguna de las normas del acuerdo entre las naciones se opuso a ellas, o puede sobrevenir tal examen posteriormente si surge una nueva norma imperativa que esté en oposición al Tratado.

En el Paraguay es corriente que la opinión pública impute de corrupción a los que firmaron o intervinieron en la celebración del Tratado y también es corriente que se impute a los vecinos su conducta posterior a la celebración por haber extremado las asimetrías inicialmente consentidas como medio de facilitar los acuerdos, pero no queridas como modelo constante. Esto comprende la alternancia de la administración o la apabullante hegemonía de los vecinos sobre el Paraguay, tremendamente sumergido en una pobreza injustificable.

Si bien la celebración de los Tratados configuraron pasos en el rumbo del progreso, el resultado fue de un aprovechamiento inicuo de las circunstancias, lo que permite inferir la existencia de un enriquecimiento ilícito de los vecinos que recibieron todo lo que debió recibir el Paraguay en virtud del Tratado, menos un mendrugo de pan que llaman regalía o compensación por la cesión de la energía que el Paraguay no estaba en condiciones de explotar. Todos sabían lo que habría de ocurrir y utilizaron palabras como disfraz de la miseria.

Las aguas del Paraná, que algunos dicen: “el Paraguay solo aportó el agua”; pero en la visión retrospectiva de los hechos está demostrado por un economista sabio, casualmente paraguayo, Eliseo da Rosa, que reside hace más de 60 años en los Estados Unidos, que escribió hace ya años sobre la rentabilidad de las aguas en la producción de energía, y explicó que “agua es sinónimo de renta”, máxime si se analiza el costo en relación con los demás medios de producción de tal energía. Los vecinos llevaron el agua... y la renta.

Los Tratados contienen cláusulas en que se alude a las ganancias eventuales que deberán permitir el pago de gastos de ambas naciones, pero al celebrar posteriormente el Anexo C se estableció que “no hay ingresos por encima del costo”, se limitaron taxativamente los gastos que serían reconocidos y con ello justificaron que el grueso de la producción de energía se fuera a servir en sus territorios a sus habitantes, dejando al Paraguay morder el mendrugo de su absurdo porcentaje, sin perjuicio de buscar mantener contentos a los administradores de turno.

El Paraguay sigue siendo pobre, muy pobre, y por más esfuerzo que algunos gobernantes pudieran querer poner, no hay forma de lograr un destino mejor para ellos, aunque rompamos la alcancía de barro de Areguá en que guardamos nuestros Tesoros. ¡Muchos quieren romperla!

Aquellos paraguayos que no quieren ver la gravedad del momento y la responsabilidad de quienes conducen el destino de la Patria deben quedar advertidos, porque ni los hombres responsables ni la opinión pública permanecerán de brazos cruzados a la espera de que un milagrero de barrio quiera ponerse de acuerdo con los vecinos para prolongar el estrangulamiento de las esperanzas del pueblo.

La buena fe tiene que estar en todos, y para todos. Esto es ética.

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