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El hijo salió de la casa y fue a jugar billar. En el momento en que iba a tirar una carambola sencillísima, el adversario le lanzó un desafío: “Te apuesto un peso a que no la haces”. El joven lanzó la bola y no hizo la carambola. “¿Pero qué pasó, si era una carambola muy sencilla?”, preguntó el contrincante. “Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que sucederá en el pueblo”, respondió. Todos se burlaron de él. El individuo que ganó el peso regresó a su casa y, al llegar, dijo a su familia: “Le gané un peso a Álvaro porque es un tonto”. “¿Y por qué es un tonto?”, preguntó alguien. “Porque no pudo hacer una carambola muy sencilla estorbado por la preocupación de que su madre amaneció hoy con la idea de que algo grave sucederá en este pueblo”, respondió. “¡No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces se cumplen!”, le dijeron.
Una mujer oyó lo ocurrido y fue a comprar carne. “Véndame un kilo”, le dijo al carnicero. Pero en el momento en que la estaba cortando, la mujer agregó: “Mejor véndame dos kilos porque andan diciendo que algo grave sucederá en el pueblo y lo mejor es estar preparado”. El carnicero despachó la carne y cuando llegó otra señora para comprar un kilo, le sugirió que llevara dos porque alguna gente estaba diciendo que algo muy grave sucedería y que era prudente estar prevenido. La mujer asintió diciendo: “Mejor deme cuatro”. En poco tiempo, el carnicero vendió hasta el último gramo de carne disponible.
El rumor se extendió. Todo el pueblo estaba paralizado esperando que algo sucediera. Como a las dos de la tarde, hacía mucho calor, como siempre. Entonces alguien preguntó: “¿Se dan cuenta del calor que está haciendo?”. “Pero si en este pueblo siempre ha hecho mucho calor”, respondió otro. “Sin embargo, nunca a esta hora ha hecho tanto calor como ahora”, dijo otro más. En ese mismo momento bajó un gorrión en medio de la plaza y alguien comentó: “Hay un pajarito en la plaza”. Y todo el pueblo fue espantado a la plaza a ver al pájaro. “Siempre hay pájaros en la plaza”, dijo un parroquiano. “Sí, pero nunca bajan a esta hora”, agregó alguien que estaba allí observando.
Llegó un momento de gran tensión para los habitantes del pueblo, desesperados por irse, aunque sin valor para hacerlo. De pronto, uno se precipitó y gritó: “¡Yo me voy!”. Tomó sus muebles, sus animales, sus hijos, los metió en una carreta y atravesó la calle central huyendo. “Si él se atreve, pues nos iremos todos”, dijo otro, y empezaron a desmantelar el pueblo. Uno de los últimos en abandonarlo sentenció: “¡Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de mi casa!”, y entonces le prendió fuego. Los demás también quemaron las suyas, por las dudas. Todos salieron despavoridos, con tremendo pánico. En medio de ellos estaba la mujer que tuvo el presagio clamando: “¡Yo dije que algo muy grave sucedería en este pueblo y me trataron de loca!”.
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