No somos el enemigo

Cavernícolas, retrógrados, fascistas, machistas, nazis e hijos de p son los epítetos más suaves que utilizan los y las militantes de organizaciones fanáticas al acusar a quienes presuntamente no comparten sus ideas. Si no estás alzando pancartas y gritando consignas de odio contra los blancos del día, automáticamente te convierten en el enemigo.

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Si no te parece correcto el “matrimonio igualitario” entre personas de un mismo sexo, te encasillan como despreciable conservador, discriminador, intolerante y obstáculo para el avance de la civilización humana. A vos solo te parece que el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer, que se convierte en familia con los hijos, pero eso basta para que te vean como un enemigo a combatir. 

Te enteraste por los medios de que algunas organizaciones quieren introducir lecciones de educación sexual desde el primer grado, incluyendo opciones de parejas del mismo sexo y familias integradas de múltiples maneras. No estás de acuerdo porque se están metiendo con tu derecho a elegir cómo educar a tus hijos. Si das a conocer tu disconformidad, pasás a integrar el abucheado grupo de los que discriminan y no aceptan la igualdad de género. 

Cuando se arma un debate sobre el trato discriminatorio hacia los homosexuales, lesbianas o transexuales y a vos se te ocurre decir que “yo no estoy de acuerdo con esas opciones pero las tolero”, atajate Catalina, porque lloverán insultos sobre tu arcaico cerebro. 

En la polémica sobre la posibilidad de despenalizar el aborto se insiste hasta el cansancio sobre el derecho de la mujer a disponer de su propio cuerpo, pero se rehúsan a considerar el derecho a la vida del niño por nacer. 

Si alguna organización feminista está realizando una manifestación contra la violencia familiar, el maltrato de las mujeres por parte de los hombres y los constantes feminicidios, por supuesto que tenés que respaldar estas quejas porque son justas. El problema aparece cuando alguna feminista exaltada propone castrar a los hombres, linchar a los violadores en la plaza pública o insultar sin motivo alguno a cualquier transeúnte de sexo masculino tan solo porque no es mujer. 

Los ciudadanos comunes que con muchos sacrificios llevamos adelante una familia, que amamos a nuestras madres, esposas e hijas, que deseamos educar a nuestros hijos de acuerdo a los valores en los que creemos, los que respetamos que las personas adultas adopten la vida sexual de su preferencia, no tenemos por qué ser los enemigos de las organizaciones feministas extremas ni de los reivindicadores de una mal llamada igualdad de género. 

Resulta hasta irónico pero, a veces, quienes más despotrican contra la discriminación son precisamente quienes discriminan a todos los que no quieren formar parte activa de sus batallones de reclamadores. 

Cualquier persona medianamente sensata está en contra de la violencia contra la mujer, el desprecio hacia los homosexuales o los tratos desiguales entre damas y caballeros, pero estos problemas no se solucionan promoviendo el odio y la guerra contra quienes piensan diferente. Una discriminación no se puede combatir con otra discriminación mayor.

ilde@abc.com.py

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