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¿Por qué las placas? Para empezar, una voluntad de trascendencia hacía que los gobernantes del pasado nos dejaran un recuerdo de sus acciones. Porque la mayoría estaba convencido de que el pueblo los amaba y de que para el pueblo eran imprescindibles, según “le soplaban” cortesanos, ministros, consejeros y aduladores de diverso pelaje, pretendiendo perpetuar esos afectos con monumentos y obras de gran belleza. Lo eran ...hay que reconocerlo. Solo que a veces ese rey, emperador o déspota (título que casi siempre identificaba lo mismo) hacía una apuesta arriesgada, pues no todos serían recordados como suponían. Y cuando el procedimiento se repitiera ya tantas veces sin que el pueblo tuviera la posibilidad de castigar a sus malos gobernantes en vida (lo mismo que ahora), se ensañarían con sus rastros y rostros tallados en la piedra o el mármol. Por lo que, con iguales ínfulas y menos dinero, otros déspotas más recientes y perspicaces se aplicarían a la colocación de las conocidas placas recordatorias. Desliz de soberbia mucho más modesto.
Ahora el dilema: ¿se conservan o no esas placas? ¿Son relevantes para la memoria colectiva del pueblo? Si se reconoce que los dictadores siempre fueron “hijos de su tiempo” y malcriados por sus contemporáneos civiles o militares, sacerdotes o laicos, debe suponerse con alguna lógica que si el nombre de Alfredo Stroessner está en las placas, habría que convenir que las mismas son más una culpa colectiva que los desbordes de un déspota narcisista. Y es el retrato fiel de una sociedad que dio origen, admitió y justificó al dictador pero que se revuelve inquieta cuando las campanillas de la memoria le recuerda sus claudicaciones de antaño. De las que quiere redimirse lógicamente, sustrayendo las placas. Los que se constituirán a partir del hecho, en “elementos perdidos” cuando en el futuro quiera estudiarse este tramo de la historia paraguaya.
SIN EMBARGO y teniendo en cuenta que los rastros de un gobierno despótico no se notan en esas pequeñas geometrías en bronce, POCO se ha hecho para desalojar los verdaderos vicios que dejó Stroessner y que todavía persisten: las deformaciones institucionales, el prebendarismo, el auge de la mediocridad y la claudicación moral de nuestras autoridades y líderes, las “obras de progreso” manchadas de corrupción e impunidades varias. Además del agravio constante a la ciudadanía cuyo componente más joven ni siquiera llega hoy a dimensionar aquel nefasto y largo período de “las oportunidades perdidas”.
Porque si no fuimos capaces de contrarrestar la verdadera catadura de Stroessner y secuaces con gestos e instrumentos legales; con análisis veraces y precisos para que la entiendan sobre todo quienes no los padecieron ...¡déjenos al menos las placas! Si los “soldados de la libertad” y los líderes civiles que juraron “darle sentido a la política” y combatir la corrupción heredada, no tuvieron el coraje, la sensibilidad, el patriotismo o finalmente la sabiduría, de señalarnos un camino distinto al pasado que excecramos, dejemos al menos algunos detalles, aunque fueran nimios, de lo que significaron esos tiempos.
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