La capital se asfixia

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Descentralizar es urgente. Asunción, como centro histórico, gubernamental y comercial, está en riesgo de desaparecer abrumada por un exceso de usuarios de sus recursos que no pagan impuestos en la capital.   

Las quejas abundan. Por ejemplo, los pasajeros del transporte público –especialmente del interurbano– son esclavos de las líneas de ómnibus. Se paran a la vera de la ruta a las cinco de la mañana para tratar de llegar a sus empleos en Asunción. Viajan estrujados en micros que se van cayendo a pedazos, y a menudo tienen que caminar muchas cuadras para no pagar doble pasaje.   

Las unidades obsoletas deben eliminarse; de eso no hay duda. Es más, si se mira con un mínimo de esperanza en el futuro, se verá que para disminuir la presión sobre la capital es preciso fortalecer el interior. Descomprimir ese embudo que es la entrada a Asunción.   

Existe un impulso empresarial dirigido a establecerse en las ciudades periféricas, que necesita ser alentado y sostenido. Mientras más fuentes de trabajo y mejores servicios se ofrezcan fuera de la capital, mejor estarán los ciudadanos. Obviamente, entre trabajar cerca de su casa y abandonar su hogar diez horas por día, gastar el 20% del sueldo en pasaje y arriesgar la vida cada día, la elección parece fácil.   

Solo que por ahora, no hay opción. Quien desea trabajar, y ganar un sueldo mínimo, necesita acercarse a la capital. La atención médica especializada se concentra aquí, por eso los pacientes agonizan entre hospitales colmados y ambulancias descompuestas. Las escuelas públicas o privadas del interior subsisten apelando a recursos extremos, así es como se les desploma el techo sobre la cabeza a los alumnos cada dos por tres. ¿Tienen acaso elección los habitantes de las llamadas "ciudades dormitorio"?   

Huelgas, bloqueos de ruta y movilizaciones diversas no son presiones válidas cuando se realizan contra servicios públicos. Todo lo contrario. Podríamos suponer que a ciertos intereses les conviene mantener las cosas tal cual están. Por ende, ¿qué mejor recurso que impedir todo cambio?   

En tanto gran parte de la población –que gravita en votos– se mantenga iletrada y con pocas luces, más fácil de manipular será. ¿Y qué pasa cuando hay imprevisto?   

La corta y selectiva memoria humana nos hace olvidar pestes y cruzadas, diluvios y hambrunas. Que fueron un hecho y cambiaron la historia. Al dengue, que empeora cada año, lo ocultamos con una tenue fumigación y un par de mingas barriales. ¿Cuánto falta para que tengamos inundaciones, frío y gripe agravando el cuadro?   

Los caudillismos de huelguistas y ocupantes de rutas o de tierras no desencadenarán un cambio real, y poco harán de positivo. Al contrario, al impedir que el país funcione eficientemente, retardarán la formación de recursos imprescindibles para sobrevivir cuando lo imponderable suceda.   

Todos los esfuerzos deberían concentrarse en facilitar a quienes viven lejos de la capital mejor acceso a la educación y a la salud. Al mismo tiempo, es preciso proporcionar empleo a la enorme cantidad de personas que son a la vez víctimas y carne de cañón de movilizaciones diversas.   

Para apoyarlos es imprescindible mejorar el transporte público a la vez que optimizar los servicios de los centros de salud y las escuelas del interior.   

El día que se logre concentrar los esfuerzos para que la oferta laboral arraigue a la población y los servicios básicos sean aceptables, estaremos mejor preparados para cambios imprevistos, que no cabe duda, sobrevendrán.

mrossi@abc.com.py
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