Quema la vergüenza

Inconsciente como muchas mamás, estaba haciendo la cena con mi bebé en brazos cuando se me ocurrió bajarla en la cuna antes de ir a revisar la comida. Mientras abría el horno, el papá de mi niña abría la puerta donde estaba la garrafa. En menos de un segundo los dos –sobre todo él– terminamos envueltos en una lengua de fuego que ya no pudimos apagar con nada: la garrafa tenía una fuga.

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Quisimos usar una manguera que estaba en el corredor y descubrimos con horror que solamente la habían puesto de adorno, para pasar una inspección municipal.

Pedimos auxilio desesperados a los bomberos de la Policía que no aparecieron. Pedí ayuda al diario que se comunicó con los bomberos voluntarios de la Tercera Compañía: no puedo explicar con palabras lo que sentí al verlos llegar mientras oía cómo toda la cocina de nuestro pequeño departamento iba consumiéndose por el fuego... En esos instantes uno sabe que la vida –y los pocos o muchos bienes– están en manos de esos muchachos que van por la vida apagando fuegos ajenos sin cobrar un centavo.

Oí cómo subían la escalera del edificio rumbo a lo desconocido, sin saber siquiera lo que los esperaba; allí dentro había una garrafa que si explotaba volaba todo nuestro pequeño hogar... Pero ellos fueron, y abajo, en silencio –nosotros y los vecinos– oíamos por el intercomunicador cómo todo estallaba mientras el olor a quemado nos invadía.

Con esta experiencia propia, cada vez que alguien se mete con los bomberos voluntarios, se mete conmigo. Es gente que hace el trabajo que debería hacer el Gobierno, es la comunidad organizada que suplanta al Estado que tiene los medios y la capacidad para brindar uno de los servicios más obligados y esenciales vinculados a la seguridad y a los derechos humanos.

Los bomberos usan anualmente un presupuesto de G. 14.000 millones de los cuales apenas 3.000 millones daba (pasado) el Gobierno. Este dinero se ha reducido para este año, pero igual todos ellos son convocados cuando de salvar vidas y bienes se trata. Se pretende que “voluntarios” hagan el trabajo que el Estado está obligado a hacer; se pretende que estos mismos voluntarios hagan magia y consigan plata para sus autobombas, combustibles, equipamientos de protección y para combatir todo tipo de fuego... “No pedimos sueldo sino dinero para servir”, dijo el viernes después de uno de los últimos grandes incendios el comandante Rubén Valdez. “Tenemos un gobierno y un Parlamento insensibles, esperaremos al futuro donde quizá tengamos mejor suerte”.

No pude evitar estremecerme. El fuego no espera al futuro, a un mejor gobierno y a un mejor Parlamento. El fuego seguirá devorando nuestros edificios públicos y privados, nuestras casas, nuestros bienes, nuestros ¡seres queridos! Y ellos seguirán peleando para que les den agua, que les abran el paso a sus autobombas, arriesgando sus vidas, inhalando gases tóxicos, paseándose sobre la electricidad, coqueteando con la muerte...

Por todo esto me animo a decir sin temor a equivocarme que esta indiferencia gubernamental hacia los bomberos voluntarios quema, ¡la vergüenza quema!

mabel@abc.com.py

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