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No estoy preguntando cómo es el ser humano. Responder al “cómo es” le corresponde a la antropología, sea la antropología filosófica preponderante en la antropología alemana o sea antropología cultural preponderante entre los antropólogos norteamericanos.
Tampoco estoy preguntando qué es “ser humanos”. La respuesta a esta otra pregunta que se parece a la anterior, pero es muy diferente, le corresponde a la ética, que explica qué conductas nos hacen humanos y cuáles nos deshumanizan, nos hacen inhumanos.
La pregunta que nos urge satisfacer, la que está en el título del artículo, le corresponde responderla a la filosofía.
Las tres preguntas deben tener respuesta explícita y clara en la mente, en los currículos, programas y textos de todos nuestros educadores profesionales, porque ellos están comprometidos en formar mujeres y hombres esencialmente auténticos constituyentes de humanidad.
Acabada la Primera Guerra Mundial (1914-1918) e iniciado el Tercer Poder del Nacional Socialismo Obrero Alemán (1933) con el nazismo de Adolfo Hitler, antes de que acabara la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), el socialismo radical marxista (una de las fases que lleva al comunismo, según la teoría del materialismo histórico) estaba empeñado en su frontal lucha contra el capitalismo.
En este contexto histórico, el filósofo francés Emmanuel Mounier percibió perfectamente que el ser humano se estaba convirtiendo en la víctima principal de las ideologías y sus guerras mortales.
Para Mounier, acompañado por Lacroix, Nedoncelle y otros, que podo a poco se fueron añadiendo, es inadmisible el colectivismo racial de Hitler que desencadena el genocidio para imponer la raza aria; es inadmisible el colectivismo socialista marxista que somete al hombre y la mujer a las imposiciones del Estado totalitario; y es inadmisible el individualismo egocéntrico del capitalismo salvaje, que buscando su bienestar y riqueza se olvida de los demás, compite con ellos y abandona a las mayorías pobres. Emmanuel Mounier lanza la filosofía del personalismo y sostiene que todo ser humano es “persona” y por ser tal es merecedor de la “dignidad”, del máximo respeto, sujeto de derechos, obligaciones y responsabilidades, llamado a realizar su libertad en la relación equitativa, justa y solidaria con los demás. Ni la raza, ni el Estado ni el capital son más que la persona, todo es para el Bien Común de las personas”.
Pero la persona como ser esencialmente social, “no es el fin de sí misma, no está clausurada en sí ni en su felicidad. Su final está más allá de ella. Tanto es así que la persona se construye como tal en la medida en que se descentre, en que su vida sea desvivirse por otros en la realización de un horizonte de sentido. La vida de la persona es realización de un sentido que va descubriendo y que está más allá de sí” (Xosé M. Domínguez, 13).
En 1948, tres años después de acabada la Segunda Guerra Mundial, las Naciones Unidas elaboraron y firmaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos, profunda y extensamente inspirada en la filosofía del personalismo. El texto de la Declaración de los Derechos Humanos refleja en todos sus conceptos los principios fundamentales del personalismo, poniendo a la persona como el centro medular de todo el Documento, hasta el punto expresivo de repetir la palabra persona veintiocho veces y la palabra personalidad tres en los treinta breves artículos que contiene toda la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Para los que celebramos el nacimiento de Jesús de Nazaret porque conocemos lo que fue y es, lo que hizo y hace, lo que pensaba e inspira encontramos en el mejor modelo de persona y ser humano de cuantos hemos conocido en el presente y en la historia. Su testimonio y propuesta son el mejor modelo de lo que es la esencia del ser humano.
jmonterotirado@gmail.com