Saber lo que se quiere

Nuestra realidad podría ser infinitamente mejor si todo lo hiciéramos con enfoque de resultados, sobre la base de objetivos razonables, claros y precisos, en vez de gastar sin sentido los recursos que tanto cuestan recaudar. Entender esto es crucial en momentos en que nuevamente distintos sectores reclaman mayor presupuesto para salud; para educación; para seguridad, y para otros tantos fines; en muchos casos sin tener en cuenta que la cuestión no está en gastar más, sino en gastar mejor.

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Saber con precisión lo que se quiere es fundamental para poder elegir el mejor camino y alcanzar objetivos que beneficien a todos, en menos tiempo y con menor costo. Pero esta lógica que parece tan simple, no es la que se aplica en la mayoría de los casos en que se deciden políticas, se asignan recursos y se implementan acciones, sin tener una idea clara del resultado que se quiere lograr con ellos.

Es común escuchar a algunos decir simplemente “estamos aumentando el presupuesto de salud”, en lugar de decir “Vamos a erradicar tal enfermedad”, o “vamos a reducir en x por ciento la desnutrición, y para ello estamos asignando x cantidad de recursos”.

Por no apuntar a resultados concretos, en muchos aspectos de la vida nacional y durante décadas, hemos malgastado tiempo y cantidades increíbles de dinero dando vueltas sin llegar a ninguna parte, en lugar de avanzar decididamente hacia el desarrollo que tanto ansía y merece nuestro pueblo.

No hace falta ser un experto en planificación para saberlo. Una de las principales lecciones en esta materia está contenida en un libro infantil: “Alicia en el país de las maravillas”, de Lewis Carroll; específicamente en el diálogo que se da entre Alicia y el gato de Chesire, en un cruce de caminos en medio del bosque:

“–¿podrías decirme qué camino tomar para salir de aquí? preguntó Alicia.

-Eso depende del sitio al que quieras llegar, respondió el gato.

-No me importa mucho el sitio, dijo Alicia.

-Entonces, tampoco importa mucho el camino que elijas, dijo el gato”.

Evidentemente a muchas autoridades, sobre todo de gobiernos locales, poco les importa el sitio al cual debemos llegar como Sociedad; y como no se les establecen objetivos y nadie les exige resultados, ellos se sienten libres de elegir en qué gastar absurdamente nuestros recursos, construyendo pomposos palacetes municipales; horribles pórticos de bienvenida en las rutas; oficinas de información turística eternamente cerradas en medio de la nada; o “ciclovías” repletas de vacas en la periferia de algunos pueblos cuya apacible monotonía hace absolutamente inexplicable, aunque sí sospechosamente comprensible, la decisión de priorizar y ejecutar semejantes obras inútiles.

Por no tener objetivos claros, muchas veces caemos también en el error de sacralizar todas las obras y satanizar todos los salarios, sin tener en cuenta que la racionalidad y la consecuente justificación de los mismos deben ser evaluadas exclusivamente en función a su grado de contribución efectiva al logro de un fin esencial: el Bien Común. Como vimos, hay obras que no sirven absolutamente para nada, mientras hay salarios que sí se justifican por el fin al que están consagrados. No es lo mismo pagar a un planillero, que a una enfermera que todos los días recorre kilómetros en el interior para atender a la gente.

Por eso es tan importante un Plan Nacional de Desarrollo; no solamente tenerlo, sino utilizarlo como documento guía para orientar las decisiones de asignar o no recursos presupuestarios a las distintas instituciones públicas, considerando el monto que piden; lo que pretenden hacer con él, y sobre todo su relación directa con lo que el Plan prevé como objetivos para lograr resultados concretos, realizables y medibles, en términos de beneficios reales para la gente.

política@abc.com.py

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