Energía social

Cuando una sociedad o una comunidad, organización, empresa, institución o persona carece de energía social o la tiene escasa, esa sociedad, entidad o sujeto se estanca en el subdesarrollo. En la medida en que la energía social es deficitaria en esa medida la sociedad entra en proceso de entropía. Con poca energía social las sociedades se debilitan y mueren. Dicho de otra manera: sin energía social no hay posibilidad de desarrollo y menos aún de democracia activa y auténtica.

Para hacerlo breve, podemos decir que energía es la concentración de potencia de acción y reacción. El nivel de energía social puede explicarnos el éxito o el fracaso en el desarrollo y crecimiento de un pueblo, según maneje con dicha energía “las múltiples relaciones de ida y venida y de manera multidireccional entre la cultura, la sociedad, la estructura social, el poder, las clases sociales, las relaciones sociales, la familia, el individuo, y los pueblos en los ámbitos locales y globales”.

Hay muchos indicadores para opinar que nuestra ciudadanía tiene insuficiente potencia concentrada para accionar y reaccionar.

No hay energía social para reaccionar ante la corrupción de políticos y la perversión de la política que, debiendo ser un servicio al bien común, se ha convertido en un coto para cazar poder y riqueza personal a costa de la ciudadanía, que ingenua o dócilmente los elige y además les paga.

La anemia de energía social es tanta que incluso cuando se constata que hay legisladores, políticos y funcionarios que disponen del dinero y los bienes del Estado para beneficiar a sus familiares (nepotismo), a sus operadores políticos actuales o potenciales (prebendarismo) o para su propio enriquecimiento (latrocinio), vemos el espectáculo y nos quedamos pasivamente sentados como espectadores de un circo o teatro que exhibe corrupción.

Más grave aún ver que la ciudadanía no reacciona al saber que la tercera parte de la población paraguaya vive en estado de pobreza, que dicho así suena bien y hasta parece poético, pero traducido significa que de cada tres un paraguayo o paraguaya está sin los medios necesarios para sobrevivir humanamente y consecuentemente no goza ninguno de los derechos humanos fundamentales que le garantizan la Constitución Nacional y la Carta Universal de las Naciones Unidas sobre los Derechos Humanos. La radiografía de la pobreza en nuestro país agudiza el dramatismo al evidenciar brechas de inequidad tan anchas y profundas como en los departamentos donde el número de pobres alcanza el 49,9% (en Concepción) y hasta el 60,7% de la población rural (en Caazapá).

Dramática y dolorosa realidad que resulta agraviante cuando el país crece en la macroeconomía, produce establemente riqueza desde hace años, que solo beneficia a algunos y acrecienta la brecha de la desigualdad injusta y peligrosa para todos.

Paraguay se caracterizaba social y culturalmente por la solidaridad, que es un fruto de la energía social de calidad, pero ahora la solidaridad es excepcional y ocasional. La creciente violencia en sus múltiples manifestaciones, desde la más cruel y criminal de quienes asesinan y secuestran, de quienes asaltan como motochorros o delincuentes vulgares, hasta los violadores de mujeres, niñas y niños, los feminicidas o los que se dedican a sembrar muerte vendiendo drogas destructoras de cerebros y personalidad de jóvenes, hasta los ladrones de guante blanco y encubridores de la narcoproducción, el narcotráfico y la narcopolítica, todos ellos están evidenciando que hay mucha energía individual, terriblemente egoísta y antisocial, que infecta y debilita la energía social. No solo porque todos esos actores compulsivos de la violencia no la tienen y ya son muchos, sino porque el resto de la ciudadanía parece que nos estamos acostumbrando a vivir y aceptar pasivamente esta patología social.

Los ciudadanos de a pie estamos socialmente tan debilitados que ni siquiera encontramos energía para organizarnos civilmente. La sociedad no puede actuar y reaccionar sin estar organizada. La atomización social favorece a los violentos, a los dictadores, a los corruptos instalados en los tres poderes del Estado, y desintegra la energía social necesaria para vivir en democracia republicana.

La organización de la sociedad civil, para defender la justicia, los derechos y la participación en el bien común de todos, no se improvisa, requiere educación cívica y cooperación social.

jmonterotirado@gmail.com

Enlance copiado