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Los acontecimientos en la Cámara de Senadores realmente son solo síntomas de un problema mucho más profundo que desde hace décadas arrastra el Paraguay. Quienes hoy critican la decisión de una mayoría en la Cámara de Senadores son los mismos que también con una mayoría en 1999 frenaron el juramento del senador Alejandro Velázquez electo legítimamente o en 2008 impidieron que Nicanor Duarte Frutos asumiera como senador a pesar de ser el legislador más votado. No se trata de cumplir con la ley, se trata de la disputa por el poder. No hay buenos o malos, apenas si son dos grupos que pelean para quedarse con el poder.
La crisis que de nuevo se instala en el país es el reflejo de una dirigencia política que después de 25 años de democracia solo fue eficaz para dibujar orgánicamente las instituciones, pero fue incapaz de hacer suya los valores de una democracia. Elementos centrales como el diálogo y la construcción de consensos sobre la base de acuerdos son despreciados. Se enseñorean los intereses sectarios, personales y de cúpulas. Es más importante trabar todo que construir algo.
Los partidos políticos se convirtieron en cascarones vacíos. Dejaron de ser espacios donde la gente ejercita el disenso sano y se construyen proyectos pensando en el país. Se convirtieron en enormes estructuras electorales mantenidas con dinero público al servicio de los eternos caciques partidarios para llegar al poder.
Este esquema fue alejando cada vez más a los políticos de la gente. La política se convirtió en una mala palabra en que el ciudadano solo es necesario cada cinco años para validar la llegada a los cargos. Sus reclamos y necesidades dejaron de existir dando lugar a las ambiciones de quienes llegaban a los cargos. Así, de la noche a la mañana humildes dirigentes políticos se convirtieron en grandes potentados, con inmensas fortunas y familiares y amigos repartidos en la función pública.
El desarrollo de todo este nuevo esquema de poder creció bajo la complaciente mirada de la ciudadanía; que hasta ahora a sido incapaz de involucrarse realmente para construir la democracia en el Paraguay. Las reuniones partidarias son apenas un remedo donde solo asisten los asalariados partidarios. Los que tienen algún cargo estatal y necesitan seguir manteniendo su lugar. El ciudadano de a pie solo mira a través de la televisión, escucha las radios o mira las redes.
La crisis creada por la aprobación de la enmienda todavía tiene un largo camino que recorrer. Quienes están en contra tienen todos los caminos institucionales abiertos para intentar frenar su aprobación. Los que están a favor todavía tienen que lograr que el referéndum sea aprobado por una mayoría de la población.
Pero más allá de esto, la dirigencia política del Paraguay todavía necesita hacer suya los valores democráticos. Valores que no se acaban en la simple disputa del poder arrasando todo a su paso. Una democracia exige de sus políticos responsabilidad, respeto a las reglas de juego y la suficiente lucidez para llevar al país y a su gente a mayores niveles de bienestar.
Es imperioso que los ciudadanos paraguayos recuperen los partidos políticos, que se involucren, que participen para generar cambios para consolidar plenamente un modelo democrático que permita el desarrollo e incluya a todos.
La crisis y el enfrentamiento desatado ayer son lamentables, no debieran ocurrir pero apenas son el reflejo de una cuestión mucho más profunda que debe ser resuelta por los paraguayos.
ogomez@abc.com.py