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El cambio radical debe afectar a todo el sistema educativo, que en realidad no funciona como sistema ni como tal está conjugado con los otros sistemas (político, económico, social, laboral…) de la Nación.
La profundidad y aceleración de los cambios deben mejorar la cantidad de beneficiarios del sistema educativo y la calidad de la educación que se ofrece. Si una tercera parte de la población es pobre (28,8% según datos oficiales), es porque esos dos millones de paraguayos no han recibido la educación, formación y capacitación suficientes para poder vivir dignamente. Aparte de políticas socioeconómicas erradas, no hay otra causa fundamental de pobreza, porque la macroeconomía del país es próspera y crece con buena salud, pero solo beneficia a los afortunados ciudadanos con capacidad de trabajar en “todo terreno” o los sinvergüenzas delincuentes que aprendieron a robar con guantes blancos y sin ellos.
Cuesta entender cómo puede ser tan obtuso el cerebro de muchos de nuestros políticos, que no han comprendido aún que la educación necesita como mínimo el 7% del producto interno bruto; y esto, que es cierto para cualquier país del mundo, es imperativo para el nuestro, que tiene la mayoría de la población, (el 56%) con menos de treinta años, es decir, en edad de educarse y capacitarse, sin contar a los adultos, que dada la velocidad de los cambios y la novedad de conocimientos, tecnologías, modos de producir y vivir, necesitan la educación permanente.
Un amable lector, hace dos semanas, comentando uno de mis artículos, preguntaba mi opinión sobre si la reforma de la educación debe ser propia del Paraguay o la importamos. Con mucho gusto doy mi opinión: todo país debe tener su propio plan de reforma, por más que en algunos cambios coincida con otros países, pero desde luego, Paraguay tiene características que demandan una educación con propia identidad. La paradoja ya citada del crecimiento de la pobreza cuando crece la economía del país demanda una revisión sobre la grave inequidad educativa, cuya brecha tiende naturalmente a acrecentarse, porque la educación es inevitablemente cada día más cara. Que gocemos el bono demográfico más alto del mundo, con el 70% de la población menores de 40 años, es otro factor nacional que afecta inexorablemente al sistema educativo. Sumamos a estos datos el número de culturas autóctonas de nuestro país, con las diferentes etnias, además de las culturas presentes de inmigrantes de países americanos, europeos, asiáticos, africanos, y para poner la guinda a la torta destaquemos la trascendencia para todo el sistema educativo del bilingüismo real y oficial con dos lenguas nacionales, una indígena y otra de origen europeo.
Más aún, queramos o no, la vecindad de nuestros hermanos brasileros, con vocación de imperialismo invasor y su alta presencia dentro del país, aportan una riqueza cultural y lingüística con el portugués que el sistema educativo no puede ignorar, sobre todo en las zonas fronterizas donde penetra también la televisión brasileña. Y desde luego no podemos omitir que las nuevas tecnologías de la información y comunicación, rompiendo todas las fronteras añaden a nuestro polífono paisaje lingüístico y cultural autóctono e inmigrado la presencia constante en el hogar y en el bolsillo de todos los ciudadanos de la preponderancia del inglés.
Soy entusiasta de la educación personalizada, porque cada persona, desde bebé, tiene derecho a ser educada según su personalidad, posibilidades y limitaciones. Los argumentos contundentes a favor de la educación personalizada son en su mayoría también válidos para la educación de cada pueblo y nación.
La reforma radical del sistema debe iniciarse por la educación superior, porque además de deficiente y caótica está corrompida.