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El final de nuestro andar es irreversible, todo lo que comienza debe tener un epílogo. Sin embargo, cuesta dimensionar esa realidad inevitable con más razón cuando la existencia es segada tan abruptamente, por voluntad de quienes desprecian la vida.
Toda persona tiene derecho a que se respete su vida y como cristianos siempre deducimos que solamente Dios tiene “la potestad” de disponer de la vida de cada uno.
Hoy “Kachike”, como le gusta ser reconocido, debió cumplir un año más de vida.
Manos negras segaron un mes atrás su frutífera permanencia por esta vida, cuando tenía mucho que dar y realizar por su Curuguaty querido y el país que soñaba.
Indudablemente que le hubiera sido más fácil acomodarse a los intereses de la mafia; sin embargo, prefirió seguir siendo la piedra en el zapato de los poderosos narcotraficantes.
Tuve la oportunidad de participar con Pablo y otros compañeros de este diario de un seminario de “Periodismo de Alto Riesgo”, organizado por la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) para periodistas de América Latina.
En aquella ocasión, Pablo expuso que su área de cobertura estaba minada de matones, soldados del crimen organizado, donde la mafia tiene sus leyes y códigos ocultos.
Pablo era consciente de que su final dependía de la decisión del hampa.
Cuando le retiraron la guardia, tal vez lo hicieron para resguardar la integridad del custodio, pues para cierto mandamás era mejor la muerte del periodista.
Pablo físicamente ya no está, pero el pequeño ejército que formó en su entorno –aunque la lucha sea dispareja– seguirá denunciando las ilegalidades.
Pablo no es el primer periodista que muere por la verdad, y posiblemente no sea el último si seguimos cediendo espacio a la narcopolítica.
Paraguay debe dejar de ser el país donde la seguridad es solo para los poderosos.
alezcano@abc.com.py