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Las mujeres identificaron además su vehículo, el que utilizaba para raptarlas; una camioneta blanca, de cabina simple, en la que les ofrecía acercarlas a sus casas.
El perfil de las víctimas era siempre el mismo, mujeres que esperaban colectivos solas, por las tardes o noches, al salir del trabajo.
La justicia y la policía presentaron al hombre como culpable, la sociedad se indignó, y varios medios de prensa lo popularizaron con el mote de “violador serial”.
Ocurrió entre abril y mayo de 1991. El hombre pasó las dos primeras noches en el cuartel central de Policía y las siguientes dieciocho en la cárcel de Tacumbú.
Estuvo preso tres semanas, y vivió veintiún días de infierno, entre el 23 de abril y el 13 de mayo, en los que fue condenado socialmente, con algunas voces que incluso pedían reflotar la pena de muerte en el país.
Pero ocurrió entonces algo inesperado. Otra mujer fue violada mientras el hombre estaba detenido, y las características del violador eran las mismas que las suyas.
La policía buscó a otros sospechosos, y tras otra detención, declaraciones de testigos, cruces de datos y nuevos careos, el hombre de nuestra historia fue desvinculado del caso.
El verdadero violador se llamaba Mario Enciso y era muy parecido físicamente, además de otro detalle sorprendentemente coincidente, la camioneta de ambos era de la misma marca, modelo y color. Enciso fue condenado, salió en libertad, volvió a violar a una mujer y escapó luego a Brasil, donde fue asesinado hace unos años.
Y aunque estoy seguro de que la gran mayoría recuerda la identidad del hombre víctima de esta historia, omito su nombre en esta columna para no seguir causando daño sobre el daño.
Su caso volvió a mi mente en estos días, cuando la fiscalía y la policía presentaron en poco más de una semana a tres personas diferentes, como las supuestas responsables del asesinato de una joven en Santa Rita. Primero, al último joven que bailó con ella en público, que perdió más de una semana de su vida detenido, luego a un músico brasileño, y finalmente a un joven que tuvo la mala fortuna de salir caminando detrás de ella esa madrugada.
Los tres escraches hubiesen sido evitados con mayor responsabilidad del fiscal y la policía, al presentar la información ante los medios de prensa, a los que el fiscal Erico Ávalos llegó a decir incluso que la joven habría sido asesinada en el bus de los músicos brasileños porque las grabaciones no registraban que ella había bajado del vehículo. Dato falso conforme a las imágenes que la misma policía luego difundió.
En síntesis, una investigación que si se hubiese hecho con rigor profesional no se hubiese convertido en una especie de tiro al blanco con los ojos vendados, en medio de la ansiedad periodística por la información y el escaso espíritu crítico ante la versión fiscal-policial, que se convierte generalmente en el único insumo al informar de estos casos criminales.
guille@abc.com.py