Días santos de antaño

En tiempos de nuestros abuelos, los días santos eran de recogimiento y quietud que se vivían a plenitud, sin la locura de hoy.

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El Domingo de Ramos todo el mundo iba a la iglesia con el penacho entero de los pindo, ramas de laurel, plantas de siemprevivas y “reliquias” entramadas de las más diversas formas.

Entre el Lunes y el Martes Santos empezaban los preparativos para el chipa apo. Las mazorcas de maíz colgadas de una tacuara en el galpón ya se bajaban para ser desgranadas y llevadas a molinos que requerían toda la fuerza de nuestros brazos para cada grano.

El almidón -preparado en la misma casa luego de pasar la mandioca por el torno- ya estaba embolsado tras haber quedado extendido varios días a pleno sol sobre un catre para secarse bien.

Los quesos estaban bien añejados en los sobrados que pendían bajo la parralera o el ala del corredor con una botella invertida para que no cayeran en las fauces de los ratones.

El tatakua ya había sido remozado y revocado con mucha antelación con tierra colorada mezclada con la bosta más fresca para que el horno calentara bien.

Los huevos estaban bien conservados en un recipiente con sal, a falta de heladeras, y porque las gallinas cumplían el ciclo desovando con toda calma, sin tener que poner huevos por obligación y a toda máquina.

La grasa de cerdo estaba enlatada en el rincón más fresco de la cocina formando una masa blanca lista para ser utilizada.

La latona de aluminio o enlozada estaba muy bien lavada y lista para la masa del chipa.

El miércoles era la gran fiesta en que se reunía toda la familia para amasar el chipa, único alimento para el Viernes Santo en que no había que hacer fuego, lavar, ni barrer.

Las diversas formas del “pan de almidón” eran dispuestas sobre hojas de banano, las mejores elegidas para que no se ensuciaran.

El tatakua solo se barría con una escoba de sapirangy, una planta cuyas hojas metidas sobre el resto de brasa indicaban cuán bien caliente estaba esa cueva de cocción que hoy se compra prefabricada.

El Jueves Santo era la comilona con el asado, la sopa y abundante mandioca.
Era un día ideal para emborracharse con vinos Suabia o La Copa. Muchos jóvenes se dieron la primera borrachera bebiendo de estas botellas o damajuanas.

El Viernes Santo, antes de que salga el sol, todo el mundo se lavaba la cara y los pies con el agua del pozo, pues esa agua era bendita y curaba de todos los males.

El sábado todavía no había que comer carne y la penitencia debía seguir hasta la noche de gloria. El Domingo de Pascuas no había huevos de chocolate ni roscas.

Y así pasaba una semana entera de abundante comida, aunque en esa época las chipas no engordaban tanto, ni eran dietéticas. No se endurecían ni se las ablandaban en microondas. Igual eran deliciosas.

Ahora todo se hace por delivery, los huevos de pascuas se agotan en los supermercados.

La Semana Santa de antes era conocida como “semana karu”, muy sencilla, pero de gran corazón y espíritu familiar y de humildad en que nadie quedaba sin su “lopi”.

Hoy, por lo menos habría que rescatar el sentido religioso y humano de la celebración.
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