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Contra el tabaco vienen combatiendo muchas legiones, hace mucho; no obstante, sólo su consumo en forma de cigarrillos se amplía. La pipa casi no se ve ya, mientras que el râpé desapareció. El rapé se popularizó con voz francesa aunque fue inventando por los brasileños, enredo nada extraño, si se considera que la que es conocida por “hawaian pizza” se inventó en Canadá, que la “milanesa a la napolitana” no se conoce en Milán ni en Nápoles, que varios autores aseguran que el ílex paraguariensis es una planta argentina; y así, en muchos otros casos.
El râpé es ya hoy una antigualla del siglo XVIII; sólo quedan en las vitrinas de los museos las primorosas cajas de oro, plata o nácar, maderas preciosas o marfil que las contenían y que las damas aristocráticas llevaban en sus bellas y pequeñas faltriqueras de mano o de cintura. Subsistieron hasta hoy los habanos, símbolo de poder y posición social –escasos, por tanto– y, esto sí, los cigarrillos comunes, como hábito popular barato.
Según Demersay, al tabaco se lo llamó Hierba del Embajador, Nicotina, Hierba Santa, Hierba de la Reina, Hierba del Señor Le Prieur, etc. Su etimología se asocia a la isla antillana Tabago (deformada por los anglosajones), tanto como a la localidad mexicana Tabasco. Pero el viajero inglés cree que proviene simplemente de tabacco, nombre que los habitantes de Dominicana daban a una pipa primitiva.
Actualmente, Serbia, Bulgaria, Grecia, Rusia, Moldova, Ucrania, Bosnia y Herzegovina, Bielorrusia, Eslovenia y República Checa, son, en ese orden, los mayores consumidores de cigarrillos. Su consumo per cápita oscila entre 2.860 y 2.125 unidades al año.
La producción tabacalera aumenta en el Tercer Mundo y declina en los demás. China continental cosechó tres millones de toneladas en 2010, superando por mucho a India y a Brasil. En nuestro país, un estudio de expertos nacionales (con datos de 2004), informa que en 1993 teníamos tres fábricas de cigarrillos y diez años después, 33. De los 41.000 millones de cigarrillos que producían las factorías paraguayas, 3.000 millones quedaban para consumo local y los 38 restantes se colocaban en el mercado negro brasileño. Lo que impulsó el gran auge de nuestras fábricas fue, precisamente, el fuerte incremento de impuestos a los cigarrillos establecido en el Brasil hacia 1996.
El diario español “El País” acaba de publicar que Paraguay suministra el 10% del contrabando mundial de cigarrillos, que su producción posee un valor estimado en mil millones de dólares, del que el 90% va al extranjero para el comercio ilegal. Los datos que usa son del Departamento de Estado de los EE.UU., de 2016. En cuanto a nuestro estudio local citado, concluye algo que los expertos ya sabían hace mucho: que subir impuestos a los cigarrillos no reduce su consumo. Y si consigue proporcionar más ingresos al fisco, suele hacerlo en mezquina medida y por poco tiempo.
Siendo la experiencia mundialmente verificada que el aumento de cargas tributarias sobre el tabaco no produce la reducción de fumadores, hay que inferir que los que aquí se afanan con esta supuesta solución tal vez no estén realmente interesados en combatir el tabaquismo sino a las tabacaleras. El Fisco anhela los impuestos de las tabacaleras y ahorrarse los costos de la atención médica a los adictos. ¡Grave problema! ¿Cómo disuadir a los fumadores sin ocasionar merma en la recaudación?
Un publicitario astuto propuso: “Si en los paquetes de cigarrillos, en lugar de poner ‘fumar mata’, se pusiese ‘El 70% de su precio se lo lleva al gobierno’, sería un disuasorio mucho más efectivo”. Deberíamos intentarlo.