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Funcionarios estadounidenses bien enterados me dicen que Roberta S. Jacobson, la jefa de asuntos latinoamericanos del Departamento de Estado, sostuvo una prolongada conversación telefónica con el vicepresidente de Venezuela y heredero designado por Chávez, Nicolás Maduro, el 21 de noviembre, donde los dos hablaron de la posibilidad de restaurar sus respectivos embajadores.
Las conversaciones, que fueron alentadas por la secretaria de Estado, Hillary Clinton, comenzaron con un llamado estadounidense a la oficina de Maduro, preguntando si el vicepresidente aceptaría una llamada de Jacobson, dicen las fuentes. La respuesta fue positiva, y la conversación telefónica entre ambos altos funcionarios tuvo lugar poco después.
Cuando le pregunté a Jacobson si es cierto que habló con Maduro hace pocas semanas, Jacobson respondio: “Sí. Siempre estamos interesados en tener una relación más productiva con Venezuela, empezando por la lucha contra el narcotráfico, y para tener una relación más productiva uno tiene que hablar con la gente”.
Los detalles de las conversaciones llegan mientras los informes de La Habana, donde Chávez se sometió recientemente a una cuarta cirugía contra el cáncer, indican que el Mandatario está experimentando una lenta recuperación. Maduro dijo el domingo que Chávez sufrió “nuevas complicaciones” a partir de una infección respiratoria, y que la salud del Mandatario seguía siendo “delicada”.
Las conversaciones tras bambalinas fueron reportadas originalmente el 12 de diciembre en una columna del columnista Nelson Bocaranda del diario El Universal, de Venezuela, y en un artículo del 14 de diciembre por el exembajador de EE.UU., Roger Noriega, un republicano conservador, en la revista en internet del American Enterprise Institute.
Noriega se refirió a la conversación telefónica entre Jacobson y Maduro hacia el final de su artículo, y arremetió contra los “diplomáticos de carrera” del Departamento de Estado de Estados Unidos por supuestamente “legitimar un régimen narco-autoritario” en Venezuela.
Además, Noriega informó que el segundo de Jacobson, Kevin Whitaker, había tenido una conversación posterior con el alto diplomático venezolano Roy Chaderton. Funcionarios estadounidenses confirman que esta conversación también tuvo lugar.
En su artículo, Noriega instó al Congreso de EE.UU. a intervenir para detener las conversaciones, alegando que “un acercamiento incondicional podría socavar los esfuerzos para encausar a altos funcionarios (venezolanos) por sus crímenes relacionados con el narcotráfico”.
Sugiriendo que Washington no debería reconocer al sucesor de Chávez “hasta que prometa adoptar reformas democráticas”, Noriega advirtió que “los diplomáticos de carrera podrían lograr su deseo de normalizar las relaciones con Caracas, aunque esto confiera legitimidad a un régimen peligroso y antidemocrático en Venezuela”.
De acuerdo con fuentes oficiales de Estados Unidos, durante las conversaciones entre Jacobson y Maduro –en que ambas partes expresaron su esperanza en una pronta recuperación de Chávez– el vicepresidente venezolano ofreció intercambiar embajadores con motivo del inicio del segundo mandato del presidente Barack Obama.
Jacobson, a su vez, habría respondido con una propuesta de pasos intermedios antes de llegar a un intercambio de embajadores. La propuesta estadounidense habría sido de dar pasos hacia una mayor cooperación en la lucha contra el narcotráfico, contra el terrorismo, y en cuestiones energéticas.
Según la propuesta estadounidense, la primera prueba para restablecer las relaciones bilaterales sería la aceptación por Venezuela de una visita de un supervisor regional de la DEA, con sede en Colombia, para trazar un plan para una mayor cooperación en materia de lucha contra las drogas. Si bien hay funcionarios antinarcóticos en la Embajada de EE.UU. en Caracas, esa visita daría a las conversaciones bilaterales un mayor peso diplomático.
Mi opinión: Ambas partes tienen buenas razones para buscar un deshielo en sus relaciones diplomáticas mientras se preparan para la posibilidad de una era post-Chávez.
A los funcionarios estadounidenses les gustaría que Venezuela permitiera una mayor cooperación en materia de drogas, terrorismo y energía, independientemente de quién esté en el poder, para evitar que el país siga convirtiéndose en un paraíso para los narcotraficantes.
Maduro, a su vez, puede estar tratando de ganar tiempo para consolidar su liderazgo interno. Maduro, un funcionario de línea dura que está muy cerca de la dictadura de Cuba, puede haber hablado con Jacobson para enviar el mensaje dentro del polarizado movimiento chavista, de que él está al mando, antes de que cualquier lucha interna por el poder en Venezuela salga a la superficie.
O tal vez haya aceptado la oferta estadounidense de conversar por sugerencia de Cuba, cuyo régimen militar está aterrorizado de perder los cruciales subsidios de Venezuela si Chávez se muere. Los cubanos pueden haberle dicho a Maduro: “Te conviene hacer las paces con Washington, porque lo último que necesitas mientras resuelves las luchas internas por el poder en el país es tener un frente abierto con los gringos”.
Cualquiera que sea el caso, contrariamente a lo que dice la derecha conservadora en Estados Unidos, no hay nada malo en que los dos países exploren la posibilidad de normalizar sus relaciones. Pero teniendo en cuenta que el Gobierno venezolano podría convenir nuevas elecciones en el caso de que Chávez no pueda tomar posesión del cargo en la fecha prevista del 10 de enero, es triste que el gobierno de Obama no haya añadido las palabras “proceso democrático” a su propuesta de varios pasos para mejorar las relaciones con Venezuela.