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Sea cual fuere el motivo de los distintos partidos y movimientos que participan en las elecciones, la causa de la falta de entusiasmo ciudadano está clara: el ciudadano promedio está más que cansado de elegir representantes que no los representan y de escuchar promesas que no creen.
La otra cara de la moneda es que la cantidad de candidatos que se postulan a todos los cargos es extraordinariamente numerosa para un país de apenas siete millones de habitantes. Por lo visto sí que hay mucho entusiasmo para aspirar a los cargos. Muchas de estas candidaturas serán efímeros intentos, pero quizás alguna prospere. Las urnas lo dirán.
Muchos analistas consideran excesiva esta multiplicación de candidatos; a mí me parece saludable que haya más opciones para el votante. También es sorprendente la cantidad de “famosos mediáticos” que, sin haber hecho política activa nunca, de la noche a la mañana, compiten por cargos electivos de importancia.
Estos fenómenos son también una señal de que son muchos los ciudadanos que creen llegada la hora de participar más activamente en política, aprovechando el descontento ciudadano con las fuerzas tradicionales y el desprestigio generalizado de los políticos.
En cualquier caso, fueron mucho más movidas las elecciones internas y es razonable que así fuera, porque en ellas sí se decidían o, al menos, parecían decidirse algunas cosas de importancia para el futuro. Que las elecciones internas se hayan vuelto más importantes que las generales, tanto para los propios políticos como para los ciudadanos, da idea de que el país se ha empantanado en una exagerada partidocracia, en la que los internismos sectoriales tienen prioridad sobre los intereses generales de la nación.
También ha contribuido a la apatía el deterioro institucional que padece el país. Las pugnas políticas han dejado de lado el respeto a las leyes, atropellado el orden institucional y desactivado todos los mecanismos de control de los abusos de autoridad.
En los últimos años el menosprecio de las instituciones se ha agudizado hasta el punto de que un presidente de la República haya llegado a decir, poco más o menos, que “la casa de gobierno es una seccional colorada, porque a fin de cuentas gané con el apoyo de los colorados”, o que un senador de la República amenace, para colmo con éxito, a sus pares con airear los trapos sucios de los demás legisladores.
Lo que estoy diciendo no es nada nuevo y la clase política lo sabe mejor que nadie. El ausentismo no es ya solo un fenómeno de ciudadanos independientes y desencantados, sino en las propias filas de los afiliados que, cada vez en mayor número, tampoco se sienten representados por sus respectivas cúpulas partidarias.
Por otra parte, como nunca antes se ha puesto de manifiesto que no hay contenido alguno en las posiciones sectoriales, que elogios entre aliados o insultos entre adversarios son apenas un teatro: el enemigo de ayer se convierte en el aliado de hoy con absoluta facilidad y sin ninguna razón política, económica o ideológica, sino apenas por intereses estratégicos coyunturales y poco claras negociaciones por debajo de la mesa.
Por todo ello las elecciones del 2018 están siendo las más apáticas, aburridas y desoladoras de toda la historia de nuestra vapuleada democracia. En lugar de la “fiesta de la democracia” esto parece un velorio… Ojalá el finado no sea el Estado de derecho.
rolandoniella@abc.com.py