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Inés es ecuatoriana como sus padres y sus 11 hermanos, pero desde los 11 años vive en EE.UU. Allí estudió y trabajó como diseñadora gráfica. Se casó con un estadounidense, y tuvieron un hijo, hoy de 23 años. “Soy quiteña, mis padres se casaron a los 14 años; ahora tienen 93 y viven conmigo. Mi padre era militar, mecánico dental, y mi madre, ama de casa y ayudaba lavando y planchando ropa para la iglesia. Vivíamos muy apretados económicamente, a veces sin comer, pero mi madre siempre fue muy compasiva con otros que tenían menos que nosotros”, cuenta Inés. A pesar de haber pasado una infancia llena de privaciones económicas, lo más doloroso que vivió fue la muerte de su hermano. “Tuvo un infarto, murió a los 16 años mientras jugaba al básket. Yo tenía 8 años. Recuerdo a mi mamá llorando abrazada al ataúd y preguntando a Dios por qué se llevó a su mejor hijo. Viéndola sufrir, pensaba que mamá tenía razón; él era un hombre que podía trabajar y ayudar a la familia. Y yo me decía: ‘Dios debió haberme llevado a mí que, siendo la más pequeña, no podía ayudarla’”. Poco después, una hermana de Inés que había emigrado a EE.UU. decidió llevar de a poco a toda la familia. “Llegamos a una zona no muy buena, había mucha inestabilidad, pandillas, etc. En esa precariedad, mi mamá no nos hizo faltar a la escuela ni un solo día. Terminé la primaria, la secundaria y luego ingresé a la universidad. Estudiar era carísimo, pero golpeábamos puertas, conseguíamos becas; yo tenía a mi favor que era muy buena estudiante”.
–Nacida y hecha desde abajo.
–Así es. Gracias a mi mamá, que sigue siendo mi héroe. Ella siempre ayudaba a los más necesitados, es muy creyente; yo también. Mi padre dejó de tener fe cuando murió mi hermano.
–Me decía que su profesión la ayudó a poder estar donde está.
–Sí, trabajé mucho en diseño gráfico; me ayudó económicamente a poder iniciarme como voluntaria. Mi título es bachiller en Artes. Me gustaba el arte porque me daba distintas miradas de las cosas, de la realidad. Y yo buscaba la mía, quería visualizar soluciones para las personas enfermas. Empecé con mi hermano, que es dentista; él pertenecía a un grupo que hacía pasantías en zonas pobres y alejadas; volaban hasta esos lugares y atendían a la gente que no tenía acceso a hospitales ni a mínimos centros de salud. Un día me invitó, y fui. Vi y sentí tanta gente esperando, llena de esperanza, que empecé a trabajar muy duro para ahorrar mi dinerito y regresar, ya que los voluntarios teníamos que pagarnos el pasaje de avión y la estadía. Con el tiempo, fui visualizando métodos propios y quise organizar yo misma un grupo de atención.
–¿En qué se diferencian como organización?
–Tenemos reglas éticas muy bien definidas. No somos religiosos; no somos políticos. Llegamos con mucha humildad y respetando las culturas. Uno de los requisitos indispensables es poner vocación de servicio y amor en esta misión.
–¿Cuándo y cómo la inició?
–Cuando comencé en el año 2000, de cero, con un dinero que mi esposo había cobrado (por un accidente), tuve muchos desafíos, no solo de dinero. Mi primera misión fue a Ecuador. Recuerdo que un médico oftalmólogo al ver el inmenso trabajo que yo había encarado, me dijo que no sabía en qué me metía, que no era médica, que mejor volviera a buscar algún trabajo de mujer, ser líder no era para mí. Hoy cumplimos 16 años con IMAHelps, somos jóvenes pero con grandes experiencias.
-¿Cuál es su manera de acceder a los países?
–Directamente a nivel de consulados. Me acerco y ofrezco esta misión médica, en la que están involucrados profesionales (doctores y enfermeras, anestesistas, entre otros). A través de los consulados conseguimos la persona que nos contactará con los ministerios de salud.
–Llegan como tantos otros grupos de países desarrollados.
–Sí, y sé que es difícil confiar, incluso para los médicos locales, que a veces se muestran recelosos. Tienen razón, existen los que creen tener derechos de llegar diciendo: “Soy americano”. Por eso explicamos que venimos con la intención de ayudar y de integrar conocimientos. Yo cambio la actitud de “prima donna” en los médicos voluntarios, busco que sean sensibles, que tomen a cada paciente como si fuera su amigo, su familia. Tal como yo siento que cada uno de ellos es mi hermano… (se emociona y llora)
–Esa pérdida le marcó un camino.
–Sí. Porque si hubiéramos tenido los medios económicos para acceder a la salud, tal vez se hubiera detectado a tiempo su problema cardíaco. Es la situación de millones que no tienen acceso a la atención básica. Mira, en Nicaragua había una mujer de 64 años que tenía toda la parte de la boca deformada, vivía escondida, condenada, a veces la apedreaban. Uno de nuestros médicos la operó. Ella volvió a nacer, llevaba una vida normal. Eso buscamos: crear impactos positivos en la vida de una comunidad.
–¿Cómo se sostienen?
–Tocando puertas. Y varios hospitales no nos dan plata, sino insumos. A Paraguay llegamos con 3 o 4 toneladas.
-¿Por qué ocuparse de pobrezas “extranjeras”?
–La pobreza es igual en todos lados, no así los sistemas. Allá los pobres si sufren un accidente, sí o sí tienen derecho a ser operados y rehabilitados. Pero en otros países, cuántos se quedan con una pierna rota para siempre por no tener acceso a la salud.
–¿Cómo se define personalmente?
–Muy tímida, no me gusta dar entrevistas. Este trabajo no es solo mío, sino del equipo, que paga su pasaje y estadía. Solo soy una canalizadora de ayuda. Creo en los milagros, en mi vida ocurren. Ansío ser una “hacedora de paz”. Admiro a mi madre y a la Madre Teresa; ellas me dan la fuerza y perseverancia para seguir con esta misión de amor.
lperalta@abc.com.py