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A los racionalistas se les hace difícil distinguir la creencia religiosa de la mera superstición; incluso hubo teólogos que empeñaron su vida buscando esas diferencias. Interesado en el asunto, aunque sin el talento necesario, acudí a un promesero, preguntándole ¿Creés en la Virgen? “Sí, claro”, me respondió sin titubear. ¿Y creés en el Pombero? agregué a continuación. “Sí, claro” –reiteró– “yo mismo le vi una vez”.
“¿Y cuál es la diferencia entre tu fe en la Virgen y tu creencia en el pombero?”, rematé triunfalmente, creyendo instalar en su mente esta aporía que se me ocurría de hierro. Reflexionó un momento, y luego, con detenimiento, me explicó: “La diferencia es que la Virgen te aparece y el Pombero te sale”. Me dejó sospechando que estos dos verbos daban fundamento a gran parte del edificio teológico y mitológico nacional.
Estas ambigüedades también se dan en la Ciencia. Los antiguos griegos tenían tres famosos problemas científicos insolubles: la cuadratura del círculo, la trisección del ángulo y la duplicación del cubo. El primero –el más famoso– consistía en dibujar un cuadrado con la misma área que un círculo, pero operando solamente con la regla y el compás. Nunca fue resuelto de esa manera y, por eso, la frase “buscar la cuadratura del círculo” pasó a la posteridad como expresión de esfuerzo ocioso y fútil.
Pero muchos sabios clásicos murieron infelices por no resolver esa aporía. La cuadratura del círculo jamás se resolvió como querían los griegos, aunque sí, mucho después, por vía matemática. Se salvó entonces el obstáculo con el cálculo, pero sacrificando el valor estético, porque, al prescindirse de la regla y el compás, se frustraba el valor helénico fundamental: descubrir la belleza contenida en la solución geométrica. He aquí una diferencia principalísima entre lo clásico y lo moderno: lo bello antes que lo práctico; o lo práctico antes que lo bello.
Pero los cultos religiosos no pasan por estas tribulaciones pues creen poseer la llave para resolver cualquier enigma, recurriendo al muy conveniente recurso del misterio. El misterio, o sea la ignota, impredecible y tornadiza voluntad de Dios, es un concepto capaz de explicar cualquier intríngulis sin necesidad de gastar una sola gota de sudor intelectual.
Estos misterios divinos suelen estar provechosamente administrados por algunas empresas religiosas que, por nada misterioso arte, se convierten en multimillonarias en poco tiempo. Sus predicadores, además de vida eterna, ofrecen al cliente sanaciones especiales, que ocasionalmente vienen en combos promocionales compuestos de curación de enfermedades físicas y mentales, buena fortuna, perdón de los pecados y reconciliación con Jesús. Ofertas atractivas –¡quién lo duda!– a las que solo faltaría agregar una gaseosa grande y ración doble de papas fritas.
Estas promesas recuerdan que Martín Lutero dictó sus 95 tesis de Wittemberg (el año próximo cumplirán 500 años) indignado por el escandaloso comercio de indulgencias del papa León X. Recordemos la tesis 50: “Debe enseñarse a los cristianos que si el Papa conociera las exacciones de los predicadores de indulgencias, preferiría que la basílica de San Pedro se redujese a cenizas antes que construirla con la piel, la carne y los huesos de sus ovejas”.
¡Qué paradoja que, pocos siglos después, muchos de sus seguidores hayan erigido las más grandes y millonarias empresas de religión recurriendo al nunca acabado negocio de lotear el Paraíso, convirtiéndose en los más exitosos traficantes de indulgencias, superando largamente las simonías romanas que exasperaron a don Martín!
Por suerte, la ciencia y la tecnología occidentales son hijas de la racionalidad griega y no de la superstición, y así, pueden continuar elevando al ser humano por encima de las miserias de la irracionalidad. Por cierto, a los que vayan a Caacupé se les desea, de todo corazón, que sea la Virgen quien les aparezca y no el pombero el que les salga.
glaterza@abc.com.py