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Doña Anacleta Arzamendia de Montiel (73) es la vendedora de mostos más antigua y conocida del Cerro de Caacupé. Aunque está lesionada desde el 23 de diciembre del año pasado, cuando una motocicleta la atropelló y le fracturó la muñeca y las manos, sigue con la tradición.
Pese a las dificultades, tiene suficientes fuerzas y ganas para ayudar a su hijo José Tomás Montiel a producir la bebida, tal como lo hacía desde hace décadas junto a su esposo, Ambrosio Montiel (ya fallecido).
Con este zumo fabricado artesanalmente con un enorme y vetusto trapiche de madera, movido con la ayuda de bueyes, pudieron criar a sus diez hijos y hubo épocas de buena y mala cosecha. Pero sobrevivieron.
Hoy día, doña Anacleta no se queja de las ventas, aunque ya no esté en Curuzú Peregrino mismo, como antes, pero la gente sigue buscando el jugo de la caña de azúcar bien helado que esta humilde familia vende por litro y en vasos.
El joven que atropelló a doña Anacleta se dio a la fuga, luego lo encontraron, pero la denuncia del caso no ha prosperado y hasta el momento sufre todo tipo de dilaciones. “Ni con un geniolito nos ayudaron”, dice Máxima, una de las hijas –dedicada a la venta de ensaladas de frutas–, quien también comentó que debieron contratar a un abogado, sin tener resultados hasta ahora, pese a los gastos que les genera la situación. La Policía y la Fiscalía de Caacupé, poco o nada de interés demostraron sobre su situación.
El mismo buey de siempre, “Blanco”, sigue –aunque solo– siendo el que realiza la parte más pesada del trabajo al hacer girar el trapiche. Y, pese a las dificultades, doña Anacleta está en pie presionando con una mano la caña para ofrecer el mosto helado, que más que trabajo es una tradición que la ayudó a criar a sus hijos.
Saborizado
Pero el mosto, desde este año aparece en Caacupé con una innovación que lo revive. Con un trapiche novísimo montado en motocarros, Teófilo Romero (49) junto con su hijo, Rodrigo Cayetano Romero Franco (18), se instalaron en el desvío a Atyrá para ofrece mosto “al estilo brasileño” con piña o con limón.
Aparte de él dijo que otro amigo se instaló más abajo del cerro con otro equipo similar. “Hace dos meses que nos dedicamos a este rubro. Yo era maestro panadero, pero esto me está resultando más. Recorremos Ñemby, San Lorenzo y Fernando de la Mora para vender por litro o por vasos”, comenta.
El trapiche naftero les facilita la tarea y les proveyó un amigo con quien trabaja compartiendo el gasto de combustible y las ganancias mitad y mitad.
Rodrigo agrega que con el toque de sabor, “el mosto es una tradición que se está renovando entre los jóvenes, a quienes les gusta bastante y tiene mucha salida.
pgomez@abc.com.py