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Este relato de Paul Claudel, que descubrí en un libro del maestro mexicano Enrique Zamorano, nos muestra tres típicas y diferentes actitudes humanas con las que nos encontramos todos los días. La primera caracteriza a los que simplemente sobreviven, sin siquiera encontrarle sentido a lo que hacen en la vida. La segunda, a los que trabajan simplemente por obligación, porque algo hay que hacer para subsistir.
La tercera actitud es la que caracteriza a los que realmente valen; a los que valoran, aman y disfrutan lo que hacen; a los que son conscientes de que, por más simple que sea, el rol que cada uno cumple en la Sociedad, es importante para él, para su familia, su ciudad, su nación y el planeta. Son estos seres quienes hacen que las cosas funcionen; los que hacen que el país y el mundo avancen a pesar de las dificultades; los que nos contagian su optimismo y nos estimulan para soñar, crear, trabajar, estudiar, enseñar y luchar por salir adelante; los que nos muestran el camino, haciéndonos ver que lo que cada uno hace bien contribuye a hacer de este mundo un lugar mejor para vivir; los que nos convencen de que vale la pena luchar, porque existe un mañana que, dependiendo exclusivamente de nosotros, puede ser mejor para todos.
Asumir esta actitud exige en primer lugar aceptar lo que cada uno es como persona, y desde esa posición tratar de crecer y aportar su máximo potencial. Muchos cometen el error de esforzarse por imitar a otros, sacrificando en este intento su propia autenticidad, e incurriendo con esta actitud en una de las mayores y más comunes causas de frustración e infelicidad.
Otro mito que se debe dejar de lado, porque puede generar indiferencia y frustración, es la creencia de que para hacer algo importante por el país se debe necesariamente acceder a un cargo público; como si la única y exclusiva posibilidad de servir al Paraguay dependiera del hecho de ocupar una silla rentada por el Estado.
No pretendo de ninguna manera descalificar esa posibilidad; solo pienso que también hay otras maneras de hacer algo importante por el país desde otros ámbitos, y que si el Paraguay existe, se desarrolla y se proyecta hacia el futuro, es porque hay muchos héroes anónimos que lo sostienen con su esfuerzo cotidiano, desde el lugar que les toca ocupar en la Sociedad.
Hoy no basta con que unos pocos sostengan al país. Tenemos que sacarlo adelante entre todos y de la mejor manera posible. Y la mejor manera es al mismo tiempo la más simple, la más incluyente y la más eficaz. Se trata sencillamente de erradicar definitivamente el vaivai, y hacer BIEN, cada uno de nosotros, lo que nos toca hacer todos los días. Imagínense el tiempo y los recursos que ahorraríamos; y las dificultades y contratiempos que evitaríamos con solo hacer las cosas una vez y bien, en lugar de hacerlas mal y repetidas veces.
Esta es una tarea que nos convoca a todos, sin importar que seamos autoridades, maestros, industriales, agricultores, recolectores de basura o tapabaches. Es hora de que todos asumamos con esta nueva actitud el rol que a cada uno nos toca cumplir en esta obra monumental, y que cuando alguna vez alguien nos pregunte qué estamos haciendo, podamos responderle con la cabeza erguida, con inocultable orgullo y una luz en la mirada: “Estamos construyendo un país; el país mejor que soñamos y merecemos; el país que debemos a nuestros hijos”.
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