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Ese resultado o consecuencia muchas veces no se ve inmediatamente, pero tarde o temprano llega.
Así por ejemplo cuando nos endeudamos más allá de nuestra capacidad de pago, quizás los primeros meses o incluso años, no sentimos la soga que voluntariamente nos pusimos al cuello. Pero el problema está allí, latente, maquillado, y en algún momento esa soga nos ahorca.
El 27 de diciembre de 1992, Luis María Argaña obtuvo una clara victoria ante Juan Carlos Wasmosy, pero mediante el secuestro de actas y la manipulación de los resultados electorales, dibujaron fraudulentamente una victoria de Wasmosy.
Por oportunismo muchísimos opositores miraron para otro lado, con el argumento de que Argaña representaba el peligro de retorno del stronismo y con la creencia de que pese a ser el caballo del comisario, Wasmosy sería más confrontable electoralmente al no tener tradición ni militancia coloradas.
Así la oposición política terminó legitimando en las elecciones de mayo del 93 el escandaloso fraude de cinco meses atrás.
La bomba había sido activada.
Uno de los principales articuladores de ese fraude ganó holgadamente esas mismas internas cinco años más tarde, pero la decisión de sus votantes se hizo humo con 5 votos en las oficinas de la Corte.
Muchos miraron a otro lado, por el peligro que según dijeron representaba un militar de espíritu golpista y poco apego a las leyes.
Así tuvimos luego una dupla presidencial espuria, el asesinato de Argaña, el marzo paraguayo, la matanza de jóvenes en las plazas del Congreso, la renuncia de Cubas y la asunción de González Macchi, un senador al que circunstancialmente eligieron sus colegas como presidente de la cámara y al que la Corte convirtió en presidente hasta el 2003.
Muchos siguieron mirando para otro lado. Y con el argumento de un gobierno de unidad nacional tuvimos el peor gobierno de los últimos 25 años, en el que parcelaron el Estado y se lo distribuyeron como si fuese una torta de cumpleaños.
Parecía que todo se normalizaría con la victoria de Nicanor Duarte, el freno a su intento de reelección, y la alternancia con Lugo, con el mismo freno por el mismo motivo.
Pero esa maldita costumbre que tenemos de hacer mal las cosas nos llevó a un juicio político, constitucional, pero sin cuidar las formas y con un impresentable libelo acusatorio transmitido en vivo para todo el mundo.
Casi 5 años más tarde volvemos a estar en una nueva encrucijada con nuestra historia.
Aún tenemos la posibilidad de buscar el más amplio consenso posible y darle la mayor legitimidad a un cambio tan fundamental en nuestra Constitución.
Ya pagamos demasiado caro el hacer las cosas mal. Pero estamos jugando nuevamente con fuego por la ambición de dos grupos.
Esta no debe ser solo una limitada y precaria discusión sobre mayorías circunstanciales. El valor constitucional debe ir más allá del oportunismo del cálculo electoral.
Si no lo creen, dejo la opinión de tres personas con las que, al menos en estas expresiones, coincidimos plenamente.
“El Paraguay necesita paz y tranquilidad, debemos parar la pelota y buscar el punto medio que nos una a todos” (Fernando Lugo, 15 de diciembre de 2016).
“Yo creo que tiene que ser vía reforma constitucional porque se trata de una cuestión sustantiva, no una cuestión secundaria... si se plantea eso a mitad de periodo debería ser con un fuerte sustento, no solamente legal sino con la legitimidad suficiente y eso tendría que ser una reforma constitucional” (Blas Llano, 27 de julio de 2015).
“Como sociedad hemos observado que el proyecto de enmienda no logra generar consenso. Las diversas interpretaciones no tienen claridad respecto de la viabilidad legal y, en consecuencia, pueden dividir a la sociedad paraguaya y fracturar al Partido Colorado. Somos testigos de la crispación y tensión que ha generado, no seré partícipe de este camino”.
(Horacio Cartes, 31 de octubre de 2016).
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