Sinaloa: un ejemplo a seguir

SALAMANCA, España. En la película “Cabaret” (Bob Fosse, 1972), los protagonistas, una cantante y un muchacho norteamericano, pasean por Berlín en el coche de un hombre de la más alta burguesía berlinesa. Durante el paseo ven a un grupo de jóvenes nazis rompiendo el escaparate de una tienda de judíos. El muchacho se sorprende: “¿Por qué permiten estas cosas?”. Y el hombre le responde: “Los estamos utilizando para detener el avance de los comunistas. Una vez que terminen su trabajo, los mandaremos a casa y todo volverá a la normalidad”. No es necesario contar cómo terminó esa historia porque, desgraciadamente, todos la conocemos.

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Esta anécdota tiene sus réplicas en diferentes partes del mundo y, lastimosamente, la gente -la poca gente- que va al cine, no se detiene a pensar en los alcances que pueda tener la historia que nos están contando. Si cambiamos algunos términos pero mantenemos intacto el esqueleto podemos contarlo así: un grupo de delincuentes, disfrazados de políticos, se dedican al lavado de dinero, al contrabando, al tráfico de drogas para hacerse de mucho, de muchísimo, dinero. “Una vez que estamos bien forrados, nos retiramos del negocio y nos dedicamos a disfrutar de lo que ganamos”. Pero uno no se retira tan fácilmente de este tipo de negocios y la historia sigue.

Esto es lo que estamos viviendo actualmente en nuestro país. La corrupción de nuestra clase política nos está llevando rápidamente a que nos convirtamos en la réplica de Sinaloa, esa región de México que se ha convertido en una de las más peligrosas del mundo, donde los carteles de la droga libran una guerra con miles de muertos, algunos, miembros de esos clanes; otros, totalmente inocentes, como la excursión de estudiantes universitarios (alrededor de cuarenta) que fueron confundidos con miembros de otra banda y hasta el momento no se han encontrado ni siquiera sus cuerpos.

Ahora nos tropezamos con un mensaje de los delincuentes que han colgado una fotografía de hombres con capuchas que amenazan a la fiscala Sandra Quiñónez. ¿Alguien se acuerda que, a lo largo de toda nuestra historia, colonial e independiente, se haya visto una cosa semejante? ¿Alguien se acuerda que los delincuentes se hayan hecho tan fuertes que se sienten facultados a utilizar las redes para amenazar a miembros de la justicia que no están haciendo otra cosa que cumplir con su trabajo?

No hay que darse prisa. Lo uno conduce a lo otro. Pronto estaremos iguales que esos países en los que la violencia, descontrolada, empuja a sus ciudadanos más desprotegidos a salir a buscar un sitio donde poder vivir dignamente. ¿No son estos, acaso, los que componen esa dolorosa marcha de gente que se dirige caminando, desde Honduras, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, hacia los Estados Unidos porque para ellos es algo así como la tierra de promisión?

Es cierto que el actual presidente, Abdo Benítez, parece resuelto a limpiar el país. Pero aquí y allá siguen enquistados en el poder políticos tóxicos. Se encuentran evidencias de hechos graves de corrupción, pero nadie tiene la culpa. “Es una persecución política”. “Los aviones son de mi hermano y a los parientes uno no los elige”. “Dicen que somos amigos y socios comerciales, pero yo no lo conozco ni lo vi jamás en mi vida”. “Una vez que salen los cigarrillos de mi fábrica yo ya no soy responsable”, y otras tonterías que no se las cree nadie, a excepción del juez que les da unas palmaditas en la espalda y lo manda a su casa para que descanse de tanto ajetreo y tanta persecución. Tengamos presente la anécdota de la película: convenzámonos que no podremos detener la violencia cuando la violencia no nos sirva más. Sinaloa es el ejemplo.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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