Así fue aquella jornada en la que murió el Mariscal

Antes de que los brasileños irrumpieran en Cerro Corá, el desaliento de la gente acampada había ido en aumento debido “a todo género de privaciones” que fueron acumulándose durante la larga marcha. Y en medio de las penurias hasta se había programado una boda. Así transcurrió aquel martes 1 de marzo de 1870. ¿Quién fue el asesino?

Retrato de Francisco Solano López, también considerado uno de los últimos que se tomó.
Retrato de Francisco Solano López, también considerado uno de los últimos que se tomó.

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Tanta era la carencia que algunos testimonios dan cuenta de “una mortandad diaria de 10 a 12 personas entre mujeres, soldados y niños a causa de las penurias y el hambre”. Aunque en el amanecer de aquel día, la tensión por el inminente ataque puso alguna pausa a las angustias.

Bien temprano, el Mariscal recibió la visita de un cacique Caainguá que le ofrecía seguridad en sus dominios, de acuerdo al testimonio de Juansilvano Godoi. Que bastaba que López licenciara a su tropa “...reservándose simplemente como escolta, nueve o diez hombres de su confianza”, para llegar a un escondite donde “nadie lo encontraría”. Fue cuando recibió el aviso de la presencia de los brasileños hacia el Aquidabán. Entonces preguntó a su interlocutor, a qué hora llegarían los brasileños. Serían como a las 11 de la mañana, fue la respuesta. El Mariscal agradeció la oferta del cacique y lo despidió para convocar a sus jefes para una reunión.

Casamiento entre las balas

Para esa mañana también había sido previsto un acontecimiento inédito en toda la marcha: el casamiento del Coronel Juan Crisóstomo Centurión con Rosita Carreras, una de las hijas de López antes de que conociera a Elisa Lynch. Rosita compartía por entonces la carreta ya sin bueyes que aquella tenía como hogar y refugio en el campamento.

La ceremonia había sido concertada para el 1º de marzo a las 10 de la mañana, pero el programa fue alterado ante la irrupción brasileña en Cerro Corá. Centurión fue precisamente uno de los primeros caídos en medio del infernal ataque. Mientras evolucionaba con su caballo, el coronel Aveiro se había acercado para avisarle que su montado estaba herido.

El prometido de Rosita le respondió que al parecer no sentía la herida, cuando al girar para seguir cabalgando, una bala enemiga le atravesó la cara “llevando toda la dentadura de la mandíbula inferior de la derecha y de la superior de la izquierda” y en consecuencia, inútil para el combate. Y para el casamiento…

Muerte de López

Había empezado la persecución al Mariscal. Y el relato corresponde al último paraguayo que lo vio con vida, Silvestre Aveiro: “…Retrocedíamos ya casi dispersos del lado del Aquidabán y pasábamos por el Cuartel General, a pocas varas después se encontró López con su madre y hermanas gritando la primera: ‘¡Socorro, Pancho!’ Y este le contestó lacónicamente: ‘Fíese señora de su sexo...’ y pasamos.”

El que se encontraba a cargo de la persecución era el cabo Francisco Lacerda: “...que llevaba lanza, y que marchaban al galope tomando el flanco izquierdo nuestro, y en una ensenada que forma el arroyo pudieron cortar la retirada a López, a quien le intimaron rendición (...) se acercaron el Cabo por un lado, y otro, por el otro, con ademán de tomarle de los brazos y este que llevaba un espadín desenvainado, quiso tirar de punta al cabo, quien ladeó el golpe al mismo tiempo de pegarle una lanzada en el bajo vientre, y el otro a su vez le dio un hachazo en la sien derecha.

Entonces se presentaron a la lucha, el capitán Francisco Argüello y el alférez Chamorro, caballerizo del Mariscal, quienes enfrentaron a los seis de la caballería enemiga. Después del enfrentamiento con el mandatario paraguayo, éstos permanecieron a una distancia como de diez varas en semi círculo “pero sin intentar agresión”.

Al escuchar que López gritaba enfurecido: “¡Maten a esos macacos!… dicho que repitió varias veces, siempre a caballo en un bayo tomado en la laguna Chichí a los brasileros”, Argüello y Chamorro arremetieron contra ellos. “…Hubo un entrevero espantoso”, escribe Efraím Cardozo pero “la desproporción era grande: ¡seis contra dos!”. Los dos paraguayos fueron hecho pedazos pero “dejando profundos rastros de sus sables en los cuerpos de varios de sus adversarios”.

Retoma el relato Aveiro para explicar: “llegué a pié junto al Mariscal y tocándole en el muslo le dije en guaraní: “Sígame Señor para salvarle”.

Me preguntó: “¿Es usted Aveiro?” dobló su caballo y me siguió. Yo que había llegado allí sumamente fatigado y sin comer, aunque llevaba una espada filosa, no tuve aliento para cortar las ramas de los árboles y así le fui haciendo camino, con empujones del cuerpo, siguiendo las huellas o las pisadas que los soldados habían abierto en busca de frutas, y como a diez varas del arroyo, en una pendiente hacia el este, me caí y pasó el caballo sobre mí, felizmente sin pisarme, y enseguida se cayó otra vez López, llevando la cabeza hacia la pendiente. Yo me levanté enseguida, con lo que López me alargó la mano, diciéndome que lo levantara. Y como era pesado, aunque traté de levantarle no tenía fuerzas, y entonces procuré darle hacia el lado de la altura, y en ese momento llegó el joven Ibarra (Ignacio), y con él procuramos levantarlo, pero tampoco pudimos”.

Hubo una quinta presencia en aquel dramático momento: Cabrera, de quien no hay constancia de grado ni de nombre quien intentó ayudar para levantar al Mariscal. Pero ante la inutilidad del esfuerzo, decidió ir a buscar más gente… y según relata Aveiro “se marchó, para no volver (…) Llevamos a López con Ibarra en el arroyo que era muy resbaladizo y que corre sobre piedra, hasta la orilla opuesta, en donde procuramos levantarle sobre la barranqueta que daba hasta el hondo”.

El Mariscal les pidió: ‘Vean a ver si no hay una parte más baja...’ Y se quedó cuando nosotros nos separamos de él, sostenido por una palma derribada que encontramos allí se cruzaba un ángulo del arroyo. Cuando yo me retiré como a ocho pasos empezaron a salir los infantes brasileros a la orilla del arroyo, e inmediatamente nos hicieron fuego. Yo me subí al barranco y me senté al pie de un matorral, cuando el General Cámara apareció por donde habíamos entrado, dando la voz de: ‘¡Alto el fuego!’ Se echó conforme venía en el arroyo, a pie”. Aveiro ya no pudo ver lo que sucedió en ese momento.

El general Cámara lo refiere parcialmente: “...En esta posición lo encontré, cuando a pie seguí sus huellas. Le intimé se rindiera y me entregara su espada, que yo le garantía los restos de su vida, y que yo era el general que mandaba las fuerzas. Por contestación me alargó una estocada. Entonces mandé que un soldado lo desarmase, lo que fue ejecutado al mismo tiempo que exhalaba el último suspiro, librando de la tierra a un monstruo, al Paraguay de su tirano y al Brasil del flagelo de la guerra”.

Este “parte oficial” que indica que López habría muerto como consecuencia de un simple forcejeo, suscitó alguna incredulidad y las acusaciones de asesinato obligaron al general brasileño, a realizar varias aclaraciones hasta 10 años después del incidente.

La declaración que hizo al “New York Herald “el 20 de junio de 1870, decía cuanto sigue: “... Todo es falso. No fue ni pudo ser ni por manos de mis distinguidos compañeros de armas ni mucho menos por las mías. Debo a mi honor como soldado, a mi nombre y a mi país, a la historia y a mi conciencia declarar con fidelidad que el Mariscal López murió lealmente y posesión de completa de sus sentidos. Cuando me agaché para tomarle la espada de su mano hizo un movimiento para herirme, gritando con firmeza y arrogancia: ‘Muero espada en mano por mi patria’ (López dijo: Muero con mi patria). Entonces ordené a un soldado del batallón 9ª que le desarmara y en esta lucha expiró sin recibir nueva herida”.

A pesar de su juramento y de su “honor de soldado”, lo cierto es que, ofendido e indignado, el general Camara ordenó a sus hombres, “Maten a ese hombre” y uno de ellos le descerrajó un tiro de rifle a quemarropa directo al corazón. Además del parte médico brasileño que lo certifica, lo aseguró un testigo presencial, el señor Rodolfo Alurralde “...caballero argentino de familia principal de Tucumán, pariente del jeneral Roca, que acompañó a la división brasilera que operó en Cerro Corá como empleado superior de la proveeduría, y presenció de cerca los acontecimientos sobre el terreno el memorable día 1º de Marzo”, de acuerdo a la versión de Juansilvano Godoi.

El 13 de Marzo, en otro parte enviado al general José Victorino Carneiro Monteiro, Cámara informaba que en la refriega –la que no había durado más de 15 minutos– habían tenido “...heridos, dos de ellos graves, y entre los leves dos oficiales. Las pérdidas del enemigo fueron completas (...) El número de prisioneros asciende a 244, contándose entre ellos los generales Resquín y Delgado, 4 coroneles, 8 tenientes coroneles, 19 sargentos mayores, tres médicos, ocho sacerdotes y un escribano. Mme. Lynch y 4 hijos se cuentan en el número de prisioneros”.

En ABC TV

Un reportaje especial por el día de los Héroes Cerro Corá: La Batalla Final se podrá ver por las pantallas de ABC TV durante la programación de la fecha.

/ jorgerubiani@gmail.com

Fotos de la colección del Dr. Jorge Jarolín

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