Siglo XXI: más cuerpo que alma

Con el paso de los siglos las formas del cuerpo de las personas han ido variando de acuerdo a maneras de vivir y de pensar. Aunque todos tenemos un cuerpo, la diferencia principal está en el aparato reproductor. Históricamente lo que el hombre más desea es la fuerza (símbolo de virilidad), mientras la mujer, la belleza (ídem, feminidad). Mientras el hombre no deja de apuntar a la fuerza física, la mujer desea atraer con un cuerpo curvilíneo. Ambos a fin de, resumidamente, mostrarse más o aún competentes para la reproducción. Esto es la función primaria en la relación entre los dos sexos. Aunque el cuerpo del varón también ha sufrido cambios, son menos notorios que en la mujer.

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El cuerpo femenino es el gran espejo donde vemos y analizamos, como en una película a través del tiempo, los diversos cambios y mandatos sociales. Tanto peso, más senos, más o menos caderas, “rubias”, etc. Hoy, el sistema también controla la panza de la maternidad: debemos cuidar el cuerpo para tener solo un hijo, dos o ninguno y así no arruinarnos el cuerpo.

El consumismo embute todos los cuerpos en el mismo envase, es la confección en serie según medidas estandarizadas. La ropa al cuerpo, hecha de telas que no parecen telas, se ha apoderado del mercado, a pesar de que no le quedan bien al 90% del común. Rescatemos que así, el sobrepeso queda más expuesto para el análisis y las medidas de salud.

Si vamos al meollo de la cuestión es la inseguridad e insatisfacción de las mujeres con lo que mejor se obtienen ganancias de moda, a riesgo de sembrar cada vez más trastornos físicos y mentales. La propaganda comercial bombardea proponiendo modelos esculturales por un lado y, por el otro (sumándose a la supuesta no discriminación) mujeres XXL como “modelos del siglo XXI”.

Las mujeres obesas y las extremadamente delgadas pueden ser todo lo ellas mismas que quieran, pero no pueden ser modelos a imitar. Como en todo, el equilibrio está en el medio. Y el medio no significa un cuerpo perfecto, sino aceptar nuestra genética, mantener nuestro peso y usar la ropa adecuada. Anexo a la vestimenta, está el laberinto de las operaciones y tratamientos de belleza, que han pasado a formar parte del presupuesto femenino, restando dinero al ahorro familiar.

Los estereotipos de belleza, los moldes en los que debe caber una persona para ser aceptada socialmente, son creados, artificiales. La mujer del siglo XXI llega muy confundida respecto a su cuerpo y lo vemos en la deformidad reinante, las torturas a las que se somete.

En una charla callejera una cuarentona le decía a otra: “Hoy es normal, todas tenemos siliconas en algún lado”. Por fortuna, el ser humano aunque lento o equivocado, tiende hacia el bien. Frases que centran la belleza en el alma y en el corazón, no convencerán a la mujer alterada. Pero quizás lo que dice Emile Zola sea útil: “La belleza es un estado de ánimo”, no es algo estático ni que se pueda comprar.

lperalta@abc.com.py

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