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Básicamente cualquier paraguayo que no tenga problemas con la justicia está habilitado a postular para un cargo electivo. Su candidatura y la de los demás no tienen posibilidad de ser cuestionadas.
La gente de la farándula y aquellos que hacen hasta lo imposible para llamar la atención, hacerse populares e ingresar a la política son solo el síntoma de un problema mucho mayor que tiene impacto directo en la democracia como sistema político. El problema de fondo es que los partidos políticos dejaron de cumplir la intermediación entre el Gobierno y el ciudadano. Pasaron a convertirse en aceitadas maquinarias electorales que operan cada dos años y medio para asegurar privilegios para una cúpula.
Dejaron de ser espacios de discusión, de debates de los problemas cotidianos de la gente, dejaron de representar. Pero el problema no es nacional. Afecta a toda américa y en algún momento tendrá que ser motivo de un profundo análisis.
Ante la ausencia de representantes, la sociedad busca afinidades, identificaciones que tal vez puedan no dar respuesta a sus aspiraciones ciudadanas pero al menos responden a sus afectos. Las maquinarias electorales, atentas a las percepciones de la sociedad, casi de inmediato ajustan su funcionamiento, se acomodan a los tiempos.
No se plantean cuestiones de fondo porque lo urgente es mantener andando el aparato electoral que asegure el privilegio y que además permita tener dinero fresco de las arcas públicas. En las últimas elecciones todos los paraguayos pagamos casi tres mil guaraníes por cada voto que obtuvieron los partidos políticos. Eso de algún modo explica por qué no importa quién sea candidato si su popularidad asegura una buena cantidad de votantes.
Los líderes partidarios y las estructuras políticas no son los únicos culpables de esta situación. Buena parte de la responsabilidad la tienen los mismos ciudadanos que evitan involucrarse. Critican la actividad política y rehúyen a cualquier mínima participación.
Si las cúpulas partidarias se eternizan en sus cargos en buena parte es responsabilidad de los ciudadanos que no son capaces de bajar a los partidos, crear movimientos y disputar el poder. Es común escuchar críticas a parlamentarios y a políticos; pero todos están allí porque alguien los eligió. Porque superaron procesos internos. Ningún político puede acceder a un espacio de relevancia sin los votos.
También es común escuchar que en los partidos políticos no se puede hacer nada porque todo está controlado por los políticos. Es cierto que existe un aparato partidario que es manejado por los dirigentes más antiguos, pero también es cierto que quienes se animaron a bajar y buscar espacio lo lograron aún sin la bendición de la dirigencia partidaria. Nadie asegura que será un camino sencillo, pero todo pasa por participar para modificar el sistema que tantos critican.
El modelo democrático es inviable sin la participación de la gente y sin los partidos políticos. El sistema de representación exige que los grupos políticos representen las necesidades de la sociedad y trabajen para cubrir las demandas, además de generar condiciones de bienestar para toda la población. La democracia no puede funcionar basada en la popularidad, quizás eso alcance para ganar elecciones, pero es insuficiente para asegurar bienestar. La democracia como sistema de gobierno es mucho más que elecciones, esa es la cuestión de fondo.
ogomez@abc.com.py