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Quedaron en el recuerdo de los habitantes del norte del departamento los incómodos y lentos viajes a la capital en las precarias chatas que surcaban el río Paraguay. Igualmente, quedaron en el pasado las duras batallas contra el barro, que se cobraba sus víctimas con un pequeño chaparrón, convirtiendo el pésimo camino de tierra que les ayudaba a llegar a la capital en una barrera infranqueable.
Los años de incomprensión y de engañosos anuncios y promesas, que no llegaron a concretar nada importante, salvo alguna palada inicial, sumaron para deprimir a un pueblo acostumbrado a ser relegado por las autoridades. Esta debe ser la razón del escepticismo que sigue dominando los comentarios de algunos vecinos, incluso cuando la vía asfaltada ya empezaba a pintar de negro la avenida de acceso a la ciudad.
Esa misma experiencia la vivimos en el año 2000, cuando a los pilarenses, acostumbrados a las frustraciones cuando las autoridades prometían obras de relevancia, afirmaban que lo del asfaltado era una ilusión más, a pesar de que en el mismo momento se desarrollaba el acto inaugural de tan esperada pavimentación. Es de esperar que, escépticos o no, los vecinos de los demás distritos puedan despertar del largo letargo en el que están sumidos, y comenzar a vivir un tiempo de integración con nuevos proyectos que los liberen del lastre de tener que vivir en pueblos condenados por la desidia de los gobernantes.
Mientras Villa Oliva, Isla Umbú, General Díaz, Mayor Martínez y Alberdi van superando la marginación, Humaitá, Paso de Patria, Laureles, Cerrito, Villalbín, San Juan de Ñeembucú y otros pueblos continúan esperando que llegue el tiempo de la soñada redención. Nada cuesta soñar.
Sin importar el signo político de los futuros gobernantes, esperemos que sepan hacer justicia con un departamento de históricos sacrificios en tiempo de guerra y de paz, para que una nueva era de oportunidades acabe con la dolorosa realidad de miseria y migración que afecta a miles de familias del sur.
clide.martinez@abc.com.py