Asunción es un tugurio - II

La tugurización de Asunción avanzó con la idea de que el “progreso” -como en las épocas del dictador Alfredo Stroessner- significaba “hacer obras”. Construir cualquier cosa que a la postre significó solo “el progreso económico” de quienes la hicieran: mercados de abasto, calles pavimentadas o edificios municipales de cualquier envergadura, que se encuentran hoy en estado de colapso. Sin mantenimiento, inseguros, ruinosos y sucios. Como el resto de la ciudad.

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La basura, entretanto, se acumula en calles o plazas porque ya no se trata solo de la irregular recolección de los residuos domiciliarios, sino de que las calles no se limpian, y si alguna tuviera tal privilegio, los 300 barrenderos no pueden con las 12.000 cuadras que deberán estar libres de basuras, todos los días. Tampoco podrían si fueran más, porque solo munidos de un raído escobillón, pala y carretilla, a cada uno le corresponderían unas 40 cuadras diarias. El equivalente a una larga vía como toda la longitud de la ciudad, desde Don Bosco al Oeste, hasta la calle Última hacia el Este, donde la suciedad de Asunción se junta con la de “la ciudad joven y feliz”, Fernando de la Mora.

Para muestra de lo que simplemente “se hace”, es el recientemente inaugurado desagüe pluvial de la avenida España, entre Brasilia y Santa Rosa, durante la administración Samaniego. El trabajo incluyó la colocación de rejillas de captación sobre las distintas calles interceptoras. Un regular mantenimiento de las cañerías solo requeriría que estas rejillas se mantengan libres de basura; pero no. Las mismas están normalmente cubiertas de desperdicios, hecho que augura poco futuro a la costosa instalación. El detalle demuestra que ni siquiera existen cuidados de limpieza en lugares estratégicamente indispensables. En cuanto a la suciedad del microcentro, emblema cultural y comercial de la ciudad, solo hubiera bastado que el Gobierno de la Comuna organice trabajos nocturnos de limpieza con el mejor equipamiento disponible. Y en horarios en que las calles se encuentren libres de automóviles estacionados (desde las 2 a las 6 de la mañana probablemente sean un buen momento). Pero para esto, de nuevo se anteponen “impedimentos legales” porque la Municipalidad es de las tantas instituciones públicas que al “negociar” contratos colectivos o mecanismos de relación con los sindicatos, han resignado, insólitamente, funciones y competencias establecidas en las leyes. Pues había sido que NO SE PUEDE limpiar la ciudad cuando es posible -de noche- porque la tarea fue calificada vaya uno a saber de qué peligrosidad, motivo por el que los sindicatos demandan compensaciones y sobresueldos. Por otra parte, tales recursos TAMPOCO están presupuestados. Es decir, que cuando toda la población puede estar de juerga -sin más peligro que una sonora borrachera- unos señores de la municipalidad consideran que a esa hora no pueden hacer un trabajo que les asigna ¡nada menos! que el organigrama de funciones. Es lo mismo que ante una epidemia, el Ministerio de Salud tenga que ofrecer sobresueldos a sus funcionarios para convencerlos de proteger a la población de la generalizada enfermedad. Ejemplos de la misma sinrazón, sobran.

Pero volvamos al tugurio del Centro Histórico. El fenómeno representa un daño económico tremendo no solo al Comercio sino a los propietarios y a la misma Municipalidad. Históricamente y durante todo el siglo XX, la actividad comercial de Asunción se desarrolló en el casco más antiguo de la ciudad, alrededor de las oficinas públicas y a lo largo del eje Puerto/Estación del Ferrocarril. Los barrios de residentes solo habían llegado hasta la periferia de esta zona: Sajonia, Ciudad Nueva, Las Mercedes y hacia las “proyectadas”, entre la calle Amambay (hoy avenida Gaspar Rodríguez de Francia) y la avenida 5ª. Pero mientras aquel eje funcional Puerto/Estación desaparecía y el comercio se desplazaba en dirección a los nuevos barrios, las oficinas de gobierno solo se permitieron crecer en edificios superpoblados o en “aldeas de casas alquiladas” en el mismo microcentro. La falta de interés para residencia o negocios hizo que el valor de la renta se redujera drásticamente. La depreciación bajó a límites más accesibles los alquileres para otro tipo de usuarios: casas de comida, de cambio, de juegos y diversión; pero el casco antiguo se fue llenando de edificios vacíos, automóviles estacionados, de vendedores callejeros, lavadores y cuidacoches. Población diversa pero ninguna de ellas con sentido de pertenencia como para cuidar del sitio. Y es lo que tenemos ahora: población heterogénea y desorden urbano, de día. Anárquica y vacía, de noche. El caldo de cultivo ideal para la inseguridad.

¿Y el gobierno de la Municipalidad? Realiza “nuevas obras” ... como las casillas de la avenida 5ª.

jrubiani@click.com.py

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