Una comunidad fuera de lo común

Entre las muchas infelicidades que mostramos en el Paraguay, sobresale la miseria que se exhibe con la incapacidad de tener satisfechos a nuestros ancestros que son los nativos o los indígenas. Se hizo constante ver, en las esquinas con semáforos de casi todo el país, la actitud mendicante de muchos de ellos tras alguna moneda. Los críos, candidatos a una segura y futura indigencia, se pasan en los brazos de sus madres o de sus hermanos apenas mayores. Ya es una postal nativa.

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Pero no todos son así. Una parcialidad llamada Aché comprendió que la solución va por otro camino. Cuenta con un consejo de ancianos, con un cacique y un vicecacique y no con un presidente y un vice para que se pasen peleando y, para más, todos trabajan. Con el ejemplo se enseña y se aprende. Si se cuenta con encargados honestos y trabajadores, los subalternos tienden a replicarlos.

No necesitaron de un asesor español con sueldo en ausencia para progresar. No repatriaron a un abogado albañil ni algún novio de peso. Nunca consumieron coquitos de oro, no hay secretarias vip en la toldería y las mamás son las propias niñeras, sin presupuestos oficiales, pero que valen oro para sus críos.

Las 65 familias (200 personas) de la comunidad Aché de Puerto Barra es un ejemplo de la autogestión. Cuentan con 850 hectáreas en total, 230 has. de soja, espacio que será ocupado por el maíz “zafriña”, existen unas 100 hás. de maíz, 30 hás. de cultivos de consumo, unas 30 hás. de yerba mate y enriqueciéndose sus bosques con este último rubro. También tienen especies frutales, producción de miel, vacunos, aves, cerdos y peces. Se rescata las 580 hás. de monte bien manejadas y las tierras están regadas por los ríos Yñarõ y el Ñacunday. En este sitio convergen ambos ríos con balsa y puente para cruzarlos respectivamente.

El 22 de octubre de 1970 unos 28 habitantes salieron del monte, hicieron contacto con la gente del lugar y el primer asistente fue Rolf Fostervold, nacido en Alberta, Canadá, en 1921. Junto a su esposa Irene entregaron todo el cuidado a esta etnia, conocida como Guayakí (ratones del monte) y, por considerarse de manera casi despectiva, el nombre fue cambiado por el de “aché” (persona). Esta etnia es diferente a las otras por tener otros rasgos como la piel blanca, ojos claros, inclinación al esfuerzo y barba en los varones por lo que se hablaba de algún origen vikingo o japonés.

También están los Aché en Kuetyvy, Chupa Pou y Arroyo Bandera (Canindeyú), Cerro Morotî (Caaguazú), Ypetimí (Caazapá) y Puerto Barra (Alto Paraná). Desaparecieron los Guayakí del Ybytyruzú por quienes el antropólogo guaireño León Cadogan tanto luchó.

Los aché de Puerto Barra son asistidos por Bjarne Fostervold (hijo de Rolf e Irene), Milton Abich de la Coordinadora Agrícola (filial Alto Paraná), don Miro y su hijo Neimar Schuster, de la Agroindustrial Progreso SA y algunos vecinos de los Aché de Puerto Barra.

Ante el esfuerzo que muestra esta comunidad indígena también se solidarizaron la Unión de Gremios de la Producción (UGP) y el Inbio (Instituto de Biotecnología Agrícola) auxiliando con semillas y otros insumos para producir. Es probable que estos Aché no hayan nacido con el chip oriental afiliado al trabajo y el sacrificio para salir del pozo y todos los que trabajaron y lo siguen haciendo les indicaron el camino para aislarse de la prostitución, del alcoholismo, de la mendicidad, la haraganería y de la cola de zapatero.

La deuda que tienen los Aché por la caída de los precios de sus cosechas es mucho menor que la gran deuda que tiene el Paraguay por pagar a sindicalistas, a planilleros, a chongas y chongos, a amigos, correligionarios y parientes, por repartir Fonacide a Intendentes y Gobernadores ladrones y por pagar subsidios a invasores que deforestan.

caio.scavone@abc.com.py

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